Celebrar la comunión
Tesoros
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[Celebrating Communion]
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Esto es Mi cuerpo que es para ustedes; hagan esto en memoria de Mí». De la misma manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre; hagan esto cuantas veces la beban en memoria de Mí». Porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga. 1 Corintios 11:23-26
La comunión es una sencilla ilustración de la última cena del Señor con Sus discípulos. Es la única ceremonia religiosa que el mismo Jesús instituyó y mandó a Sus seguidores que continuaran celebrándola hasta que Él vuelva. Debe ser una ceremonia de recuerdo y de acción de gracias, y un testimonio.
La comunión es un recordatorio de Jesús y Su muerte por nosotros: el sacrificio de Su vida por nuestra salvación, el quebrantamiento de Su cuerpo por nosotros. Es una celebración de acción de gracias por Su regalo de la salvación eterna. Es un testimonio ante otros de que Jesús murió por nosotros, para proclamar Su muerte hasta que Él venga. También es un momento de unidad, para que los creyentes se reúnan, demostrando que creemos como uno solo. Es un momento para renovar el amor fraternal, confesar pecados, rectificar asuntos, agradecer a Jesús por Su salvación y dar testimonio de Su bondad.
Cada año en la Pascua de Resurrección, cientos de millones de cristianos practicantes de todo el mundo —católicos, protestantes o sin denominación alguna— celebran el último día que pasó Jesucristo en la Tierra antes de Su muerte, además de la Última Cena que Él celebró con Sus discípulos en la Pascua. La fiesta de la Pascua era una celebración en la que los judíos conmemoraban su liberación de la esclavitud y el éxodo de Egipto, y lo hacían con alegría y acción de gracias.
Esa Pascua en particular sería triste para los discípulos, que compartían la última cena del Señor. El mismo Jesús, por un milagro, había encontrado un lugar para tener esa comida en la Pascua (Lucas 22:9-13). Entonces, celebraron lo que iba a ser conocido como la comunión o la eucaristía.
Después de que participaron en la comida de Pascua, el Señor habló a Sus discípulos sobre Su venidero sufrimiento y muerte, y solemnemente dirigió una ceremonia, una de las pocas que Él mandó a Sus discípulos que celebraran para conmemorar Su muerte. «Hagan esto cuantas veces la beban en memoria de Mí». Pablo dijo que al hacerlo así, «proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga» (1 Corintios 11:25,26).
El evangelio de Lucas nos dice: «Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: “Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí”» (Lucas 22:19). Jesús ilustraba para Sus discípulos lo que Él iba a hacer. Aquella noche Su cuerpo iba a ser quebrado, traspasado, lacerado, maltratado, derramaría Su sangre y terminaría dando la vida. Su cuerpo sería partido por ti y por mí.
Experimentó el dolor y sufrimiento corporal por Su muerte en la cruz, y al derramar Su sangre para nuestra salvación y nuestra curación. La Palabra de Dios dice: «Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fueron ustedes sanados» (1 Pedro 2:24).
«Tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio diciendo: “Beban de ella todos; porque esto es Mi sangre del pacto, la cual es derramada para el perdón de pecados para muchos”» (Mateo 26:27,28). Si has recibido a Jesús como tu Señor y Salvador, ya has participado de Su sangre para salvación, lo que el vino simboliza. A medida que participas del vino, das testimonio de haber recibido la sangre de Cristo para tu salvación espiritual. A medida que participas del pan, das testimonio de que recibes el cuerpo de Cristo que fue partido por ti.
«Hagan esto cuantas veces la beban en memoria de Mí». La comunión es una manifestación de tu amor por Él y el aprecio por el sacrificio que hizo para tu redención. Jesús no dijo con qué frecuencia deberíamos celebrar la comunión, pero que lo hiciéramos en memoria de Él y como un testimonio para Él.
Participar del vino de la comunión no te salva, porque ya has recibido Su salvación por fe. Sin embargo, esta ceremonia debería animar y confirmar tu fe, y es tu testimonio de que has recibido la sangre de Cristo para tu expiación, Su sacrificio por tus pecados.
