Una vida generosa, 2ª parte
Tomado de la serie Roadmap (hoja de ruta)
La generosidad no es solo dar dinero. A veces es más fácil proveer dinero que dar de nosotros mismos. Para brindar a otra persona nuestro tiempo, atención, compasión, comprensión y oraciones, tenemos que ser auténticos. Tenemos que dar el primer paso, entender, sentir compasión y hacer algo al respecto. A menudo son esos sacrificios de nuestro tiempo los que realmente cuentan, como cuando renunciamos a nuestro día libre para ayudar en la obra de beneficencia de nuestra comunidad, pasamos tiempo con los hijos de una madre soltera, le enseñamos a leer a una persona analfabeta o visitamos a un enfermo.
No se trata solo de dinero, sino de lo que damos de corazón por amor.
Hay un relato muy bueno acerca de un misionero que enseñaba en África. Antes de Navidad, les había contado a sus estudiantes nativos que los cristianos se intercambian regalos en el cumpleaños de Cristo como expresión de alegría.
En la mañana de Navidad uno de los lugareños le trajo al misionero una concha marina de gran belleza. Cuando se le preguntó dónde había hallado una concha tan extraordinaria, el nativo explicó que había caminado muchos kilómetros hasta cierta bahía, el único lugar donde se encuentran ese tipo de conchas.
—Me parece un gran gesto de tu parte ir tan lejos para traerme este hermoso regalo.
Los ojos del nativo se iluminaron y dijo:
—La larga caminata es parte del obsequio.
No es lo que damos, sino lo que compartimos.
¡Porque el regalo sin el dador, es vacío!
Autor desconocido
A todos se nos presentan muchas ocasiones de ayudar a los demás. Con la ayuda de Dios, siempre debemos ser conscientes del hecho de que somos ricos en espíritu y a menudo también físicamente, comparativamente hablando. Tenemos tanto para compartir; somos millonarios en las verdaderas riquezas.
¿Recuerdan esa frase, la caridad empieza por casa? Eso se podría aplicar muy bien a las oportunidades que tenemos de ayudar a nuestros hermanos, que son otros cristianos y misioneros. En el siguiente testimonio Steve nos narra una experiencia en la cual él y su esposa fueron receptores del asombroso amor de Dios por medio de unos hermanos.
El sol se ocultaba detrás del horizonte mientras yo conducía subiendo por el angosto camino de dos vías de las montañas del centro de México. Encendí la luz y miré por el espejo retrovisor para ver cómo estaba mi pequeño equipo. Vi a mi esposa que dormía, probablemente la primera vez en días. Mis tres hijas pequeñas dormían también. Me habría gustado tomar una taza de café, pero no quería gastar dinero. Nos hacía falta todo el dinero que teníamos para gasolina a fin llegar a Dallas. La verdad es que aunque me lo hubiera permitido, no habría parado. Detenerme habría despertado a todos, pero lo que es más importante aún, estábamos en una carrera contra el tiempo.
No me importa conducir de noche; los niños normalmente duermen, es más fresco y me da tiempo para pensar. Necesitaba un tiempo para pensar. ¡Había sido un año largo!
Dejé que mi mente me llevara al día en que nos enteramos que nuevamente estábamos esperando un bebé. Íbamos de viaje a un nuevo campo de misión. Habíamos ahorrado lo suficiente para adquirir una pequeña y fea camioneta Ford Windstar con daño de granizo y parrilla portaequipajes. Hicimos todo el trayecto hasta la costa este de los EE.UU. para visitar a la familia de mi esposa y de ahí hasta la costa oeste para ver a la mía. Mi pobre esposa tuvo náuseas matutinas durante todo el camino.
Al final nos unimos a otros misioneros en el sur de México. Cansados del viaje y la batalla, arribamos tres semanas antes de lo provisto. Mi esposa había estado teniendo la premonición de que algo no estaba del todo bien con el bebé. Yo decía que se preocupaba demasiado. No obstante, ella tenía razón. Cuando nació Vanessa, de inmediato la trasladaron a una incubadora y allí se quedó durante tres días. Los médicos no pudieron hallar una explicación para sus dificultades respiratorias, así que la enviaron a casa. Unos días después nos encontrábamos en la sala de urgencias de un hospital estatal para niños. Vivimos en nuestra camioneta ubicada en el estacionamiento durante tres semanas.
Allí se determinó que Vanessa tenía un problema en el corazón para lo cual haría falta una operación. No se sabía a ciencia cierta su condición, sin embargo, los doctores del lugar nos instaron a que regresáramos a los EE.UU. para una mejor atención médica. Uno amigos que eran misioneros en Dallas se ofrecieron a recibirnos en su hogar por unos meses mientras se le hacía un diagnóstico completo a Vanessa y se llevaba a cabo la operación. Y allí nos dirigíamos.
Al llegar al hogar de nuestros amigos en las primeras horas de la mañana, nos encontramos con una hermosa habitación que habían preparado para nosotros. Nuestras hijas estaban encantadas al descubrir que tenía dos camas hechas especialmente para ellas. Nuestra hija nos preguntó con asombro: «¿Mami, cuánto tiempo nos vamos a quedar en este bonito hotel?» Era el lugar más bonito en el que habían dormido en probablemente un año.
La ida al cardiólogo terminó en una ambulancia camino a la unidad de cuidados intensivos del Dallas Medical Center. Allí vivimos literalmente durante dos meses. Lo que siguió fue una cirugía al corazón, pulmones débiles, alimentación por sonda, incubaciones, múltiples infecciones por estreptococos y muchas largas noches.
