Una mecha, un grifo y una pieza de ajedrez
Nina Kole
Hace algunos años viajé a Paidha, Uganda, con el fin de enseñar clases de la Biblia a un grupo de estudiantes. Llevé conmigo algunos libros y artículos que quería utilizar en mis clases ya que tenía pensado dar una clase sobre dejar que Dios obre a través de nosotros. Ese es un tema que me gusta mucho pues me anima cuando el Señor elige personas inesperadas para hacer Su obra y luego no solo las ayuda a hacer Su obra, ¡sino a hacerla de manera brillante!
Moisés se quejó al Señor porque no hablaba bien. No obstante, Dios lo eligió para que sacara al pueblo hebreo de Egipto. Se ha dicho que hablar en público es el temor número uno de la persona promedio. El segundo es el temor a la muerte. Cierta vez, Jerry Seinfeld bromeó diciendo: «Eso significa que en un funeral la persona promedio preferiría estar en el ataúd que pronunciando el panegírico». Bueno, dejando de lado las bromas, uno se podría imaginar que Moisés debió tener mucha fe para creer que Dios sabía lo que hacía cuando lo escogió para una tarea tan importante. Y, en efecto, el Señor le salió al encuentro.
También tenemos al caso del apóstol Pedro, que en ocasiones parecía ser muy impulsivo. Con frecuencia se metía en discusiones y como todos saben negó a Jesús justo antes de Su crucifixión. A pesar de eso, luego de que recibiera el Espíritu Santo, Dios se valió de él para llegar con el mensaje a miles de personas. Para entonces, podemos estar seguros de que Pedro sabía muy bien que era únicamente el poder del Señor el que obraba a través de él para llegar al corazón de la gente.
Parece que Dios no es de escoger de manera selectiva solo a gente con muchísimo talento, de gran experiencia y con el origen adecuado o incluso a miembros sobresalientes de la sociedad. Más bien prefiere encontrar a alguien inesperado y luego Él hace algo extraordinario por medio de esa persona, de modo que todos sepan que es obra Suya. En ese sentido, podemos concluir que las cualidades más importantes que Dios necesita en nosotros es que estemos dispuestos.
A los estudiantes en Paidha les leí un artículo acerca del tema de estar dispuestos en el que se empleaba a modo de ilustración una lámpara de queroseno y un grifo para explicar el concepto de ser un conducto en la obra de Dios. El artículo decía así:
«Cuando yo era niño, en las casas y en cada mesa se usaban lámparas de keroseno. Tenían bonitos recipientes de vidrio para el keroseno con el fin de que se viera la mecha y el nivel del keroseno, para saber cuándo rellenarlas. Las lámparas ardían mejor cuando estaban llenas de keroseno. Cuando el nivel de keroseno descendía gran parte de la mecha quedaba expuesta y ya no estaba bien empapada. Entonces la mecha empezaba a quemarse rápidamente y a despedir humo.
»A veces somos como una de esas lámparas que llevan mucho tiempo ardiendo y ya necesitan keroseno. Nos esforzamos demasiado, trabajamos mucho tiempo y procuramos hacerlo todo por nuestra propia cuenta. Pero eso no funciona mucho tiempo. Necesitamos sumergirnos en Jesús y dejar que Él arda para iluminar el camino, porque si tratamos de hacer eso por nosotros mismos, al poco tiempo nos quemaremos»[1].
Como el escritor se dirigía a un público de un país occidental, prosiguió diciendo: «Hoy en día la mayoría de la gente ya no sabe mucho acerca de las lámparas de queroseno, pero todo el mundo se puede identificar con un grifo». Y pasó a explicar que el grifo no provee el agua ni crea la presión del agua; simplemente es un conducto que deja pasar el agua. (Este era otro ejemplo de estar disponibles y dispuestos.)
Pero yo tuve que reírme un poco con ese ejemplo del grifo, porque en Paidha nadie tiene agua corriente. La gente se ducha con bidones de agua. Uno con agua caliente y otro con agua fría. Pero como no hay electricidad, todos usan lámparas de keroseno para alumbrarse.
De modo que simplemente hice cambios en esa oración para que se aplicara mejor y leí: «La mayoría de ustedes saben lo que es una lámpara de queroseno, pero lo que no todos han visto es una llave de agua». Afortunadamente, todos comprendieron el concepto de lo que les estaba explicando.
Otra forma de ver este principio es como si Dios fuera un aparato chévere para escuchar música. Él tiene una inmensa colección de canciones y la lista de canciones perfecta, pero necesita un medio para reproducirla. Nosotros somos como los auriculares o los parlantes. No tenemos que crear la música ni elaborar la lista de reproducción, pero sí tenemos que jugar un papel muy importante para hacer que la música llegue al oyente. Sin embargo, debemos recordar que aunque los parlantes desempeñan un papel importante, sin la fuente de la música, no sirven de mucho.
Lo mismo ocurre con nosotros cuando queremos transmitir el mensaje y el amor de Dios. De hecho, Jesús dijo: «Sin Mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5). En ocasiones, eso es fácil de olvidar, ya que el Señor nos ha dado un cerebro asombroso y el talento para hacer muchas cosas. Puede ser fácil pensar que somos muy capaces por nosotros mismos; y a veces podemos olvidar cuánta falta nos hace la ayuda del Señor.
Una vez visité a una familia en Namibia, un país del sur de África. Estaban enseñando una clase de la Biblia a un amigo de ellos que resultó ser el campeón nacional de ajedrez de Namibia. Los visitaba una vez por semana para enseñarles estrategia de ajedrez a sus niños; y esos niños participaban en competencias locales obteniendo muchísimas medallas. ¡Los niños se volvieron unos jugadores de ajedrez fenomenales!
Yo jugué con el más pequeño de los niños y me ganó todas las partidas. Ambos contábamos con las mismas piezas y seguíamos las mismas reglas, pero sus estrategias y tácticas eran mejores que las mías.
Si alguna vez has jugado al ajedrez sabrás que algunas piezas solo se pueden mover un casillero a la vez. Algunas solo se pueden mover en una dirección y otras están limitadas a moverse en forma diagonal o en forma de L. La reina se puede mover en línea recta en la dirección que quiera y hasta donde quiera. Se podría decir que la reina es más poderosa o útil que los peones, pero el hecho es que a menos que el jugador de ajedrez decida mover la reina, esta se queda ahí. Además, la reina, como cualquier otra pieza, puede ser fácilmente derrotada si uno hace una movida equivocada.
Con respecto a mi vida, me gusta pensar de manera similar a este juego de ajedrez y la instrucción del campeón nacional. Puede que piense que sé lo que quiero en la vida y a veces hasta puedo saber cómo conseguirlo, sin embargo por experiencia he aprendido (mayormente por errores) que si no acudo al Señor (mi Campeón) para que me dé instrucción, guía y sabiduría, puedo provocar un desastre rápidamente.
Pero si nos movemos en sintonía con el Señor, ¡Él puede organizar situaciones que están muy por encima de nuestro poder! Puede organizar lo que parecen coincidencias, pero que resultan ser grandes acontecimientos. O bien, puede ponernos en el lugar y momento indicados para sacar de ello algo magnífico.
Dedica tiempo a incluir al Señor en tu planeamiento y vida diaria y verás que las cosas funcionarán más fluidamente y mejor; y habrá menos estrés. Sé únicamente la mecha, el grifo y la sumisa pieza de ajedrez, y deja que Dios se encargue de la estrategia a medida que te guíe y te dirija a través de los pormenores de Su plan maestro.
Este artículo es una adaptación de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
[1] «La lámpara», David B. Berg.
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