Volverse parte de nuestro corazón
Steve Hearts
[A Part of Our Hearts]
Una cosa es tener mucho conocimiento de algo, y otra es convertir ese conocimiento en parte integral de quien uno es, de modo que una creencia pasa a ser parte de nuestro corazón y de nuestras acciones.
Cuando era joven, me sentía orgulloso de mi capacidad de memorizar pasajes de la Biblia con facilidad y rapidez. Solía emplear ese conocimiento para reforzar mis argumentos al debatir. Soltaba un versículo tras otro para demostrar lo «espiritual» que era. Si bien logré impresionar a unas cuantas personas, Dios conocía mi corazón.
Con el paso del tiempo, las dificultades de la vida incrementaron. Me quejaba de ellas y cedía ante su peso, en vez de encontrar fortaleza en la Palabra de Dios. Al Señor le tomó bastante tiempo hacerme ver que Su Palabra no es solo para estudiarla y memorizarla, sino también para vivirla y aplicarla. Más que solo quedarse en nuestros oídos y nuestra mente, debe penetrar hasta lo más profundo de nuestro ser y convertirse en parte de nuestra vida.
Por ejemplo, podía recitar perfectamente Santiago 1:2-3: «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia». Pero en vez de agradecer a Dios cuando tenía problemas y dificultades, demostraba lo contrario con mi actitud. Dios me estaba exigiendo un cambio drástico para vivir según ese versículo, y no fue nada fácil. Sin embargo, con Su ayuda, empecé a cambiar mi actitud negativa y quejumbrosa por una de gratitud y alabanza. Puedo dar fe de que eso hizo una diferencia monumental en mi vida.
El Señor empleó la siguiente situación para dejar claro este punto de vivir y aplicar Su Palabra:
Mi capacidad musical me permite tocar varios instrumentos, pero no tengo ninguna formación en música escrita, ni siquiera en Braille (siendo invidente). Conozco muy poco de terminología musical. En cierta ocasión, mientras me quejaba al respecto, mi hermano mayor me dijo: «Pero tienes una gran ventaja sobre quienes son incapaces de tocar sin las partituras de la música. La música misma vive en tu mente y en tu corazón, tanto si puedes leer las notas como si no».
El Señor me mostró que debo vivir y aplicar Su Palabra de la misma manera práctica en que vivo y aplico mi conocimiento musical. Entendí que es posible dedicar muchas horas a leer, estudiar y aprender casi cualquier materia. Pero si no se usa, no se aplica ni se vive lo aprendido, todo ese conocimiento puede ser en vano.
Mi familia y yo somos amigos de una señora que ejerce la psicología. Durante años, descartó todos nuestros comentarios y sugerencias sobre Jesús y la salvación. Pero al ocurrir un suceso horrible —cuando su hermana y cuñado fueron trágicamente asesinados—, todo el conocimiento que pensó que la mantendría fuerte se hizo añicos. Acudió a Jesús en busca de ayuda y le pidió que entrara a su vida.
Cierto día nos confesó: «Estudié psicología durante años, y puedo hablar exhaustivamente sobre muchos temas, pero todo ese conocimiento no me ayuda lo más mínimo en este momento. Lo que me está ayudando ahora es el consuelo que recibo al comprender mejor el gran amor que tiene Jesús por mí y Su Palabra».
Me recuerda el relato de un joven profesor de psicología, un experto en las emociones y reacciones humanas, muy querido por sus estudiantes.
Cierta tarde recibió una nota de su hermano en la que le informaba que su madre, a quien no había visto en cinco años, se encontraba enferma. El pronóstico de los doctores no era bueno, y ella anhelaba verlo. El profesor decidió viajar para visitarla el siguiente fin de semana, que se celebraba el día de la Madre.
Pocos días antes del viaje, la dueña del sitio que arrendaba el profesor le preguntó qué planeaba llevar consigo. Puesto que el joven profesor no tenía idea, le pidió a ella que escogiera algo para llevarle a su madre. Al día siguiente, el cartero tocó a la puerta con un hermoso ramo de rosas.
Tan pronto vio las flores, empezó a poner excusas: «A mi madre no le interesa mucho el sentimentalismo. Además, ¿cómo llevaré las rosas en el tren? ¿Qué pensará la gente?» Pero la casera no se amilanó. Insistió en que debía llevar consigo las rosas.
Durante todo el viaje en tren, el profesor se sintió incomodo. Imaginaba que algún conocido lo vería con las flores. Cada vez que veía que una figura familiar se acercaba, las escondía detrás del periódico.
Al llegar a casa y darle las flores, su madre intentó rechazarlas, diciéndole que debía ahorrar para su futuro, en vez de comprarle regalos. Habiendo esperado esa reacción, el profesor se sintió justificado.
Al día siguiente, el profesor salió a caminar y se encontró con una vieja amiga de la familia. «Vengo de visitar a tu madre», dijo presa de la emoción. «Lo único de lo que habla es de las rosas que le trajiste.» El profesor no podía creer en las palabras de su amiga, hasta llegar a casa y escuchar a su hermano y su cuñada repetir las mismas palabras.
Al día siguiente —el día de la Madre—, la anciana señora no bajó a desayunar. El profesor tocó a su puerta y descubrió que había pasado tranquilamente a mejor vida mientras dormía. En sus manos apretaba el ramo de rosas que le había traído.
El joven cayó en la cuenta de que tal vez era a él al que no le importaban los sentimentalismos y que a lo mejor su madre reaccionaba de esa manera por él. Creía conocer y entender muy bien las emociones humanas, pero esa agridulce experiencia le demostró que conocer información y poner en práctica de corazón lo que uno enseña son dos cosas muy distintas.
He adoptado la costumbre de orar lo siguiente antes de estudiar la Palabra de Dios: «Señor, haz que Tu Palabra se vuelva parte de mi corazón y mi vida, en vez de solo aumentar mi conocimiento».
Este artículo fue adaptado de un podcast de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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