¿Qué me puede dar perdón?
Solo la sangre de Jesús.
¿Y un nuevo corazón?
Solo la sangre de Jesús.
Precioso es el raudal
que limpia todo mal.
No hay otro manantial.
Solo la sangre de Jesús.
Robert Lowry, 1876
Nunca deberíamos olvidar la resurrección cuando hablamos de la muerte de Jesús. Si no hubiera sido por Su resurrección, Su vida y muerte no tendrían sentido. «Si Cristo no ha resucitado, entonces la fe de ustedes es inútil, y todavía son culpables de sus pecados. […] Si nuestra esperanza en Cristo es solo para esta vida, somos los más dignos de lástima de todo el mundo» (1 Corintios 15:17-19). ¡Pero gracias a Dios que Cristo ha resucitado!
No solo recordemos la muerte en la cruz o una imagen de Cristo en la cruz, el sufrimiento y la muerte. Jesús ya no está en la cruz. No tenemos un Cristo en el sepulcro: ¡Él ha resucitado! «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Corintios 15:55).
No tenemos un Cristo muerto colgado en un crucifijo; ¡en nuestro corazón tenemos un Jesús vivo!
Cristo resucitó
y a Sus enemigos derrotó.
Triunfó sobre las tinieblas de maldad
y por siempre con Sus santos reinará.
¡Revivió! ¡Revivió! ¡Aleluya! ¡Revivió!
Robert Lowry, 1874
El pasaje en 1 Corintios sobre la comunión da una seria advertencia: «De modo que cualquiera que coma este pan y beba esta copa del Señor de manera indigna, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor» (1 Corintios 11:27). ¿Qué significa participar de la comunión de manera indigna? Si tuviera el sentido de no merecerlo, nadie podría ser merecedor de la muerte de Jesús. No se puede ganar, ni trabajar por ello, ni merecerlo por mérito propio, ni por tu propia bondad, ni tu rectitud. No se puede merecer la muerte de Jesús, Su cuerpo, ni Su sangre derramada por ti.
Ninguno de nosotros merece la salvación, pero hay algo que debemos hacer, y es aceptar el sacrificio de Jesús y proclamarlo como nuestro Señor y Salvador. «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y si crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9). La única manera de ser merecedor de participar en la comunión es haber experimentado la salvación.
Jesús ha hecho todo lo demás. Él sufrió, murió y derramó Su sangre. Ahora somos llamados a proclamar Su muerte hasta que Él venga. ¿Cuál es el deber de todo cristiano? Testificar a otros, dar testimonio de su fe. Y solo se puede hacer eso porque Él nos hace dignos con Su salvación.
«Examínese cada uno a sí mismo, y coma así del pan y beba de la copa» (1 Corintios 11:28). Podemos saber que lo hacemos dignamente, con la dignidad que nos ha dado Cristo, porque sabemos que estamos salvados y que hemos bebido espiritualmente la sangre de Jesús y comido Su cuerpo al salvarnos.
Sin embargo, Pablo advierte de nuevo que «el que come y bebe, no discerniendo el cuerpo, juicio come y bebe para sí» (1 Corintios 11:29). Si los que no son salvos participan de la santa eucaristía sin ser salvos, beben juicio para sí mismos. La celebración de la comunión se reserva para los que han recibido la salvación en Jesús.
Jesús, gracias por Tu sacrificio, por Tu sangre que derramaste para remisión de nuestros pecados, el nuevo pacto en Tu sangre, que conmemoramos cada vez que participamos de la comunión. Lo hacemos en memoria de Ti: Tu sufrimiento, Tu amor, que moriste en nuestro lugar, que recibiste el castigo por nuestros pecados y que resucitaste.
Ahora atestiguamos y manifestamos nuestra fe en Ti, y Tu muerte por nosotros y el sacrificio de Tu sangre para nuestra salvación que lavó nuestros pecados. Gracias por Tu valiosísimo regalo de la salvación, la vida eterna, y porque podemos participar contigo de una comunión sin fin.
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2024. Leído por Gabriel García Valdivieso.
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