Vence con el bien el mal
Recopilación
«No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.» Romanos 12:21[1]
Resulta interesante que el apóstol Pablo escribiera «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» a los cristianos de Roma, dadas las evidentes similitudes entre el clima social que había en Roma en el siglo I y el que impera hoy en día en gran parte del mundo.
El mal abundaba en Roma, y su influjo era muy fuerte. No fue precisamente por su modestia, bondad y compasión que el Imperio romano se convirtió en la potencia dominante del mundo occidental. La riqueza estaba en manos de unos pocos que se servían de ella para avasallar a los demás. Los ricos y los poderosos vivían con derroche de lujos mientras las masas bregaban por sobrevivir. Unos se entregaban a las perversiones y el libertinaje, mientras que otros no hacían caso de esas cosas.
El cristianismo era una religión más, y Cristo una deidad entre muchas. Teniendo en cuenta la turba de dioses que adoraban los romanos, debía de ser muy difícil convencer a alguien de que Jesús era «el camino, la verdad y la vida»[2]. ¿Algún parecido con la realidad actual?
Es fácil sentirnos abrumados por el mal que hay en el mundo. Todos los días nos enteramos de algún crimen aterrador que se ha cometido. Los medios de comunicación de masas compiten entre sí por difundir expresiones cada vez más novedosas y espeluznantes de violencia, perversión y maldad. Hay casos en que la ficción se inspira en la vida real, y viceversa; lo que está claro es que en la mente de muchos la vida ha perdido todo carácter sagrado. ¿Qué podemos hacer para recomponer un mundo tan sumido en la maldad?
Ese mismo dilema se les planteó a los cristianos de Roma. Y el consejo del apóstol Pablo sigue igual de vigente: «Vence con el bien el mal». Si vemos un plato sucio, nada remediamos con enojarnos. De nada sirve tampoco hacer como si no lo viéramos. La única solución es someter ese plato a un buen lavado con agua y jabón.
Si una habitación está oscura, uno puede echar pestes contra las tinieblas y quejarse por lo desagradables que son; pero también puede accionar el interruptor o abrir las cortinas y dejar entrar la luz. Lo mismo sucede con los males de la sociedad. Podemos dejar que nos desanimen, nos depriman y nos enojen —«ser vencidos de lo malo»—; o podemos constituir una fuerza positiva, aunque no sea más que dando ejemplo nosotros mismos.
No todos los platos terminarán limpios, ni se iluminará cada corazón entenebrecido. Sin embargo, cada uno de nosotros puede hacer lo que está dentro de sus posibilidades día tras día, con cada persona, y con cada decisión. Marie Péloquin
Enfunda tu espada
La Palabra de Dios nos enseña: «No paguéis a nadie mal por mal»[3] y «Cuando lo maldecían (hablando de Jesús), no respondía con maldición»[4]. «Mirad que ninguno pague a otro mal por mal». Ese pasaje se encuentra en Tesalonicenses. «Mirad que ninguno pague a otro mal por mal» y «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal»[5]. ¡Esas son las preciosas exhortaciones de la Palabra de Dios!
¿Vencer con el bien el mal? ¿Cómo? Al demostrar amor. Puede ser en la forma de algún favor especial. Puede ser tomar la iniciativa y esmerarse por comentar una de las cualidades que posee alguien. Es probable que esa persona esté sedienta de amor o que anhele que alguien se siente a hablar con ella y le demuestre aprecio. Estoy segura que debe tener alguna cualidad digna de admiración.
En este mundo es normal devolver el golpe. Es natural pagar con la misma moneda y exigir ojo por ojo. Pero la vida cristiana no se rige por lo natural. Hemos nacido de nuevo y las cosas viejas han pasado; todas son hechas nuevas, lo afirma la Palabra de Dios[6]. Somos criaturas nuevas en Cristo Jesús. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él[7].
Pero, ¿qué es el espíritu de Cristo? «Cuando lo maldecían, no respondía con maldición.» Sus palabras en la cruz —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»— son la esencia misma de ese espíritu[8].
Cabe recordar que cuando se dirigió a Pedro, momentos después que el apóstol cortara la oreja del siervo del sumo sacerdote, le dijo: «Guarda tu espada en su vaina». Acto seguido, volvió a poner la oreja del siervo en su lugar y la sanó[9]. Cuando se vean asaltados por enojo y resentimiento, repitan ese pasaje: «Guarda tu espada en su vaina. Guarda tu espada en su vaina».
