Así es el Cielo
María Fontaine
¿Alguna vez has sentido curiosidad por saber qué ocurre después que uno muere, qué te aguarda en el más allá, si es que hayun más allá? ¿Existe el Cielo? Y en caso afirmativo, ¿cómo es? ¿Encontrarás en él la felicidad? ¿Te reunirás allá con tus seres queridos? ¿En qué se distinguirá de la vida que llevas ahora en la Tierra?
La Biblia nos revela por adelantado muchas cosas que nos aguardan allá. Nos describe cómo será, cómo seremos nosotros, qué aspecto tendrá nuestro cuerpo y la vida que llevaremos. Además, hay numerosos testimonios de personas que, estando clínicamente muertas, abandonaron por un tiempo esta vida y fueron al Cielo, y que a su regreso refirieron lo que experimentaron.
Según la Biblia, una de las mayores diferencias entre la vida en la Tierra y el Cielo es que este último constituye un mundo perfecto, en el que reina la presencia de Dios y podremos disfrutar de toda la belleza y las maravillas propias de la vida terrena, pero sin la angustia, el dolor, la sensación de vacío, la soledad y el temor que muchas veces se apoderan de nosotros… Un mundo libre del egoísmo, la codicia y la destrucción que vemos en nuestro entorno.
El reino de Dios rebosará de amor, belleza, paz, bienestar, comprensión, alegría, compasión y sobre todo estará rodeado por la atmósfera envolvente del amor de Aquel que nos ama más que nadie: Dios. La Biblia enseña que Dios es un Dios de amor. Más aún, es el Espíritu de amor[1]. Por ende, Su casa —el reino de los cielos— es una morada de amor, donde no habrá más dolor, pesar, rechazo, congoja o soledad[2].
Según los relatos bíblicos, en la otra vida no seremos entes incorpóreos, informes, sin rostro, una suerte de brisa etérea. Tendremos un cuerpo muy similar al que poseemos ahora, pero que no padecerá los achaques, las incomodidades, el envejecimiento y el dolor que experimentamos en estos cuerpos terrenales[3]. Estaremos rodeados de nuestra familia e hijos y de nuestros seres queridos. Disfrutaremos de su compañía y juntos viviremos felices por la eternidad en presencia de Aquel que nos amó y nos creó.
Mucha gente tiene la impresión equivocada de que el Cielo es un lugar aburridísimo en el que los cristianos se la pasan flotando en las nubes, tocando arpas y entonando loores a Dios. No dudo de que el que quiera podrá tocar el arpa, y desde luego alabaremos a Dios; pero nuestra vida en el Cielo será mucho más rica e intensa. Es más, estoy convencida de que llevaremos vidas mucho más activas que las que llevamos aquí en la Tierra, aunque sin el estrés, las preocupaciones, la rivalidad y la lucha por la supervivencia que actualmente nos agobian. Estaremos totalmente inmersos en labores trascendentes, que afecten para bien la vida de los demás. Emplearemos el tiempo en actividades que nos proporcionen alegría y nos estimulen; no en las tareas pesadas, monótonas, rutinarias y carentes de sentido que a muchos nos toca realizar en nuestra existencia cotidiana aquí en la Tierra.
La Biblia dice que Jesucristo regresará a la Tierra para gobernarla, ayudado por los habitantes del Cielo, durante un período que, por su duración, se conoce como el Milenio[4]. Una de las tareas de los que amen a Dios y hayan ido a gozar de Su compañía después de esta vida será reconstruir y reorganizar el mundo y reeducar a sus pobladores. Se labrará así un mundo mejor donde predominen el amor, la verdad y la justicia; donde todos tengan suficiente y nadie acumule demasiado; donde no haya conflictos de poder, guerras, prejuicios raciales, disparidad entre ricos y pobres, engaño ni crueldad.
Los dos últimos capítulos del Apocalipsis describen el Cielo como una gigantesca ciudad de oro[5]. Dice la Biblia que esa maravillosa morada celestial descenderá un día sobre la Tierra y que entonces Dios habitará con los hombres[6]. ¡Los que lo amen y hayan reconocido en Jesús a su Salvador vivirán con Él en esa espléndida ciudad dorada! La Biblia revela que las calles de la misma son de oro y que está cercada por un muro compuesto de doce clases de piedras preciosas[7].
La buena noticia es que creyendo en Jesús cualquierapuede conseguir una entrada al Cielo y experimentar la dicha, la satisfacción y el amor eterno que Él quiere que tengamos tanto en esta vida como en la venidera. No importa quién seas, dónde te encuentres ni qué hayas hecho. Lo bueno o lo malo que seas queda completamente al margen, toda vez que nadie puede ganarse un lugar en el Cielo por sus propios méritos.
Ninguno de nosotros puede alcanzar un grado tal de bondad como para merecerse el Cielo; ninguno de nosotros por virtud propia es digno de ir allá. Por eso Dios envió a la Tierra a Su Hijo Jesús hace más de 2000 años. Al morir por nuestros pecados, Jesús pagó por nuestra salvación. De ahí que creyendo en Él como nuestro Salvador podemos recibir Su regalo de vida eterna. Eso nos libera de la carga que supone esforzarnos por ser buenos para obtener el Cielo a base de bondad y rectitud, algo que de todos modos sería imposible, pues al fin y al cabo somos seres humanos imperfectos y defectuosos.
Mediante Su muerte en la cruz Jesús nos abrió a cada uno la puerta para gozar de la vida eterna en Su reino. No podemos acceder a él por méritos propios; tampoco podemos ser tan malos como para quedar excluidos. Jesús nos ama tal como somos. Él te conoce, sabe lo que albergas en tu interior y todo lo que has hecho, hasta tus secretos más íntimos. Lo sabe todo, y aun así te ama, ya que Su amor es infinito.
Su amor trasciende con creces todo lo que alcanzamos a ver o a entender aquí en la Tierra. Su amor es capaz de llenar cualquier vacío, de aliviar cualquier dolor o angustia. Puede tornar el pesar en alegría y el llanto en risa, cambiar el sinsentido en sensación de realización. En el momento en que lo precises, puedes pedirle auxilio: Su amor te acompañará y te ayudará.
Puedes recibir el amor de Jesús y asegurar tu destino eterno con Él en el Cielo simplemente orando y pidiéndole que te conceda Su don de salvación. Si abres tu corazón a Jesús y lo invitas a entrar en tu vida, permanecerá contigo para siempre. ¡Jamás lo perderás! Una vez que recibes a Jesús tienes una reservación permanente en el Cielo que no puede cancelarse nunca. Y cuando esta vida toque a su fin, ¡morarás en Su presencia para siempre!
Si bien la salvación es un obsequio, una vez que hayas acogido Su amor en tu corazón Él quiere que hagas lo que puedas por amar a los demás y hablarles del divino reino celestial. Preséntale a otros la verdad acerca de Jesús y el amor que te ha dado para que ellos también puedan experimentar gozo, ¡tanto en esta vida como en la venidera!
Artículo publicado por primera vez en enero de 1997. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2022.
[1] 1 Juan 4:8; Juan 4:24.
[2] Apocalipsis 21:4.
[3] 1 Corintios 15:50–53.
[4] Apocalipsis 20:1-4.
[5] V. Apocalipsis 21:16.
[6] Apocalipsis 21:3.
[7] Apocalipsis 21.
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