Somos la iglesia
Recopilación
Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe. Gálatas 6:10
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Nos alejamos del santuario para adentrarnos en el vestíbulo principal de nuestra iglesia. Pensé que mi marido se dirigía al rincón donde conversamos con nuestros amigos luego del servicio. Pero no fue así. Se encaminó hacia otra parte del vestíbulo. Cuando me acerqué, vi que había echado el brazo sobre el hombro de otro feligrés. Los dos parecían estar enfrascados en una conversación.
Cuando volvíamos a casa, no pude evitar preguntarle de qué hablaron. Me contó:
—Durante el servicio vi los calcetines de ese hombre. Pude verlos a través de los huecos en sus zapatos. Sentí el deseo de comprarle un par de zapatos nuevos. Así que le estaba preguntando qué número calza.
Hemos asistido a esa iglesia durante más de 20 años. Tiene una gran congregación con varios servicios, así que no era raro que mi esposo hiciera nuevos amigos. ¿Pero acercarse a un completo extraño a preguntarle cuánto calzaba? Eso sí que era nuevo. Seguí preguntándole:
—Vaya… ¿se sorprendió el hombre? ¿Se sintió avergonzado? ¿Será que le gusta ponerse zapatos viejos?
Mi esposo respondió:
—No. No se sintió avergonzado. Su mirada se iluminó y le tembló la barbilla. Parecía conmovido. Le di mi número de teléfono y le pedí que me llamara. Le dije que me gustaría que nos encontráramos en el centro comercial.
Dos días después se volvieron a encontrar. Allí, en la plazoleta de comidas, aquel hombre le contó su historia. Una serie de malas decisiones lo llevaron al punto en el que se encontraba. Estaba feliz de tener un trabajo fijo, pero aún le quedaba mucho por hacer. Le dijo a mi esposo:
—No me gusta recibir limosnas. Acepté tu oferta porque entendí que provenía de Dios. Debo asistir a un funeral esta semana. El domingo, cuando me hablaste, acababa de buscar en mi armario para ver si tenía un par de zapatos decentes para ir al funeral. No tenía ninguno. Así que rogué a Dios esa mañana por un par de zapatos nuevos. Cuando me preguntaste cuánto calzo, supe que Dios había respondido a mi oración. Me sobrecogió la respuesta de Dios.
Luego de comprarle los zapatos, mi esposo le preguntó a su nuevo amigo si necesitaba algo más.
—No, gracias —respondió—. Estoy bien. Solo le pedí a Dios un par de zapatos nuevos.
Mi pastor nos recuerda a menudo que la iglesia no es solo un lugar de adoración. Somos nosotros. Somos tú y yo. Nosotros somos la iglesia. Somos el cuerpo de Cristo. Sus manos, Sus pies. Cuando se presenta una necesidad que podemos remediar, debemos suplirla.
En Gálatas 6:10, el apóstol Pablo animó a la iglesia en esa región y a la iglesia actual, escribiendo: «Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe».
Es probable que hayan sentido el deseo de animar a un hermano o hermana en necesidad, pero se lo pensaron dos veces al desconocer cómo reaccionaría esa persona. Quiero animarlos a hacer caso omiso de la incomodidad y actuar con oración al sentir el impulso divino. Binu Samuel[1]
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Los cristianos tenemos el mandato de «poner toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud»[2]. Debemos ser conocidos por nuestra bondad. Cuando otros escuchan la palabra cristiano, debería venírsele a la mente imágenes de honor, integridad, bondad y buenas acciones. La noción de hacer el bien a todos los hombres hace eco de las palabras de Jesús en Mateo 5:16: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». Nuestra luz brilla cuando seguimos el ejemplo de Jesús de hacer el bien donde sea que estemos[3].
