Un bebé en mis brazos
Curtis Peter Van Gorder
[A Tiny Babe in My Arms]
La esposa de un amigo mío acaba de dar a luz a una preciosa niña. Cuando los visitamos, tuve oportunidad de sostener a aquel hermoso bebé en mis brazos. Tenía solo un par de semanas y su cabecita cabía cómodamente en la palma de mi mano, mientras con la otra sostenía su cuerpecito. Me enterneció saber que en mis manos había una nueva alma creada hace tan poco por Dios para vivir entre nosotros.
No pude sino imaginar la maravillosa venida de Cristo a la Tierra hace unos 2000 años. Imaginen al Dios del cosmos llegando a nuestro diminuto planeta para convertirse en un débil e indefenso bebé que dependía completamente de que otros lo cuidaran, de la misma forma que la pequeña bebé de mi amigo que tenía en mis manos. La bebita sonrió en sus sueños, como si estuviera correteando y persiguiendo mariposas por un fragante campo de flores silvestres. Yo también sonreí.
Me vino a la mente la imagen de los pastores que visitaron a Jesús en el pesebre. Me pregunté si ellos también pudieron sostener en brazos a aquel precioso bebé. Imagino que les habría gustado. Me pregunto por qué Dios escogió a aquellas sencillas personas para que escucharan el anuncio angelical, en vez de a los venerados líderes religiosos de la época. Randy Alcorn, pastor y autor de grandes éxitos editoriales, escribió que en los tiempos de Jesús «los pastores ocupaban el escalafón más bajo de la pirámide social palestina. Compartían la misma posición poco envidiable de los recaudadores de impuestos y barrenderos de estiércol». Si bien cuidaban de las ovejas que se usadas en los sacrificios para expiar los pecados, se les prohibía entrar por las puertas del Templo porque su trabajo humilde los volvía ceremonialmente impuros.
Me parece increíble que, pese al hecho de que los estimados rabíes y escribas religiosos sabían que el Mesías nacería en Belén (Miqueas 5:2), ninguno se tomó la molestia de acompañar a los reyes magos para visitar al tan esperado Redentor. ¡Y estuvo muy bien! Imaginen que alguno de ellos hubiera ido hasta Belén y que Herodes se hubiera enterado del paradero del bebé Jesús. ¡Demuestra por enésima vez que Dios está al control de todo! En cambio, los humildes pastores fueron los escogidos para que se arrodillaran ante la cuna de Cristo.
Cuando leemos sobre los pastores en la Natividad, conviene recordar que todos somos de una u otra forma pastores, ya sea guiando a nuestros hijos, ayudando a nuestros compañeros de trabajo o influenciando la vida de otros de diversas maneras. Los pastores y sus ovejas tienen un lugar especial en los afectos de Dios y simbolizan Su interacción con nosotros. En la Biblia encontramos muchas alusiones a ellos[1]. En el capítulo 10 de Juan, Jesús se llama a sí mismo el Buen Pastor que cuida de Su rebaño y le provee de lo que necesita. Hay tanto que el Señor quiere que aprendamos de los pastores de antaño, que fueron de los primeros en contemplar el nacimiento de Jesús. Hay muchas lecciones que podemos aplicar a nuestra vida.
La vida de un pastor es de compromiso inapelable. Se sacrifica para anteponer las necesidades de su rebaño a las suyas. Cerca de nosotros vive un pastor de ovejas, y me sorprende su fortaleza y determinación para cuidar del rebaño pese al frío y las condiciones climáticas. Nosotros también deberíamos dedicarnos de lleno a ayudar a las personas de quienes somos responsables.
Los pastores de la Natividad vieron una revelación angelical que les comunicó el mensaje. Y obedecieron a la visión celestial. Es probable que Dios no nos hable mediante un coro de huestes angelicales, sino con una voz delicada y apacible que nos dice: «Este es el camino, andad por él» (Isaías 30:21). El caso es que no sólo fueron a ver a Cristo, sino que quedaron tan impresionados que llevaron las buenas nuevas a todos los que encontraron. Cuando compartimos nuestra fe es mejor recibida si les contamos a los demás lo que nos sucedió cuando conocimos a Jesús, igual que hicieron aquellos pastores. Es posible que alguno de ellos relatara lo vivido así:
Los pastores como yo no tenemos muchas emociones estando en el campo, pero te digo: ¡aquella noche fue una locura! ¡Un ángel brillante y glorioso apareció de la nada a varios de nosotros! Probablemente creas que estar todo el día bajo el sol y de noche a la intemperie me dejó frito el cerebro, y es posible que sea en parte cierto. ¡Pero no podemos negar lo que vimos! ¡Pregúntales a los otros que estaban conmigo y verás que todos dicen lo mismo!
El ángel dijo… ¿qué fue exactamente? El ángel empezó diciendo: «No temáis». Y yo estaba como: ¿Temer? Qué va, si no tengo miedo. Estoy muerto del susto… Y luego el mensajero dijo: «Os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor». Y luego remató diciendo: «Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre». Por si eso fuera poco, de repente apareció como refuerzo todo un coro de ángeles que cantaban: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!»
Luego de semejante espectáculo, quedamos todos sentados en el suelo, con la boca abierta, tratando de procesar lo que acabábamos de ver y preguntándonos: «¿Por qué a nosotros?» Entonces, uno de los pastores dijo: «Oigan, ¿qué hacemos aquí sentados perdiendo el tiempo? ¡Vamos a Belén a comprobarlo! El ángel dijo que encontraríamos al bebé acostado en un pesebre. No puede haber tantos bebés en un establo, ¿cierto?» Así que fuimos y, adivina qué, no nos tomó mucho tiempo encontrar a aquel hermoso bebé prometido.
Desde luego, después de eso no he vuelto a ser la misma persona. Dios me escogió a mí. Nunca nadie me había escogido para nada. Jamás olvidaré lo que nos dijo el ángel: «Os doy nuevas de gran gozo para todo el pueblo». Y puesto que soy uno del pueblo, me incluye a mí. Y oye, te incluye a ti también. Así que sí, esas son las buenas nuevas. ¡El Mesías finalmente ha llegado y está aquí para salvarnos! (Ver Lucas 2:8-14.)
Si aquellos sencillos pastores pudieron compartir su fe, nosotros también podemos. ¡Anunciemos al mundo entero la maravilla extática de la venida de Cristo a vivir con nosotros! Los ángeles del Cielo se regocijan cuando se arrepiente un alma y recibe a Cristo para vivir por siempre en gloria eterna (Lucas 15:10, Juan 3:16). ¡Esa es la mayor alegría de la Navidad!
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