Sobre hombres ciegos y elefantes
Daveen Donnelly
[Of Blind Men and Elephants]
John Piper escribió en su libro La dulce y amarga providencia: «El racismo y toda clase de etnocentrismos —la creencia de que nuestra cultura o grupo es superior al de los demás— continúa siendo tan común hoy en día como siempre. El acceso inmediato a la Internet en todo el planeta ha introducido a millones de personas y patrones de vida extraños a nuestra vida. Y ha puesto nuestras excentricidades en la vida de otras personas. La diversidad es un hecho hoy en día. La pregunta es cuáles serán nuestras ideas, sentimientos y reacciones ante ella»[1].
La tolerancia hacia los demás es de vital importancia en el mundo actual, multicultural y globalizado. Significa respetarlos y tratarlos de manera decente y justa independientemente de su nacionalidad, cultura, raza, religión, creencias, estilo de vida, género y otros factores. En parte, ser testigos significa escuchar a otros y entender las razones por las que piensan de esa manera.
De pequeña tenía un libro de historietas con una muy conocida fábula de la India sobre seis hombres ciegos y un elefante. En el relato, seis hombres ciegos se topan con un elefante. Ninguno de ellos conocía la apariencia del animal. Uno de los hombres ciegos siente una pierna del elefante y exclama: «El elefante es como un árbol». Otro de los ciegos agarra su cola y responde: «¡No! El elefante es como una cuerda». Un tercer hombre ciego palpa la panza del animal y asegura: «Les digo que el elefante es como una pared». El cuarto hombre ciego se aferra a una gigantesca oreja colgante y exclama con un suspiro: «Ahora veo que el elefante es como una hoja». El quinto toma los afilados colmillos del animal y rebate: «No cabe duda que el elefante es como una lanza». El sexto palpa la larga trompa del elefante y habla con profunda certeza: «Todos se han equivocado. El elefante se parece más a una serpiente».
Es una fábula muy sencilla. Pero nos da mucho que pensar. Al referirme a ella para determinar una situación, experiencia o amistad, me imagino a mí misma como uno de los hombres ciegos de la fábula. En cierto sentido, mis pensamientos, sentimientos, opiniones y percepciones son solo una parte del elefante.
Imaginen que nunca han visto un elefante y que son como una persona ciega que toca un elefante por primera vez. Podría tratarse de una persona, situación o problema al que se enfrentan en este momento. Es posible que solo entiendan una parte del todo, y que puede haber más que aún no ven con relación a esa persona, situación o problema particular. Ese sencillo ejercicio puede añadir perspectiva y ayudarles a entender que lo que ven no lo es todo.
Uno de los relatos que más me conmueven del Nuevo Testamento es en el que los fariseos interrogan a Jesús sobre el castigo que debía sufrir una mujer acusada de adulterio. La ley de Moisés era incuestionable: debía ser apedreada hasta morir. Si Jesús contradecía la ley de Moisés, la gente que se había congregado esperando participar en el apedreamiento dejaría de considerarle un rabí justo. Pero Jesús se dirigió a la indignada muchedumbre: «Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». (Juan 8:7).
Luego dice a la mujer acusada: «¿Ya nadie te condena? Tampoco Yo te condeno. Ahora ve, y no vuelvas a pecar» (Juan 8:10,11). El único justo es Dios; deberíamos dejar que Él sea el juez.
Jesús enseñó: «No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. ¿Por qué se fijan en la astilla que tiene su hermano en el ojo, y no le dan importancia a la viga que está en el suyo? ¿Cómo pueden decirle a su hermano: "Déjame sacarte la astilla del ojo", cuando tienen una viga en el suyo? ¡Hipócritas!, saquen primero la viga de su propio ojo, y entonces verán con claridad para sacar la astilla del ojo de su hermano.» (Mateo 7:1-5.)
Las pretensiones de superioridad suelen ser el verdadero motivo de una actitud sentenciosa, mientras que la compasión es aceptar que «todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23).
John F. Kennedy, trigésimo quinto presidente de los EE.UU., dijo sobre la tolerancia: «La tolerancia no equivale a transigir en nuestras creencias; sino a condenar la opresión y la persecución de otras personas».