Al esforzarnos por hacer el bien, no debemos omitir la prioridad establecida por Pablo en Gálatas 6:10. Es importante hacer el bien a todos, pero nuestra familia en Cristo merece atención especial. La manera en que tratamos a otros creyentes es señal de nuestra fe: «En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros»[4]. El amor que profesamos a nuestra familia de Dios se demuestra en actos de bondad y caridad[5]. No solo eso, es prueba de nuestra salvación[6]. El primer paso para hacer el bien a todos los hombres es enternecer nuestro corazón hacia nuestros hermanos y hermanas en Cristo y dedicarnos a su bienestar, como si fuera el nuestro. […]
Hoy mismo podemos empezar a hacer el bien con pequeñeces. Cualesquiera que sean las circunstancias, tenemos la posibilidad de hacer el bien por otra persona, para la gloria de Dios. Un pequeño acto de bondad es mejor que ningún acto de bondad y puede ser muy importante. En las palabras de Samuel Johnson: «La persona que espera a hacer el bien con una gran acción, nunca hará el bien». Tomado de gotquestions.org[7]
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Pertenecer a una comunidad cristiana es similar a formar parte de una familia. Uno por lo general tiene un sentido de pertenencia a su familia. Confía en que sus padres, abuelos y hermanos lo aman y le prestarán ayuda si le hace falta. Uno siente que le guardan las espaldas.
Pues con nuestros hermanos en el Señor debemos fomentar ese mismo sentido de pertenencia, interés mutuo y amor. Los que creemos formamos parte de la familia de Dios.
Para crear esa unidad debemos hacernos tiempo para velar unos por otros, orar unos por otros, visitar a los que estén enfermos, ayudar en la medida de lo posible a los que estén pasando apuros y procurar ser serviciales cuando surja una operación grande como una mudanza o el lanzamiento de un gran proyecto. Por supuesto, a veces lo que más necesita una persona es que se la escuche, que se la comprenda, que se reconozcan sus dificultades, que se ore por ella y se le dé aliento.
Tenemos el honor y la responsabilidad de manifestar el amor del Señor a las personas de nuestra comunidad que tienen alguna necesidad. Debemos tratar con amor a todos los seres humanos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe. La Biblia dice: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo»[8].
Además de prestarnos ayuda física y sobrellevar los unos las cargas de los otros, también podemos ofrecer apoyo espiritual. Una característica de una comunidad floreciente y sana es que sus integrantes se preocupen de animarse mutuamente.
John Ortberg escribió: «Todos los días, cada persona que conocemos se enfrenta a la vida con la eternidad en juego, y en ocasiones la vida nos hunde. Todo ser humano necesita una hinchada. Todo ser humano necesita a alguien con quien desahogarse de vez en cuando. Todo ser humano necesita una oración que lo eleve hacia Dios. Todo ser humano necesita a alguien que lo estreche a veces entre sus brazos. Todo ser humano necesita oír una voz que le diga: «No te des por vencido»[9].
Fortalecer y animar a nuestros hermanos es una forma de participar en sus labores. Solo Dios sabe cuántas veces las hazañas que realizaron Sus siervos a lo largo de los siglos fueron posibles gracias al ministerio de aliento y oración de otro creyente.
No somos islas. Por mucho que nos cueste reconocerlo, dependemos unos de otros. Confortar y alentar a los que forman parte de nuestra comunidad de fe es básicamente potenciar la misión y la difusión del evangelio, pues cada uno de nosotros es estimulado por los demás a cumplir la voluntad de Dios, probablemente más de lo que se imagina. Peter Amsterdam
Publicado en Áncora en abril de 2022.
[1] https://proverbs31.org/read/devotions/full-post/2021/01/18/we-are-the-church.
[2] 2 Pedro 1:5.
[3] Hechos 10:38.
[4] Juan 13:35.
[5] 1 Juan 3:17.
[6] 1 Juan 2:9.
[7] https://www.gotquestions.org/do-good-unto-all-men.html.
[8] Gálatas 6:2.
[9] Ortberg, John: El ser que quiero ser, Vida, 2010.
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