Un instrumento de Su paz
Recopilación
Señor, haz de mí un instrumento de Tu paz. Donde hay odio, que yo lleve amor; donde hay rencor, que yo lleve el perdón; donde hay duda, que yo lleve la fe; donde hay desesperación, que yo lleve esperanza; donde hay tinieblas, que yo lleve la luz; donde hay tristeza, que yo lleve alegría.
Oh Maestro, que yo no busque tanto ser consolado como consolar; ser comprendido como comprender; ser amado como amar; porque es dando que se recibe; perdonando que se alcanza el perdón; y muriendo que se resucita para vida eterna. Atribuido a San Francisco de Asís
*
La oración de San Francisco es una oración colmada de significado espiritual. Para empezar, las primeras líneas indican cómo debemos vivir. En este mundo lleno de oscuridad, desesperanza y dolor, deberíamos fomentar la luz, la esperanza y el gozo. Esta oración nos dice que debiéramos vivir nuestra vida siguiendo el modelo de Jesús durante Su paso por la Tierra. Vivir de manera similar, habiendo sido creados por Él, es la forma más eficaz de ser un reflejo de la imagen de Dios durante toda nuestra vida. […]
Aunque [San Francisco] nació en una familia adinerada, cuando creció decidió dedicar su vida a Jesucristo. Se dice que incluso tuvo una visión en la que Cristo le decía «repara Mi iglesia», y lo hizo con sus propias manos. Eligió vivir una vida que agradara a Cristo, incluso si eso significaba dejar atrás sus riquezas materiales.
Es posible que muchos de nosotros no seamos llamados a transitar el mismo camino que San Francisco. Pero como seguidores de Jesús, todos estamos llamados a ser como Él y a vivir como vivió Él. [...] Esta oración nos recuerda cómo debemos comportarnos todos los días, especialmente en el trato que damos a los demás. Tomado de Christianity.com[1]
Sembrar amor, perdón y alegría
Existe una tendencia en la naturaleza humana y especialmente en nuestra sociedad actual a hacer todo con egoísmo, a enfocarnos hacia adentro en el importantísimo «yo», y pasar por alto la forma en que nuestro comportamiento y actitudes afectan a quienes nos rodean. Es fácil olvidar que centrarnos en los demás es una forma importante de centrarnos en Dios, y algunas de las mejores oportunidades de servir bien a Dios se nos presentan sirviendo bien a nuestro prójimo. […]
Debido a que una respuesta impulsa a la otra, incluso las acciones más pequeñas pueden tener un gran efecto. A todos nos ha pasado que un día mejora o empeora debido a un simple intercambio con otra persona; que una palabra o un gesto rápido lo cambia todo. Nuestra vida está llena de oportunidades de marcar la vida de otro, ya sea de forma positiva o negativa, y en lugar de simplemente evitar hacer daño, nuestra meta debiera ser actuar activamente con amor y ser un verdadero «instrumento de la paz de Dios».
Como el amor de Dios no tiene límites, es imposible contabilizar o enumerar de qué maneras podemos ser un reflejo de Su amor y compartirlo con los demás. La oración de San Francisco, sin embargo, se puede dividir en tres aspectos específicos. El primero es adoptar una actitud misericordiosa y perdonar, al orar: «Donde hay odio, que yo lleve amor; donde haya rencor, que yo lleve el perdón.» En la Biblia, nuestro Señor nos recuerda repetidamente la importancia del perdón, diciéndonos que no puede haber límite en la cantidad de veces que perdonamos a quienes nos han lastimado. Debemos cultivar una actitud de compasión, de ofrecer misericordia en lugar de venganza, incluso cuando sea difícil. Se puede hacer de muchas maneras, ya sea renunciando al dolor causado por una vieja pelea familiar o sencillamente defendiendo a alguien de chismes maliciosos, ya sea que conozcas a la persona o no.
San Francisco también se centra en el amor que mostramos por el simple hecho de ser alegres y optimistas: «Donde hay desesperación, que yo lleve esperanza; donde hay tristeza, que yo lleve alegría». Cultivar un espíritu de gratitud por las bendiciones de Dios tiene un efecto muy trascendente, no solo para aquellos con quienes nos comunicamos, sino también para nosotros mismos, porque al recordar a los demás que sean agradecidos, también nos lo recordamos a nosotros mismos.
Es asombroso lo poco que hace falta para levantar el ánimo de alguien: una visita rápida a un vecino anciano o enfermo, un regalo «porque sí», o simplemente darle atención a alguien, elogiarlo y regalarle una sonrisa. ¿Con cuánta frecuencia se escucha la frase de que el acto de bondad espontáneo de alguien «restauró mi fe en la humanidad»? Cuando vivimos una vida en Cristo llena de dicha divina, restauramos no solo la fe en la humanidad, sino también —más importante aún— la fe en Dios. Rebecca Smith[2]
Procura comprender
La oración de San Francisco dice: «Maestro, que yo no busque tanto... ser comprendido, como comprender». No siempre es fácil comprender a los demás. Todo el mundo tiene vivencias, experiencias, esperanzas y pasiones muy distintas, y lo que a mí me parece perfectamente lógico, puede que no lo sea para otra persona.