Mi esposa y yo nos turnábamos para que uno de los dos se quedara en el hospital día y noche. Mientras tanto aquellos maravillosos misioneros se encargaban de nuestras niñas, cocinaban para nosotros, lavaban nuestra ropa, nos prestaban un vehículo cuando el nuestro tenía que ir al mecánico, se turnaban con nosotros en el hospital para que pudiéramos descansar y pasar tiempo con nuestros hijos, y hasta pagaban nuestros peajes para que pudiéramos tomar rutas más cortas de ida y vuelta al hospital.
Al final pudimos llevar a casa a nuestra pequeña Vanessa para su recuperación. Nos mudaron a la habitación principal para que pudiéramos acomodar todo el instrumental médico necesario para su cuidado. En todo ese tiempo jamás pronunciaron una palabra acerca del costo económico o de la carga que suponía para ellos. Se encargaron de cada una de nuestras necesidades.
Seis semanas después Vanessa entró brevemente en coma y fue llevada de urgencia al hospital. En los siguientes tres meses los doctores trataron de dar con el problema. Hubo un examen tras otro y conforme iban llegando los resultados, era como si nos cayera encima una pared. Vanessa tenía daño cerebral, era sorda, ciega y por el estado de su corazón iba a necesitar muchas cirugías. En resumen, era un caso terminal.
La pregunta era: ¿Cuánto tiempo de vida le quedaría? Un año, tal vez dos. No lo sabíamos, nadie lo sabía. El comité de ética del hospital la dejó a nuestro cuidado para que pudiera morir en casa.
Éramos conscientes de que los misioneros que nos recibieron habían dado todo lo que podían. Durante meses habían compartido lo que tenían y jamás nos pidieron nada a cambio. Yo sabía que no había forma de que pudieran continuar sustentándonos de ese modo. Así que nos preparamos en silencio para irnos. Encontramos un pequeño apartamento de un dormitorio cerca del hospital.
Entonces, estos misioneros hicieron algo que yo no esperaba en absoluto. Nos pidieron que nos quedáramos. Yo pensé que no entendían del todo en lo que se estaban metiendo. ¿No se daban cuenta de que mi esposa y yo tendríamos que tomar turnos de 24 horas con la bebé? ¿Que Vanessa necesitaría una atención médica constante, con visitas de enfermeras cada semana? Ya habíamos puesto su casa patas arriba e iba a continuar así, y no sabíamos por cuánto tiempo más. Tampoco estábamos seguros de con cuánto podríamos contribuir económicamente o de un modo práctico con el hogar, si es que podíamos en absoluto.
El tema es que sí eran conscientes de la situación y nos dijeron tranquilamente: «Lo que sea que les haga falta, por el tiempo que sea, estamos aquí por ustedes y su familia».
No se pueden imaginar cuánto nos conmovió aquello. Son unas personas realmente extraordinarias. Unos meses después, mientras descansaba en los brazos de su mamá, Vanessa pasó tranquilamente a mejor vida para estar con Jesús en el cielo. Todavía la extraño, pese a que ya han pasado varios años.
Y hasta hoy aquel gesto de aquellos hermanos permanece como el ejemplo más vívido de dar abnegadamente que yo haya visto jamás.
Aquello fue un increíble ejemplo de verdadero e incondicional amor y bondad, la clase de amor que ama a alguien por el solo hecho de que ambas partes aman al mismo Jesús. Es un amor que da hasta que duele y luego da un poco más. Es un amor que dice: «Lo que sea que necesites y por el tiempo que sea, es tuyo», aun cuando sabes que el receptor jamás te lo podrá devolver.
Jesús dijo: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis»[1]. Estoy eternamente en deuda con estos amigos. Ellos no solo dijeron que creían en la verdad de la Palabra de Dios, me lo demostraron. ¡Gracias! Steve
La Biblia dice: «Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre»[2].
Jesús dijo: «Todo lo que gastes de más, Yo te lo pagaré»[3]. Él nunca nos defrauda. Si queremos que nuestra vida sea bendecida, satisfactoria y feliz, busquemos maneras de dar a los que nos rodean. Convirtámoslo en un hábito. Que dar desinteresadamente de nuestro tiempo, servicio y dinero forme parte de nuestro código ético y veremos que no nos va a faltar nada, que Dios nos lo devolverá en abundancia y nuestra vida generosa será una vida bendecida.
Vivir generosamente es como darte un regalo a ti mismo, porque todo lo que des o compartas con los demás volverá a ti. ¡Es una promesa! Aunque lo intentemos, no podemos dar más que Dios.
Cuando tu amor cristiano pasa de ser un sermón a un ejemplo vivo de la generosidad, cuidado y compasión de Jesús, es como si te acabaras de vestir con ropa de trabajo, listo para construir algo hermoso. Ese es el tipo de amor práctico del día a día que hace que la gente se ponga de pie y tome nota, ya que es un ejemplo vivo del amor incondicional de Jesús.
Hay muchas maneras de dar. Podemos dar de nuestras posesiones materiales, de nuestro tiempo, oraciones, consejo, compasión y asistencia. Cualquier forma de entrega merece la pena, porque nada que se dé a los demás se perderá, ni será ignorado u olvidado por el Señor. Nunca te arrepentirás de haber dado, tanto en esta vida como en la venidera.
Roadmap fue una serie de videos de LFI creada para adultos jóvenes. Se publicó por primera vez en 2010. Texto adaptado y publicado de nuevo en Áncora en enero de 2018.
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