¡Venid en pos de Mí!
Y os haré pescadores de hombres (Mateo 4:19)
David Brandt Berg
Cuando Jesús, caminando junto al mar, llamó a unos pescadores que acababan de hacer la pesca mayor y más milagrosa de sus vidas diciéndoles: «Venid en pos de Mí»[1]. Fue como si les dijera: «Esa es la mayor cantidad de peces que van a recoger. Es lo máximo. Vengan conmigo ahora y les enseñaré a pescar algo mejor».
«Pasando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: “Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres”. Ellos entonces, dejando al instante las redes, lo siguieron. Pasando de allí, vio a […] Jacobo y su hermano Juan, en la barca con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron»[2].
Tenían tanta fe que renunciaron a todo y siguieron a Jesús. ¿Cómo se les ocurrió seguir a aquel extraño desconocido y Su variopinta pandilla? Porque Él decía la verdad, y notaron que era la voz del propio Dios. Aquellos malolientes pescadores se marcharon tras un perfecto desconocido, ¡y escribieron una página en la historia que ha contribuido a la salvación de millones de almas para la eternidad! ¿Verdad que ahora resulta ridículo comparar unos cuantos pescados, una barca y un negocio con los millones de almas inmortales que se han salvado para la eternidad gracias a la decisión que tomaron aquel día aquellos pescadores de poner a Dios primero, dejarlo todo, renunciar a todo y seguir a Jesús? Ahora que se pueden ver los resultados, está claro que fue una buena decisión.
Servir al Señor cuesta algo. Él dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo»[3]. Dice que esos son los mandamientos primeros y más grandes en importancia, y que no se han de tener dioses ajenos delante de Él, porque Él es un Dios celoso[4]. Desea nuestro amor y que lo amemos a Él ante todo y por encima de todo. Que busquemos primeramente Su reino.
Un ejemplo elocuente de entrega y dedicación a Jesús tiene más fuerza que los sermones que puedas predicar. Eso es lo que suele estimular, entusiasmar, alentar y animar a los demás, ver un ejemplo de entrega y darse cuenta de que eres feliz al dedicarte exclusivamente a servir al Señor. A fin de cuentas, la mayoría de la gente quiere algo por lo que valga la pena vivir y también morir. Como decía mi madre: «¡Prefiero morir por algo que vivir por nada!» ¿Buscas un desafío para entregar la vida por algo que valga la pena? ¿Por qué conformarse con hacer algo a medias, algo mediocre?
No hagas como el joven rico, que acudió presuroso a Jesús buscando sinceramente soluciones, y a quien Jesús le dijo: «Anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y ven, toma la cruz y sígueme, y tendrás tesoro en el cielo»[5]. Dice que oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
Lo más triste era que las riquezas no le habían proporcionado felicidad ni satisfacción a aquel joven, porque de lo contrario no habría acudido corriendo a Jesús a suplicarle una solución. Sin embargo, cuando Jesús le dio el secreto de la vida, el amor y la felicidad, que era renunciar a todo por amor a Él y al prójimo, se fue todavía lleno de la tristeza que dan las riquezas. De vuelta a sus riquezas, que no le habían satisfecho. ¡A pesar de ser tan rico no fue capaz de pagar el precio de la alegría que produce el darlo todo! Lo cual, por supuesto, demuestra que amaba las posesiones más que a Dios. Es una historia muy triste.
Para tener «muchas posesiones» no es preciso tener mucho. Basta con que a tus ojos sean un poquito más grandes que Dios, basta con que te impidan servirle. Eso es todo. Basta que te impidan romper con ellas y servir al Señor. Trátese de fama, fortuna o placeres, cuesta renunciarlo. Por lo general, cuanto más se tiene, más cuesta abandonarlo. Pero si estás dispuesto a renunciar a una cosa buena a cambio de otra mejor y más grande —como aquella niña del cuadro, que dejaba caer su juguete habiendo perdido todo interés en él mientras alzaba la mano para que se le posara en el dedo una hermosa paloma que descendía—, Dios te bendecirá enormemente.
Jesús nunca obligó a nadie a seguirle. Simplemente dijo: «Venid en pos de Mí» y «Venid y ved». Él no te obliga. Tienes que ofrecerte de voluntario. Dijo: «Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a Su mies»[6]. Gustosamente te enviará si estás dispuesto. A Él le gustan los voluntarios que se entregan de todo corazón.
A fin de cuentas, Jesús lo entregó todo. Vino, padeció, derramó Su sangre y dio la vida por ti para salvar tu alma, para salvarte la vida por la eternidad. Jesús estuvo dispuesto a morir por nosotros para salvarnos, y quiere que nosotros estemos dispuestos a dar la vida por Él para salvar a los demás. Él murió por nosotros y por los demás, y nos pide por tanto que nosotros estemos dispuestos a hacer lo mismo. «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos»[7].
Ya no eres dueño de ti mismo. «¿Ignoráis que no sois vuestros? ¡Porque habéis sido comprados por precio! ¡Con la sangre preciosa de Cristo!»[8] Jesús nos compró y pagó por nosotros. Somos propiedad Suya, y ahora le pertenecemos a Él. Caramba, con todo lo que Jesús hizo por nosotros, naturalmente que se lo debemos todo. Por supuesto que debemos seguirle y procurar convertir a tantas personas más como podamos. Sin duda deberíamos estar dispuestos a morir por alguien que nos salva la vida. Por eso dice la Palabra de Dios: «Os ruego que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional»[9]. No es sino «culto racional» el tratar de devolver nuestras vidas a Jesús, puesto que Él dio la Suya por nosotros.
Él murió para salvarnos. ¿Por qué no íbamos a morir a nosotros mismos para salvar a otros? Es más, el apóstol dijo: «En esto hemos conocido el amor de Dios, en que Él puso Su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos»[10].
El propio Jesús dijo: «Si el grano de trigo que cae a la tierra no muere, queda solo, ¡pero si muere lleva mucho fruto!»[11] Si «morimos cada día» por el Señor sirviéndole[12], llevaremos mucho fruto: más cristianos como nosotros que prediquen el Evangelio a más perdidos y los conquisten también para el Señor, a fin de que Él tenga mucho más fruto.
«Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí, éste la salvará. En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así Mis discípulos»[13].
«Cada uno dé como propuso en su corazón; no con tristeza ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre»[14]. ¿Y tú? ¿Estás dispuesto a «dar alegremente» tu vida a Jesús?
Recopilado de los escritos de David Brandt Berg, publicado por primera vez en febrero de 1984. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2015.
[1] Mateo 4:19
[2] Mateo 4:18-22
[3] Mateo 22:37-40
[4] Éxodo 20:3-5
[5] Mateo 19:21
[6] Mateo 9:38
[7] Juan 15:13
[8] 1 Corintios 6:19-20; 1 Pedro 1:18-19
[9] Romanos 12:1
[10] 1 Juan 3:16
[11] Juan 12:24
[12] 1 Corintios 15:31
[13] Lucas 9:23-24; Juan 15:8
[14] 2 Corintios 9:7
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