Los pensamientos y reacciones de cada persona son muy distintos. Ello dificulta entender el motivo por el que otros piensan y actúan de cierta manera. Sin embargo, me parece que la tendencia natural es asumir que los demás son iguales a uno. O esperar que nos imiten. Esto nos puede llevar a sacar conclusiones precipitadas. El problema de sacar conclusiones precipitadas es que muy a menudo no llegamos a la conclusión correcta o incluso llegamos a la conclusión equivocada. Las acciones y palabras de una persona pueden parecer estúpidas, arrogantes o poco amables cuando se desconocen sus motivos o sus circunstancias.
Es muy fácil sacar conclusiones. Lo difícil es tomarse el tiempo para entender el motivo detrás de ciertas acciones o actitudes. Nos obliga a abandonar nuestro punto de vista, conocimientos, experiencias y gustos particulares, para intentar comprender los de otra persona. Tenemos que procurar intencionalmente comprender y superar nuestras propias suposiciones.
La Biblia dice que no juzguemos[3]. Pero cuando da la impresión de que alguien está equivocado o tiene una personalidad distinta o ha vivido experiencias diferentes a las nuestras, es difícil ser objetivos y considerar otros puntos de vista. Antes incluso de tratar de entenderlos, con demasiada frecuencia la tendencia es a encasillar y rotular. Si bien aceptamos —hasta cierto punto— que nosotros mismos no somos perfectos, solemos olvidarlo al compararnos con las aparentes imperfecciones ajenas.
Puedo asegurarles que lo último que pienso al ver las imperfecciones de los demás es: «Bueno, yo tampoco soy perfecta». Pero supongamos que yo fuera perfecta. ¿Me encontraría entonces en posición de juzgar? No según la Biblia. «No hay más que un solo legislador y juez, aquel que puede salvar y destruir. Tú, en cambio, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo?»[4]
Solo ha habido una Persona perfecta, Jesús. Él nunca pecó, nunca lo hizo y nunca lo hará. Si alguien se encuentra en posición de juzgarnos, es Él. Entonces, ¿de qué manera trató Él a los demás y sus meteduras de pata? ¿Qué clase de ejemplo nos dio Él para interactuar con todas esas personas imperfectas?
Cuando Jesús se encontró con la samaritana junto al pozo[5], tuvo una excelente oportunidad de soltarle unas cuantas verdades. Pero aquella no era Su misión. Jesús no la juzgó ni la desechó de buenas a primeras, basándose en su apariencia o su pasado. Todo lo contrario, dedicó tiempo a observarla.
Jesús se sentó con esa mujer y escuchó sus preguntas, sus dudas y recelos. Respondió a sus interrogantes. Comprendió lo que ella era y lo que podía llegar a ser. Resulta obvio que Jesús la entendió lo suficiente como para comunicarse a su propio nivel, porque la mujer corrió al pueblo para contarles a todos acerca de Él. Ella acababa de conocer a Jesús ese día, pero confió en Él lo suficiente como para señalarlo como el Salvador. La enorme comprensión de Jesús le permitió convertirla a ella y a muchos otros en aquella ciudad samaritana.
¿Con cuánta frecuencia juzgamos a las personas en función de su apariencia o sus acciones, sin primero tratar de entender qué es lo que las motiva? ¿Con qué frecuencia etiquetamos a los demás, y luego los tratamos de acuerdo con esas etiquetas, sin detenernos antes a escuchar su historia completa?
¿Quién sabe qué amistades podemos forjar o qué oportunidades de compartir el Evangelio tendremos al elegir amar y comprender por encima de las etiquetas y las suposiciones? Quizás esa persona a la que hemos rotulado y evitado se encuentra en un momento de la vida en el que se beneficiaría mucho de una palabra de aliento o un gesto amistoso. Tienes que dejar de lado las etiquetas y las suposiciones antes de poder comprender y valorar de verdad a una persona por lo que es: un ser humano creado a imagen de Dios, alguien por quien Jesús murió en la cruz, alguien que necesita Su amor y nuestra comprensión. Marie Story[6]
Publicado en Áncora septiembre de 2021.
[1] https://www.christianity.com/wiki/prayer/what-is-the-prayer-of-st-francis-origin-and-meaning.html.
[2] https://catholicexchange.com/make-me-an-instrument-of-your-peace.
[3] Mateo 7:1.
[4] Santiago 4:11-12 (NVI).
[5] Juan 4:4–42.
[6] Adaptado de un podcast de J1T.
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