Tolerar a los demás no es la aceptación del pecado. La tolerancia es reconocer que todos merecen un trato respetuoso y decente como seres humanos creados a imagen de Dios, sin importar lo que pensemos de ellos.
Peter Amseterdam escribió sobre la tolerancia:
Manifestar amor y tolerancia hacia la gente y respetar el hecho de que todos fueron creados por Dios y tienen el derecho inherente a ser tratados con dignidad no necesariamente significa que uno apruebe sus acciones o se adhiera a sus creencias. Por ejemplo, no aprobamos que incontables vidas se vean arruinadas por el narcotráfico. Sin embargo, al relacionarnos con personas que son culpables de esos males o que no los consideran tales, igual se nos manda tratarlas con respeto como individuos creados a imagen y semejanza de Dios, y ofrecerles salvación, esperanza y el amor de Dios.
Hay momentos en que por motivos de conciencia nos sentimos movidos a alzar la voz contra el mal y la impiedad. Sin embargo la clave es tener en cuenta que como cristianos nuestro deber primordial es manifestar el amor de Jesús a los demás. Aunque tengamos el convencimiento de que la forma en que alguien se comporta no está bien o no es íntegra, igual debemos amarlo. Todos debemos ser fieles representantes del amor de Jesús al relacionarnos con los demás en toda situación, y considerar cómo querría Jesús que reaccionáramos.
A veces nos equivocamos al juzgar y aprendemos de nuestros errores. No siempre es posible rotular decisiones ajenas o situaciones o acontecimientos en términos de bien o mal.
Es una tentación ver a otros y las situaciones a través de un lente monocromático, pero el tiempo, las experiencias y los errores nos enseñan a adquirir un punto de vista más bien policromático. Dios conoce el corazón de cada persona. Él entiende todo sobre cada uno de manera muy superior a lo que nosotros vemos. Él no precisa nuestra ayuda para juzgarlos. Lo que necesita es que le ayudemos a demostrar Su amor y llevar al mundo las buenas nuevas de Su amor. En las sabias palabras de la Madre Teresa: «Si juzgas a una persona, no tendrás tiempo de amarla».
Los especialistas en el campo de la comunicación intercultural aseguran que mediante la socialización y la adopción de las normas y los valores de nuestra cultura, los seres humanos interiorizamos la cultura a nuestro alrededor. Nuestra cultura se convierte en parte de nosotros y determina nuestra perspectiva y toma de decisiones. En un sentido metafórico, nuestra cultura se convierte en los lentes por los que vemos y entendemos el mundo. Cuando adoptamos nuestra cultura y creemos en ella, empezamos a tomarla por sentado. La mayoría de veces ni siquiera la ponemos en tela de juicio.
Las personas que conocen una cultura nueva suelen distinguir y apreciar ciertos aspectos que pasan desapercibidos para la mayoría de quienes se han criado en ella. Ello se debe al grado de arraigamiento de los integrantes de esa cultura. El reverso de la moneda es que los extranjeros por lo general no entienden ni obedecen las expectativas y protocolos sociales de otro país.
El año pasado viajé a tres continentes, viví en cuatro países y conocí a personas fascinantes. Si me preguntan cuál es la fórmula para adaptarse a nuevas culturas, países, situaciones o personas, diría que es demostrar interés genuino y preocupación por los demás.
Lo mejor es intentar construir lazos de comunicación con quienes no entendemos en un principio. Procuremos mostrarnos cordiales y abiertos. Denotemos amabilidad y respeto. Busquemos aceptar a otros tal como son. Evitemos hacer un círculo a nuestro alrededor que excluya a los demás. Recordemos que la más excelente de [estas virtudes] es el amor (1 Corintios 13:13), y que el amor es un lenguaje universal que se puede emplear para llevar el mensaje a las personas en cualquier idioma, cultura o tribu en la que nos encontremos.
No siempre entendemos a ciertas personas ni el motivo por el que reaccionan, sienten o piensan de una manera en particular. Pero ello no es excusa para dejar de amarlos, ni para dejar de darles las buenas nuevas de Aquel que sabe todo de ellos y los ama y quiere tener una relación personal con ellos por toda la eternidad.
Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
[1] La dulce y amarga providencia: el sexo, las razas y la soberanía de Dios, 14. John Piper (Crossway, 2010).
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