Amistad con Jesús
William B. McGrath
Hay ciertos libros por los que pago muy poco dinero y, después de leerlos, siento que estoy cumpliendo el versículo del Salmo 119:162: «Me regocijo en Tus promesas como quien halla un gran botín». Me doy cuenta que encontré un tesoro estupendo y valioso, uno que pareciera pasar desapercibido para muchos. J. R. Miller escribió: «Los buenos libros nos traen beneficios inestimables. Nos hablan de nuevos mundos y nos inspiran a conquistarlos. Nos muestran ideales nobles y sublimes, y nos estimulan a alcanzarlos. Nos hacen más grandes, mejores, más fuertes. La ayuda que recibimos de los libros es incalculable»[1].
Puede que pienses que soy un anticuado, pero yo no confío tanto en «la nube» para resguardar mi biblioteca, que es una posesión invaluable y que para mí no tiene precio. Me gustan los libros impresos. La cantidad de luz que ha surgido de las Escrituras a través de los escritos de grandes hombres y mujeres de Dios es algo que no podemos contener. Un excelente libro se debe leer pausadamente, se debe meditar y absorber con atención. A veces es fácil menospreciar y desperdiciar el valor de la palabra impresa.
Hace poco encontré un libro que instintivamente sentí que podía ofrecerme mucho. Empecé a leer Las amistades de Jesús de J. R. Miller, y para mi agradable sorpresa, es un libro excelente, muy profundo. Pero me di cuenta que debía reducir la marcha si quería beneficiarme de la lectura y absorber las palabras, para captar los pensamientos estupendos que ofrecía. Cuando lo hice, y releí ciertas secciones, me percaté de que este libro estaba sacando a la luz algo que había existido durante muchos años en lo profundo de mi propio subconsciente. Había ciertas opiniones y actitudes en lo profundo de mi ser que habían estado ahí por años, muy sutiles y negativas. El efecto de esos pensamientos, esas «vanidades ilusorias», no me había permitido, o al menos me había dificultado enormemente, convertirme en un verdadero amigo íntimo de Jesús. Ideas como: «¿Por qué me permitiría Jesús ser Su amigo? No me lo merezco. Debe saber lo caótica que es mi vida... No hay lugar para mí en Su círculo íntimo».
J. R. Miller escribe:
¿Qué bendición o inspiración de amor puede darle una vida pobre, estropeada y viciada al alma de Cristo? Sin embargo, los Evangelios contienen abundantes evidencias de que Jesús ansiaba el amor de los seres humanos, que las amistades que tuvo le brindaron cariñoso consuelo, y que gran parte de su sufrimiento más agudo fue causado por fracasos en el amor de quienes deberían haber sido amigos fieles. Anhelaba afecto, e incluso entre los débiles e imperfectos hombres y mujeres que lo rodeaban, generó muchos apegos sagrados que lo fortalecieron y lo consolaron[2].
Me asombra que además de Su amor universal y divino por la humanidad, Jesús tenía amistades personales. Hebreos 2:17 nos dice: «...era preciso que en todo se asemejara a Sus hermanos». Medité en esto. Jesús vivió una vida muy normal y práctica, y quería, incluso anhelaba, identificarse con nosotros y ser nuestro amigo. Fue humano hasta el mismo final, pero no cometió pecado. Sus milagros siempre tenían el propósito de ayudar a otros.
Cuando eligió a Sus discípulos, que iban a ser Sus amigos, los eligió intencionalmente de entre la gente común, no de entre los privilegiados y los poderosos. No se dirigió al Sanedrín en busca de personas con una capacidad mental excepcional. Le interesaban las cualidades del corazón. Era humano, uno de nosotros.
El siguiente es otro pasaje de Las amistades de Jesús:
Habló de sí mismo como el Hijo del hombre, no como el hijo de un hombre, sino como el Hijo del hombre, y por ende el hermano de todo hombre. El que llevara la imagen de humanidad tenía un lugar en su corazón. Su empatía se manifestó en todas las situaciones de necesidad de un ser humano y deseaba ser bendición. No hubo persona cuyo pecado no mereciera el amor y la compasión de Jesús. El pasaporte a su corazón era la mera condición humana.
Todas las invitaciones que Jesús hizo llevan el sello de esa amplitud extraordinaria. «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar». «Al que a Mí viene, no lo echo fuera». «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba». Estas frases emanaban de Su boca. Ningún hombre o mujer, al escuchar estas invitaciones, podría pensar: «No me puede ofrecer nada». No existía indicio de posible exclusión para nadie. No pronunció palabra alguna sobre la clase de gente que podría acercarse a Él: los justos, los respetables, los cultos, los limpios, los de buena cuna, los acomodados. El vocabulario de Jesús no contenía ese tipo de palabras[3].
El dinero de un hombre bueno nunca vale más que su amor. Sin duda, el mayor honor en este planeta, mayor que el rango, la posición o la riqueza, es la amistad de Jesucristo. Y ese honor está al alcance de todos. […]
Los relatos de las amistades de Jesús cuando estuvo en la Tierra no tienen por qué hacer que nadie suspire: «Cómo me hubiera gustado vivir en esos días, cuando Jesús vivió entre los hombres, y haber sido Su amigo también, haber sentido la calidez de Su amor, mi vida se habría enriquecido al estar en contacto con la Suya, y mi espíritu se habría vivificado con Su amor y gracia». Las amistades de Jesús, cuyas historias leemos en el Nuevo Testamento, son solo patrones de amistades que están a nuestro alcance, si estamos dispuestos a aceptar lo que nos ofrece y consagrarle nuestra vida con fidelidad y amor[4].
Jesús ansiaba la bendición de las amistades y, al seleccionar a los doce, contaba con recibir consuelo y fortaleza de su convivencia con ellos.
Pero Su deseo más ardiente era ser una bendición para ellos. No vino «para ser servido, sino para servir», no para tener amigos, sino para ser un amigo. Escogió a los doce para darles honor y bondad; para purificar, refinar y enriquecer sus vidas; y prepararlos para ser Sus testigos, los conservadores del Evangelio, los intérpretes de Su vida y Sus enseñanzas. […] «Mi Padre y Yo somos uno», dijo Jesús; Su amistad, por lo tanto, es la amistad del Padre. Los que lo aceptan de corazón enriquecen sus vidas con abundancia de bendiciones[5].
Leer estos pasajes me abrió un gran tesoro y elevó mi fe. No creo que sea difícil para muchos reconocer que una gran carencia entre los cristianos de hoy es la consagración de corazón, un amor más sincero y profundo por el Salvador. Quiero cultivar esas cualidades en mi propia vida y conservarlas en un lugar sagrado, por encima de todo, y por encima del servicio. En la Biblia, Jesús se compara a Sí mismo con un novio, y a todos los que componen Su iglesia con Su esposa. Para mí, eso determina el concepto que tiene de nuestra relación.
[1] J. R. Miller, Making the Most of Life, Ch. XV, Helping and Over-helping.
[2] J. R. Miller, The Friendships of Jesus (Las amistades de Jesús), Cap. 1, The Human-heartedness of Jesus.
[3] J. R. Miller, The Friendships of Jesus (Las amistades de Jesús), Cap. 4, Conditions of Friendship.
[4] J. R. Miller, The Friendships of Jesus (Las amistades de Jesús), Cap. 1, The Human-heartedness of Jesus.
[5] J. R. Miller, The Friendships of Jesus (Las amistades de Jesús), Cap. 5, Jesus Choosing His Friends.
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