Sola en Navidad
Recopilación
«No estoy sola para nada —pensé—; en ningún momento lo he estado». Ese es, por supuesto, el mensaje de la Navidad: que nunca estamos solos. Ni en la noche más lóbrega, ni cuando el viento sopla más helado, ni cuando el mundo parece más indiferente. Este sigue siendo el momento escogido por Dios. Taylor Caldwell
*
Estaba evitando a toda costa pensar en la Navidad. Me horrorizaba cómo me iba a sentir cuando llegara el día, y esperaba contra toda esperanza que se apareciera un ángel y lo solucionara todo. Hasta intenté convencerme de que era una fecha como cualquier otra, nada del otro mundo, imaginándome que así se disiparía mi soledad. Pero no había escapatoria: el ambiente navideño me rodeaba por todas partes, y estaba sola. No tenía a nadie con quien hablar y reír, nadie que me deseara «Feliz Navidad». Estaba cada vez más deprimida; eso era lo que más me aterraba.
Para mantener la mente ocupada y no ponerme triste, procuré recordar momentos felices. Entre otras cosas, me acordé de mi profesor de catequesis. Era muy simpático y cordial, pasaba mucho tiempo con los niños y tenía el don de hacerlo todo entretenido. Nos decía que Jesús era la alegría de su vida. No dejaba de resonarme en la cabeza el consejo que me había dado en cierta ocasión: «Lleva a Jesús contigo dondequiera que vayas».
Me puse a reflexionar. ¿Daría resultado? Estaba sola. Nadie se enteraría. Así que decidí pasar el día con mi amigo Jesús.
Lo hicimos todo juntos: tomamos chocolate caliente frente a la chimenea, paseamos por la calle, hablamos de lo bonito que era el mundo, nos reímos y saludamos a la gente al pasar. Casi podía sentir Su brazo en mi cintura y oír Su voz. Con susurros inaudibles me dijo que me amaba; a mí en particular. Me aseguró que siempre sería mi amigo. No sé por qué, pero tuve la certeza de que jamás volvería a estar sola.
Cuando me acosté a dormir esa noche, me sentía muy feliz. Estaba muy tranquila y contenta. Era extraño, pero por otra parte, no tanto. Había pasado el día con Jesús, y esperaba que todo el mundo hubiera disfrutado de una Navidad tan dichosa como la que tuve yo. Vivian Patterson
Cómo encontrar dicha
La Navidad puede ser una época difícil cuando se está solo o se ha recibido la visita del dolor.
A continuación doy unas ideas de comprobada eficacia para salir adelante en tan alegre fiesta sin sentirse ajeno a ella:
* Dar a los menos afortunados. Por ejemplo, ofrecerse a pasar el día de Navidad ayudando a servir comidas en un comedor popular o un orfanato, procurando conversar con las personas a quienes se sirve y escucharlas. Al dedicar tiempo a entenderlas y comprender sus dificultades, no solo se les levantará el ánimo a esas personas, sino que uno mismo también se da cuenta de las muchas maneras en que lo bendice Dios.
* No espere a que lo inviten a una cena de Navidad. Busque a alguien muy necesitado y convídelo. Propóngase dar una Navidad memorable a esa persona, y ello lo hará feliz.
* Explique a otra persona el verdadero sentido de la Navidad. Tanto si lo conoce bien como si no. Repasar juntos cómo nos regaló Dios a Su Hijo lo pondrá todo de nuevo en la debida perspectiva. Él también se separó de un ser querido en esa ocasión que ahora conmemoramos. Y lo hizo para que estuviésemos juntos con Él por la eternidad.
¡Comunique amor a los que lo rodean, y la dicha lo embargará! Natalie Vela
La mejor compañía
Si esta Navidad no tienes a nadie, si te parece que te han dejado de lado, hay Alguien a quien le pasó lo mismo: Jesús. Y, a pesar de todo, brindó Su corazón una y otra vez hasta que no pudieron rechazarlo más. En consecuencia, Su Espíritu de amor vive en este momento en el corazón de millones de personas y les brinda felicidad y un propósito en la vida.
Si imitas el ejemplo de Jesús y brindas amor al prójimo, Él estará contigo. Y la Palabra de Dios te asegura que cuanto des te será devuelto... ¡por el propio Jesús! Robert Rider
Oración navideña
Jesús, eres Dios y eres hombre, rey y siervo de todos. Dejaste atrás Tu trono eterno en el Cielo para convertirte en mortal. Te encarnaste y te hiciste uno de nosotros para salvarnos. Me conmuevo al pensar que viniste silenciosa y humildemente a nuestro mundo y lo transformaste para siempre.
Cuando naciste entre nosotros, nos hiciste los regalos más grandiosos que cabe concebir: salvación, paz, esperanza y amor. ¿Quién iba a imaginar que todo eso vendría por medio de un recién nacido, hijo de padres comunes y corrientes, envuelto en trapos y acostado en un pesebre?
Porque viniste a la Tierra, ahora nunca estamos solos. Tenga o no familia y amigos, pase por buenos o por malos momentos, siempre podré contar contigo y con Tu amor. Gracias porque escogiste experimentar tanto la alegría como el sufrimiento terrenales. Gracias por soportar las lágrimas, el dolor, la frustración, la soledad, el agotamiento y la muerte, para poder afirmar con toda veracidad que nos comprendes. No ha habido nunca amor más perfecto que el Tuyo. Anónimo
El regalo de Jesús en Navidad
¿Qué regalo te hice cuando vine al mundo? Ofrecí Mi vida por el perdón de tus pecados, para que de parte de Mí, por medio de Mí y en Mí pudieras tener vida[1].
Todo comenzó cuando proyecté el increíble y hermoso mundo en que vives y te di la vida. Luego te brindé Mi vida, y con ella el acceso a la vida eterna. Y te infundo esperanza por medio del conocimiento de que soy eterno, inmutable, y nunca te dejaré.
Te prometo cosas buenas, tanto ahora como en el más allá. Sé que en esta vida te enfrentarás a problemas y conflictos, pero me comprometo a estar contigo en medio de ellos[2]. Ten la seguridad de que con Mis fuerzas podrás superar las dificultades en lugar de verte superado por ellas[3]. Te prometo que nunca te abandonaré. No te desampararé ni te dejaré. No te dejaré huérfano[4].
Te prometí vida eterna hace mucho tiempo, cuando vine a la Tierra. Nací, viví y morí porque te amé y siempre te amaré. Soy tu regalo de Navidad. Jesús, hablando en profecía
Publicado en Áncora en diciembre de 2018.
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