«Velad conmigo»
William B. McGrath
Cuando Jesús estaba a punto de iniciar Su mayor calvario, reunió a los tres discípulos en los que más confiaba —Pedro, Santiago y Juan— y les rogó: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26:38). Todos sabemos que los tres le fallaron. Jesús era Dios hecho hombre, pero incluso Él a veces apreciaba el soporte moral y la compañía de otras personas. Fue «varón de dolores y experimentado en el sufrimiento» (Isaías 53:3) y «tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). Conoció de primera mano el sufrimiento y la decepción en este mundo.
Entendemos con detalle la enorme tristeza que soportó las horas previas a Su muerte. Al saber lo que le esperaba, quiso estar acompañado. Quería tener la certeza de que no estaría solo. Estaba a punto de padecer un sufrimiento inimaginable. Todos sabemos la importancia de que, al padecer un dolor insufrible en nuestra vida, alguien que conozcamos se interese por nosotros y esté a nuestro lado, sin pedir nada a cambio, solamente velando con nosotros.
Una antigua canción, titulada Alguien que cuide de mí, expresa esa necesidad humana, ese anhelo presente en cada persona: saber que alguien estará ahí, que nos cuidará y que velará con nosotros, en particular cuando se acumulan los problemas.
Hace poco me sentí compungido y apenado porque le fallé a una persona en ese sentido. No estuve a su lado cuando más me necesitaba. No velé por ella. Esa persona no me suplicó que la acompañara o me interesara por ella, pero más adelante fue evidente que me necesitó en aquel difícil momento de su vida.
Meses después me enteré del trauma emocional que padeció y los efectos negativos que continúan asolando su vida. Sé que debí haber sido más sensible a las dificultades que vivía esa persona, pero en retrospectiva, entiendo que la ignoré. Poco después de conocer la seriedad de la condición emocional de esa persona, escuché la canción Cuando un soldado vuelve a casa, cantada por Arlo Guthrie. Al escucharla, me sentí profundamente conmovido. Sentí la necesidad de arrepentirme con total honestidad ante el Señor por el error que cometí. Sabía que no estuve al lado de esa persona que tanto quiero cuando más me necesitaba. Fue un momento de mucha tristeza, pero me hizo entender la importancia de prestar atención a otros, de mirar y orar, en particular por integrantes de mi familia.
Como lo expresa la canción de Aldo, los soldados pueden sufrir abandono y soledad al volver de la guerra. Algunos quedan con fuertes secuelas emocionales, producto de las experiencias que viven. Todos nosotros, de alguna manera, somos como el solitario soldado que vuelve de la guerra a un mundo que le da la espalda. Todos tenemos dolores y cicatrices en el alma, como los que producen los abusos, una relación perniciosa o trato inhumano. Y la negligencia e indiferencia de otras personas solo agudizan el dolor y empeoran la situación. Me parece que Jesús sufrió eso mismo aquella noche en el jardín. Que Dios nos otorgue Su compasión, vigilancia y liberación de la frialdad e indiferencia de este mundo. En calidad de padre y abuelo, mi oración es que siempre esté vigilante y que pueda orar y cuidar de cada uno de mis hijos y nietos.
A menudo no nos damos cuenta de que quienes nos rodean necesitan de nuestro tiempo y soporte emocional. Los que tenemos hijos somos responsables, de por vida, de mostrar sensibilidad y dedicar tiempo a cuidar de ellos, sobre todo en momentos difíciles.
Hace falta práctica, entrega y sensibilidad a las indicaciones del Espíritu del Señor para actuar en esas ocasiones. Es posible que Dios necesite que velemos con alguien cuando menos lo esperamos, o cuando pensamos que no estamos preparados, o incluso cuando tenemos otros planes y preferencias. No podemos alterar el resultado de esos eventos o evitar los quebrantos que deben vivir otras personas, pero podemos estar ahí para ellos y darles un toque del Espíritu de amor de Dios y una oración. Puede que para algunos parezca poca cosa, pero la verdad es que significa muchísimo.
En el momento que Jesús más los necesitaba, Sus discípulos más cercanos le fallaron y terminaron huyendo, pero parece que aprendieron su lección. Sabemos que Jesús los visitó luego de resucitar. La obediencia que mostraron a Su indicación de quedarse en Jerusalén[1] produjo consecuencias maravillosas de largo alcance. La historia de la Iglesia Primitiva nos muestra que Dios se sirvió en gran manera de los primeros doce apóstoles y que recibieron muchos honores en última instancia[2]. Es verdad que metieron la pata durante los primeros años de su formación, pero no se dieron por vencidos y lograron grandes cosas para el Señor.
Sé que el Señor me dará otras misiones, solicitudes especiales durante mi vida. Y lo más probable es que se traten de acciones que supondrán sacrificios para ayudar a otros. No debo permitir que ello me produzca ansiedad, sino «velar y orar» (Mateo 26:41) para cumplir la misión asignada, con la ayuda de Su Espíritu. Debo cumplir las misiones que me dé en Su tiempo y no conforme a mi propia conveniencia. Me es necesario apoyarme en Él, mantenerme cerca de Su Espíritu y entregarle mi corazón para avanzar por el camino que me indicará cuando lo considere oportuno. Puede que me guíe a situaciones imposibles de superar por mi cuenta, pero sé que, si Él está a mi lado, todo saldrá bien y mi vida producirá fruto duradero y celestial.
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