Siempre presente
Steve Hearts
Durante momentos especialmente difíciles en la vida, cuando el camino está nebuloso y confuso, cuando nos encontramos en medio de circunstancias dolorosas o sencillamente indeseables, la presencia de Dios puede parecer oscura o simplemente invisible. En momentos así, es fácil pensar que nos ha abandonado y que espera que nos las arreglemos por nosotros mismos.
Así me sentía una noche cuando me acosté para irme a dormir. Me sentía emocionalmente inestable a raíz de un importante cambio en mi vida. Mi corazón y mi alma estaban atrapados en medio de una niebla espesa y opresiva que no se despejaba. Eso sin mencionar el tipo de dificultad que el cambio que estaba viviendo acarrea, que requería una gran dosis de flexibilidad. Sentía que Dios me había dejado solo para lidiar con esa crisis por mi cuenta.
Queriendo encontrar alivio, había preparado mi portátil para escuchar unos Salmos en audio. Estaba a punto de apagarlo y desenchufar la computadora cuando escuché las primeras líneas del Salmo 46: «Dios es nuestro ampara y fortaleza, nuestra ayuda segura en tiempos de angustia»[1]. Lo que ocurrió después me tomará un momento explicarlo adecuadamente, pero sucedió en cosa de segundos. Fue un breve pero claro intercambio entre el Señor y yo. Le comuniqué mentalmente mis sentimientos y escuché Su respuesta con claridad en mi mente.
—¿Tú? ¿Ayuda segura en tiempos de angustia? —Lo reté mentalmente con frustración—. Estoy con las justas sobreviviendo esta dolorosa situación y Tu «ayuda segura» no aparece por ningún lado. Me has abandonado y me has dejado que me las arregle por mi cuenta.
La voz del Señor resonó suavemente en mis pensamientos, sin el más ligero tono de frustración o enojo:
—Estás erróneamente pensando que la frase «ayuda segura» significa «muy notable», pero en realidad estas dos frases no tienen relación alguna. Solo porque no notas ni sientes Mi presencia y ayuda, o Mi voz parece silenciosa, no quiere decir que no estoy a tu lado.
Y luego recalcó el punto con una pregunta:
—Solo porque los pasajeros de un avión no ven al piloto, ¿quiere decir eso que está menos presente?
He viajado más que suficiente en avión para estar seguro de que la respuesta es indudablemente que no. La cabina del piloto está siempre bien cerrada y segura, con lo que el piloto no está a la vista de los pasajeros. Se comunica con ellos a través del intercomunicador, manteniendo a todos informados del despegue, aterrizaje, condiciones climáticas, los avances del viaje, el tiempo estimado de llegada, etc.
El Señor entonces me preguntó:
—En todos tus viajes en avión, ¿recuerdas alguna vez en la que tú o alguno de los pasajeros dudaron de que el piloto estuviera en la cabina solo porque no se le podía ver?
—No —volví a responder.
—Entonces —siguió el Señor—, ¿por qué dudas de Mi presencia en tu vida aunque no siempre la notes?
Una vez más, la sabiduría de Dios sencilla, amorosa y amable superó mis intentos de desafiarlo y demostrar que yo soy más sabio que Él. La niebla opresiva se despejó cuando abrí mi corazón al conocimiento de que Él ciertamente está presente en mi vida, sin importar las circunstancias o lo que me digan otras voces. Él, en Su amor, me ha dado la habilidad de conectarme con Él y escuchar Su voz en mi corazón en cualquier momento. Me habla constantemente, del mismo modo en que lo hace un piloto a través del intercomunicador. No tengo razón alguna para dudar de Su presencia ni un momento.
Me di cuenta de que tenía que ser como Moisés que, como dijo Pablo: «Se mantuvo firme como si estuviera viendo al invisible»[2]. Pensé en cómo se habrían sentido los seguidores de Jesús cuando les dijo que volvería a la casa de Su Padre. Como se habían acostumbrado a Su presencia física, seguramente sentirían que los estaba abandonando y dejándolos en la estacada. Pero no solo les prometió que enviaría al Consolador —el Espíritu Santo—, también les prometió: «Estoy con ustedes siempre, hasta el fin del mundo»[3]. No importaba que ya no pudieran ver o sentir Su presencia física a su lado.
Del mismo modo, está igual de presente conmigo hoy o con cualquiera de nosotros. Solo tengo que tener fe y creer, sin importar si noto Su presencia cercana o no. Por qué otra razón se referiría Pablo a la fe como «la convicción de lo que no se ve»[4].
Pensé en los tres jóvenes hebreos del libro de Daniel que se negaron a adorar a los ídolos, aunque sabían muy bien que con ello estarían arriesgando sus vidas. Para empezar, Dios podría haberlos librado de alguna manera de tener que pasar por el fuego, y estoy seguro de que tenían la esperanza de que así fuera. Pero aunque no se veía en el horizonte ninguna liberación inmediata, y el horno de fuego fue calentado siete veces más y los echaron dentro, no se quejaron a Dios porque los había abandonado. Más bien, confiaron en que a pesar de lo que parecía estar ocurriendo, Él estaba presente con ellos, y seguiría estándolo aun frente a la posibilidad de morir. Solo entonces fue recompensada su fe y la presencia de Dios se hizo visible, no solo para ellos sino también para sus perseguidores. Y salieron de las llamas ilesos[5].
Esa noche pude finalmente descansar de verdad en los brazos de Jesús, sin dudar de Su presencia. Tal vez no siempre note o sienta Su presencia, pero de todas formas Él está conmigo.
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