Un penique sin valor, una adoración sin precio
Un relato de la iglesia africana
Nik Ripken
Los misioneros no son inmunes a la autocompasión, y yo estaba teniendo una buena dosis de ella. Cuando vivíamos en Sudáfrica hacía tanto calor por las noches que humedecíamos las sábanas, nos dábamos una ducha y nos metíamos en la cama un poco mojados para mantenernos frescos durante unas horas. ¡Había tanto polvo que hasta se metía dentro de los tarros cerrados! Cocinábamos fuera de la casa para que no se volviera más insoportable todavía estar dentro. […]
Encontrarás el artículo [en inglés] aquí.
Artículos recientes
- Al dar se recibe
- Dios nos moldea por medio del fracaso
- Vienen mejores días (7ª parte)
- Dios cuida a las viudas
- Crecimiento en semejanza con Cristo
- El abundante suministro de Dios
- Cómo llorar con los que lloran
- La historia de Ester, segunda parte
- «Estoy haciendo algo nuevo»
- La historia de Ester, primera parte