Cinco minutos más
Virginia Brandt Berg
Hoy estamos leyendo Hebreos 12:12-13: «Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado».
A menudo se ha dicho que la oración cambia las cosas, pero alguien nos escribió diciéndonos que, en su caso, no ha sido así. Lo intentaron varias veces pero terminaron rindiéndose. Más tarde, nos enteramos de que no le dieron tiempo a Dios de responder sus plegarias, no aguardaron la respuesta.
Eso requiere tiempo. Es un factor clave. A Dios le toma tiempo hacer crecer un roble e incluso una rosa, y lo mismo sucede con las oraciones. Existen muchas razones por las que no se pueden responder de inmediato.
Resulta difícil de comprender, pero algún día entenderemos muchas de las leyes y principios que rigen la oración y por qué a veces no obtuvimos algunas respuestas que esperábamos. Pero lo que sé es que si tan solo hubiéramos aguantado un poco más habríamos recibido respuesta a muchas oraciones. Habríamos logrado la victoria si no hubiéramos tirado la toalla tan fácilmente. Dios no fue quien nos negó la respuesta, fuimos nosotros quienes nos rendimos antes de que llegara.
La fe auténtica toma la determinación de persistir y supera la prueba de esperar pacientemente, tal como Jacob cuando dijo: «No te dejaré, si no me bendices»[1]. Se postran en oración y hacen examen de conciencia para ver si están cumpliendo con las condiciones que exige el Señor. Indagan en la Palabra hasta que su fe se fortalece, sin importar los obstáculos que surjan siguen adelante con firme determinación y alcanzan lo prometido. No dan cabida al desaliento ni se cansan, sino que siguen luchando y aguantan un poco más.
Y es en ese lapso de tiempo que algunas personas reciben la respuesta a sus plegarias, mientras que las que se rinden no la consiguen. Se trata de aguantar un poco más, de seguir adelante a pesar de las circunstancias y de escuchar comentarios desalentadores. No es que enfrentaron pruebas más fáciles que las nuestras, sino que no se rindieron, no cedieron terreno y siguieron luchando.
El Duque de Wellington que venció a Napoleón en la batalla de Waterloo, dijo que los soldados británicos no eran más valientes que los franceses pero sí lo fueron por cinco minutos más. La clave de la victoria fue aguantar un poco más.
Cualquier cosa maravillosa puede ocurrir en ese lapso de tiempo en que no nos rendimos, sino que seguimos creyendo y orando. Al enfrentar la muerte, Robert Browning dijo: «Una pelea más, la última y la mejor».
Ojalá aguantáramos una pelea más. Tan solo cinco minutos más. El Dr. Frederick Harris describió esta actitud con las siguientes palabras: «Con frecuencia, lo que determina el resultado de un combate no es que los adversarios te superen en número, sino cuándo y dónde dejas de luchar. El puntaje final lo determina luchar cinco minutos más. En lugar de aceptar la derrota, en ese lapso de tiempo, dale a Dios una oportunidad. Se trata de una decisión, la de aventurarse a persistir a pesar de las apariencias y las consecuencias».
Jesús obtuvo Su mayor victoria en Getsemaní. La Palabra de Dios dice que Él «fue un poco más allá»[2]. Me pregunto si también nosotros podríamos ir un poco más allá en oración. ¿Podemos resistir un poco más y mostrar una mayor determinación? ¿Cuándo te rendiste ante el desaliento? ¿Cuándo dejaste de aguardar la respuesta?
A. B. Simpson, dijo lo siguiente sobre Hebreos 12:12-13: «Eso describe la firme determinación que debe mostrar cada ser humano para lograr el éxito y la victoria. Con excesiva frecuencia nos descarriamos, nos volvemos perezosos espiritualmente. Anhelamos mucho alguna cosa, pero no lo suficiente como para rogar fervientemente o examinar con diligencia la Palabra de Dios».
El Señor dijo: «Nadie hay que invoque Mi nombre»[3]. Como la parábola que Jesús narró sobre orar con importunidad. Recuerda hasta qué punto llegó aquel hombre para que su vecino abriera la ventana de su casa y le diera el pan que necesitaba[4]. Por eso, la Escritura dice: «Levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado» (Hebreos 12:12).
El Señor nos anima a levantar las manos de la fe y confirmar las rodillas de la oración. ¿Sientes que tu fe está exhausta y decaída? ¿Que tus oraciones han perdido potencia y eficacia?
Este ejemplo resulta sumamente convincente cuando nos volvemos tímidos ante los obstáculos, y sentimos la tentación de dar la vuelta y no enfrentarlos. Ese es el camino fácil. No sé cuál sea el obstáculo que enfrentas en tu situación en particular —problemas de salud o económicos—, pero sé que Dios está listo y preparado para ayudarte.
No escabullas el bulto. Existen muchas formas de rehuir los problemas en lugar de enfrentarlos en oración. ¿La solución requiere algún sacrificio de tu parte, que obedezcas en algún aspecto, que conquistes algo inexpugnable? Quizás se trata de un problema de salud que está solucionado a medias y al Señor le parece que no estás orando suficiente y rehúyes enfrentarlo.
La Palabra de Dios dice: «Levantad las manos caídas», sigue adelante en medio de la corriente. Las aguas se dividirán tal como hizo el mar Rojo, el Jordán se dividirá y el Señor te sacará adelante. Él siempre cumple Su Palabra, Dios es Dios y cumple lo prometido.
Dios sigue en el trono y te aseguro que la oración cambia las cosas. Amén.
Texto adaptado de una transcripción del programa Momentos de meditación. Publicado en Áncora en septiembre de 2020.
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