Sé que el Señor Su ayuda me dará
Li Lian
Lucas, un joven estudiante que vive en una metrópolis de la costa del África Occidental, miraba con desaliento desde su resquebrajada ventana. Este año, al acercarse la Navidad, tenía la esperanza de visitar a sus ancianos padres en una distante ciudad. Hacía más de dos años desde que no los veía.
Pero el problema siempre era el mismo: el dinero. Debido a la crisis económica, lo único que pudo encontrar fue un empleo de media jornada y sus limitados ingresos apenas le alcanzaban para sus gastos, eso sin hablar de comprar un costoso boleto de bus el cual aumentaba de precio considerablemente durante la agitada temporada de vacaciones.
Se retiró de la ventana y escondió la cabeza entre las manos para reflexionar sobre lo que podía hacer.
Más tarde llegada la noche, se encontró con un buen amigo para ver si éste le podía ayudar con el boleto de bus.
Sin embargo, su amigo también enfrentaba una difícil situación económica y con la llegada de las festividades y una numerosa familia que atender, no tenía forma de ayudarlo.
—No obstante —continuó—, si estás convencido de que Dios desea que visites a tus padres, lo hará posible. La Biblia dice que «nada hay imposible para Dios»[1]. Tú y yo estamos necesitados de dinero, pero a Dios nunca le falta nada. Estoy seguro de que te ayudará a llegar a tu destino con o sin dinero, y tú lo puedes poner a Él a prueba partiendo mañana mismo.
—Pero no tengo auto —protestó Lucas.
—Tienes pies, le respondió su amigo.
—¿Irme a pie? ¡Jamás podría caminar semejante distancia!
—Lo sé, y Dios también lo sabe. A donde quiero llegar es a que solo tienes dos opciones: puedes quedarte en casa mañana y probablemente nada ocurra, o puedes decidirte a comenzar tu viaje y rogar para que algo suceda. Si te lanzas y lo intentas, Dios lo hará posible.
Al día siguiente, Lucas se puso en camino hacia su ciudad natal. En su mochila llevaba una buena cantidad de folletos sobre el Evangelio que su amigo le había regalado la noche anterior. Durante la siguiente hora, empezó a repartir folletos a todo el que se le cruzara en el camino: transeúntes, compradores navideños, vendedores ambulantes y mendigos a la vera del camino.
Al llegar a una atiborrada estación de autobuses, entregó folletos en las colas de los ansiosos pasajeros aferrados a sus boletos y equipajes esperando para subir a los buses repletos de gente. Los buses estaban tan llenos que sabía que aunque hubiera tenido el dinero, le habría sido imposible conseguir un lugar. Volvió a experimentar el desaliento que lo abrumó la tarde anterior, pero lo alejó de la mente y siguió adelante.
Cuando llegó a una intersección muy transitada esperando para cruzar la vía, el sonido de un auto que se le acercaba, bruscamente lo devolvió a la realidad. Al darse la vuelta se encontró con un Suburban plateado que se estacionó en la curva justo detrás de él.
—Buenos días —le dijo el conductor por la ventanilla—. Lo vi hace un rato frente a la estación de buses mientras cargaba combustible. Al observar que llevaba una mochila supe que iba de viaje, pero no abordó ningún bus. Al volver a verlo, decidí detenerme. ¿A dónde se dirige?
Lucas se lo dijo y cautelosamente agregó que no tenía el dinero para el boleto.
—¡Mi familia también vive allí! —Exclamó el hombre—. De hecho me dirijo hacia allá para las festividades. Con gusto te llevo.
Y así fue cómo Lucas, encantado, logró su medio de transporte. Mientras se acomodaba en el asiento delantero, le vino a la memoria la letra de una canción que escuchó una vez:
Sé que el Señor Su ayuda me dará.
Sé que el Señor lo solucionará.
Si confío y tengo fe
la salida me hará ver.
Sé que el Señor Su ayuda me dará.
Y cuando escuché a un pastor contar este episodio de la vida de Lucas, supe que el Señor también me daría Su ayuda.
[1] Lucas 1:37.
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