El camino de Dios hacia la victoria es vencer al mal con el bien[10]. Siempre ha sido así. Ese fue el mensaje —y es el camino— de la cruz. Es la única manera de derrotar el mal. Ese accionar nos acerca a Dios y terminará ganando el corazón de otros a Él. Ese es el camino de Dios.
Dios entregó a Su hijo por los pecados del mundo, pero el mundo lo golpeó, destrozó Su cuerpo y lo atravesó con lanzas. Pese a ello, Dios tomó la misma sangre derramada por Su hijo y la extendió como una bandera carmesí sobre este mundo. Sobre esa bandera, escribió: «Los amo. Los he amado con amor eterno». Amén. Virginia Brandt Berg
¿Cómo debería reaccionar un cristiano?
¿Cómo debería reaccionar un cristiano ante el mal? Como reaccionó Cristo en circunstancias similares. Jesús optó por vencer el mal por medio del bien y nosotros podemos hacer lo mismo.
En Su famoso Sermón del Monte, Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo”. Pero Yo os digo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?”»[11].
Más adelante, en ese mismo sermón, Jesús explicó que obtenemos perdón y misericordia en la misma medida en que utilizamos el perdón y la misericordia con los demás: «Si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas»[12].
Al sufrir ultrajes algunos de los primeros cristianos, el apóstol Pedro les aconsejó que siguieran el ejemplo de Jesús. «Si haciendo lo bueno sufrís y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis Sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en Su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente»[13].
Quienes se resienten, dan lugar a impulsos de venganza y se toman la justicia por su mano en vez de confiar en que Dios resuelva las cosas, suelen acabar armando un lío peor. En lugar de obtener satisfacción, terminan llenos de remordimientos y con gran necesidad de ser perdonados ellos mismos. En cambio, quienes dejan el asunto en manos de Dios y confían en que Él hará todas las cosas bien a Su debido tiempo, encuentran «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento»[14]. Alex Peterson
Ser una fuerza positiva
A la raíz de convertirnos en una fuerza positiva se encuentra el deseo de manifestar el amor de Dios. Como dijo el apóstol Pablo: «el amor de Cristo nos obliga»[15]. Sean cuales sean las formas de promover el bien donde sea que nos encontremos geográficamente, Él nos ha llamado, como cristianos, a ser «la luz del mundo». Nos ha pedido: «Hagan brillar su luz delante de todos, para que puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo»[16].
A lo largo de los siglos, desde los albores del cristianismo, en numerosas ocasiones a los cristianos se los reconoció como una «fuerza positiva» en sus respectivas comunidades, y de esa manera dieron a conocer su mensaje al mundo. Incluso en casos en los que los demás no adoptaban la fe cristiana ni comprendían del todo de qué trataba su religión, o cuando los perseguían y difamaban, sus buenas acciones y buenas obras claramente «brillaban delante de todos», intrigando a la gente de tal suerte que querían averiguar qué los hacía destacar tanto del resto de la sociedad.
Somos cristianos, propiciamos el cambio en la vida de quienes nos rodean, y a la larga en la sociedad. Se ha dicho que «Dios dispersó [a los primeros cristianos] por todo el mundo para esparcir la sal en toda la tierra e iluminar a la humanidad». Es razonable asumir que, al comparar Jesús a Sus seguidores con sal y luz, esperaba que muchos los aceptaran y que su fe se convirtiera en un componente tan esencial para un gran número de personas como la sal o la luz. Es una misión muy importante y un enorme privilegio que Él nos concede: dejar huella en la vida de las personas y ser una fuerza positiva en su vida.
De cada uno de nosotros depende ser una fuerza positiva. Mientras nos esforcemos por vivir conforme a nuestros valores cristianos, acataremos el cometido divino de ser el condimento de vida en este mundo: dar a otros el verdadero significado y sabor de la vida, preservar el bien y compartir nuestra fe, la única moneda de verdadero valor en el mundo. Peter Amsterdam
Publicado en Áncora en enero de 2020.
[1] Versión Reina-Valera.
[2] Juan 14:6.
[3] Romanos 12:17.
[4] 1 Pedro 2:23.
[5] 1 Tesalonicenses 5:15; Romanos 12:21.
[6] 2 Corintios 5:17.
[7] Romanos 8:9.
[8] Lucas 23:34.
[9] Juan 18:10-11; Lucas 22:50-51.
[10] Romanos 12:21.
[11] Mateo 5:43-46.
[12] Mateo 6:14-15.
[13] 1 Pedro 2:20-23.
[14] Filipenses 4:7.
[15] 2 Corintios 5:14.
[16] Mateo 5:14, 16.
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