Victoria en la vejez
Virginia Brandt Berg
Alguien me preguntó el otro día: «¿Por qué revelas tan seguido tu edad?» La verdad es que me parece fantástica la manera en que me ha guiado y guardado el Señor durante todos estos años. ¡Ya tengo ochenta años!
Me gustaría proclamarlo desde las azoteas, porque glorifica al Señor y lo que Él ha hecho. Es un tremendo milagro que, habiendo sido yo una pobre inválida —pasé casi cinco años en cama con la espalda rota— el Señor me haya acompañado todo este tiempo de manera tan maravillosa.
Yo que ustedes, no le temería a la vejez. Algunos son muy temerosos y piensan que la tercera edad trae aparejados toda clase de infortunios e inconvenientes, que es una verdadera calamidad. Mi vida como cristiana ha sido una aventura gloriosa, maravillosa y emocionante, llena de victorias en determinados momentos, por medio del Señor Jesucristo.
Sin embargo, confieso que, sin el Señor, mi vida hubiera sido una experiencia tediosa y llena de desengaños y fracasos. He tenido oportunidad de hablar con muchas personas a las que las atormenta una sensación de inutilidad. Se sienten inquietas y nada las satisface, porque no conocen al Señor ni tienen verdadera fe en Dios.
¿A cuántas personas mayores conocen que tengan el rostro radiante de felicidad? Muchos de los rostros ancianos con que se cruza uno por la calle se perciben tristes o llenos de temor, y eso se debe a su falta de fe en Dios. No tienen un ancla que los sostenga en tiempos tempestuosos; no tienen al Señor en quien confiar. No hay gozo en su rostro porque ese gozo tampoco está presente en su corazón.
Creo que les comenté una vez algo que dijo Gypsy Smith[1]. Contó la historia de una verdadera santa de Dios, una anciana madre que conoció en Israel con quien tuvo oportunidad de confraternizar. Contaba que Jesús resplandecía de tal manera en su rostro, que parecía «una antigua catedral iluminada para el servicio nocturno».
A veces nos encontramos con gente mayor que es como aquella anciana. Tienen muchísima fe en Dios y dan testimonio de las magníficas victorias y las experiencias tan maravillosas que han vivido. Y es porque creyeron en el Señor. Dicen: «Dios es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?»[2] ¡Ni siquiera al paso de los años le tengo miedo!
Pase lo que pase, estoy en manos de Dios. Él es un Padre amoroso y sé que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios[3]. Hay que vivir conforme a esa gloriosa promesa. Como decía Raymond Richey[4]: «Cada día se pone mejor y mejor».
Encontré este poemita que es fiel reflejo de mi propio testimonio:
No busco la puesta del sol
a medida que mis días se acaban,
busco más bien el alba
con su suave luz dorada
que me recibirá un buen día
en ese lugar glorioso
donde no hay noche ni tinieblas
sino esplendor, luz, brillo y gozo.
No voy hacia el horizonte
donde ya se esconde el sol,
donde reinan grises sombras
y se acaba el resplandor.
Me dirijo hacia esa cima
a la que un día he de llegar,
la magnífica alborada
de mi eterno y bello hogar.
¡No desciendo, siempre subo!
¡No me canso de ascender!
Porque ya va despuntando
mi glorioso amanecer.
Con los ojos en la cima
y con trémula emoción
aguardo el alba, y lo que espera
más allá del sol.
A. S. Reitz, 1953
¡Qué maravilloso es ser cristiano! Jesús habló de la fe y amonestó a las personas de Su día por tener tan poca fe[5]. En ocasiones vemos lo temerosa que es la gente e incluso cuánto temen el futuro. Pero, ¿por qué? ¡Si Dios no cambia con el paso de los años! El Señor sigue siendo el mismo y Sus promesas son verdaderas, así de simple. Su Palabra se aplica por igual a las personas mayores y a las jóvenes. Él siempre permanece igual[6].
Algunos están muy preocupados por los afanes de la vida, y Jesús habló y dijo: «Hombres de poca fe, vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de esas cosas»[7]. Por eso cuando envejezcan, Él sabrá también cuáles son sus necesidades, de la misma manera en que lo supo cuando eran jóvenes y estaban llenos de vida y vitalidad. Ninguna de las promesas de Dios ha cambiado. El versículo que dice: «Si puedes creer, al que cree todo le es posible»[8] sigue siendo tan eficaz a los ochenta como lo era a los dieciocho.
Jesús se sorprendió ante la notable fe de extranjeros como el centurión romano o la mujer sirofenicia, cuando Su propia gente tenía tan poca fe[9]. A veces me asombro ante la falta de fe que noto entre seres queridos que han sido cristianos durante mucho tiempo.
En épocas de grandes pruebas, Dios se reveló a Sí mismo, y lo encontré tan real que podría gritar con plena confianza: «Yo sé en quién he creído»[10]. En emergencias repentinas, en épocas de pruebas que se prolongan, Él cumple Su Palabra y la promesa que dice: «Porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador, no temeré lo que me pueda hacer el hombre.»[11]
«No temeré» es una declaración de confianza. Entonces viene la pregunta: ¿Qué me puede hacer el hombre? «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?»[12]
En emergencias y pruebas inesperadas que se prolongan, Dios cumple con Sus promesas de la misma manera en que lo hacía cuando éramos jóvenes. Lo que nos dice es: «No te dejaré en la vejez»[13]. Cuando te sientas estresado, ¡no te desanimes! Él dice: «No te desampararé». ¡Y te lo dice en serio!
Ese es el Dios que conocemos, al que hemos puesto a prueba vez tras vez a lo largo de la vida, en toda clase de circunstancias; y es el Dios que en este momento está dispuesto a apoyarte en cualquier prueba que puedas estar atravesando. A todos los que sientan que ya no pueden seguir adelante a menos que alguien les aligere la carga, o los que sientan la necesidad de sentir el toque sanador de Dios sobre sus cuerpos enfermos, les digo: Esto es para ustedes. Dios es fiel. «Tú, por Tus muchas misericordias no me has abandonado»[14].
No importa cuántos años tengas, tampoco cuál sea la dificultad que encuentras, el Señor está pendiente de ti en este mismo instante. Él anhela estar a tu lado. «Venid a Mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar»[15]. Él vela por ti en este mismo instante.
Querido Jesús, bendice y consuela, y responde nuestras oraciones. Gracias, Padre Celestial. Amén.
Tomado y adaptado de una transcripción de un programa de radio de Momentos de Meditación. Publicado en Áncora en junio de 2020.
[1] Rodney (Gypsy) Smith. 1860-1947. Nació en una tienda, se crió en un campamento gitano y nunca fue a la escuela. Sin embargo, influyó en la vida de millones de personas mediante su poderosa predicación del evangelio.
[2] Salmo 27:1.
[3] Romanos 8:28.
[4] Raymond T. Richey (1893-1968) fue un famoso evangelista con el don de curación. Se cree que más de un millón de personas respondieron a su llamado para salvación o sanidad durante su ministerio.
[5] Mateo 6:30.
[6] Hebreos 13:8.
[7] Mateo 6:30–32.
[8] Marcos 9:23.
[9] Mateo 8:5–10; Marcos 7:26–29.
[10] 2 Timoteo 1:12.
[11] Hebreos 13:5–6.
[12] Romanos 8:31.
[13] Isaías 46:4.
[14] Nehemías 9:19.
[15] Mateo 11:28.
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