Se llamará Su nombre Admirable
Philip Martin
Me resulta sorprendente lo importante que puede llegar a ser un pensamiento pequeñito que, si nos tomamos la molestia de interceptarlo, puede abrirnos todo un mundo de ideas. Y por otra parte, si no tomamos conciencia de él podríamos perdernos algo que el Señor quiere revelarnos.
El último alumno que me toca recoger en mi recorrido siempre se retrasa. Como va a un colegio distinto al de los demás estudiantes, los dejo primero a ellos y luego regreso por él. Hace varios días que lo noto decaído… muy decaído. Tanto que, podría decirse que si cayera un poco más, tendría que estirarse para poder rascarle la panza a una oruga. Total que, con la intención de ayudarlo a pensar en otra cosa, el otro día le pregunté qué significaba el primer día de primavera —el equinoccio de primavera— y si entendía lo que quería decir.
Como suele hacerlo, no me contestó, así que procedí por fe. A menudo le hablo y confío en que algún efecto tendrá lo que le digo sobre su mente y su espíritu, ya que la Palabra nunca vuelve vacía, aun cuando no hay una respuesta o una reacción.
Me puse a contarle que viene de una palabra en latín que significa noche equivalente, y que básicamente se refiere al momento del año en que el largo de la noche y el del día prácticamente coinciden. Luego le expliqué que hay dos equinoccios, uno en marzo que da inicio a la primavera y el otro en septiembre, que marca el inicio del otoño. Luego le hablé sobre los solsticios —lo opuesto de los equinoccios— y cómo también ocurren dos veces al año, en medio del invierno para marcar el día más corto, y en el verano para marcar el día que más horas de luz tiene.
Le dije que el universo se asemeja a un enorme reloj, y comenté lo admirable que me resultaba que todo sucediera perfectamente a tiempo. Le pregunté:
—Si te diera todas las piezas de un reloj Rolex por separado en un frasco y te indicara que lo sacudas hasta que se forme un reloj, con cada pieza sincronizada de tal manera que funcione y dé la hora perfectamente, ¿crees posible que eso ocurriera?
—¡No! —respondió él. Por fin lograba que me dirigiera la palabra.
Entonces proseguí:
—¿Y no te parece absurdo que la gente piense que el reloj del universo, que es infinitamente más complicado, se haya creado a sí mismo?
No me contestó nada, pero veía que estaba pensando. Se quedó mirando hacia arriba, con la mirada fija en el techo del bus, cavilando. Llegamos a la escuela, y supongo que mis palabras deben de haber tenido un gran impacto en su persona, porque antes de bajarse se despidió de mí, cosa que nunca había hecho.
A lo mejor fue la mirada que puso cuando le dije que el universo se asemejaba a un enorme reloj lo que me hizo pensar en mayor profundidad sobre la palabra «admirable». Me vino al recuerdo el versículo Isaías 9:6: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.» ¿Acaso uno de los nombres de Dios era Admirable?
Me puse a comparar diversas traducciones de la Biblia para averiguarlo. Cuando busqué el mismo pasaje en otras versiones, de las casi veinte que revisé ocho lo citaban de la siguiente manera: «y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte», etc. Sin coma entre Consejero y Admirable, con lo que el admirable se convertía en un adjetivo, describiendo el nombre Consejero en lugar de ser un sustantivo representando uno de los nombres de Dios.
A fin de determinar cuál de las dos traducciones era la correcta, recurrí a mi Biblia de estudio The Hebrew-Greek Key Study Bible[1]. Al buscar la palabra en el hebreo original, comprobé que el término traducido como Admirable en la Biblia era Pele, y que en efecto se trataba de un sustantivo y no un adjetivo. Viene de la palabra Pala, que significa ser distinguido o singular, milagroso. Incluso hay un comentario sobre Isaías 9:6 que dice: «Este es uno de los diversos títulos que se le dan al Mesías, demostrando que Jesús habría de continuar la obra de Dios».
Luego me puse a pensar en la naturaleza y sus prodigios, en el cuerpo humano y la mente humana, en las creaciones tan notables que son. Las flores, las aves, las abejas, la luna, las mareas… todo. De hecho, la creación entera fue concebida para inspirar admiración, lo cual nos conduce a adorar y alabar al Creador cuyo nombre es Admirable. Él está lleno de maravillas admirables.
De ahí, me puse a pensar acerca del evolucionismo, y me di cuenta de que creer en un mundo que surge al azar le quita todo lo prodigioso y «admirable» al maravilloso mundo de Dios. Si todo simplemente surgió, sin que mediase un planeador o diseñador entre la nada y lo creado, ¿qué habría de admirable? No habría la más mínima razón para adorarlo al ver semejante magia que nos deja sin palabras y nos inspirar a alabar. ¿Para qué?
¡No! La creación de Dios fue diseñada para inspirar admiración. Es maravillosa, admirable, y nosotros, Sus hijos nacidos de nuevo, debemos ser capaces de ver el cuidado y la preocupación con que hizo las obras de Sus manos, y ello a su vez debería inspirarnos a alabarlo y adorarlo a Él, nuestro magnífico creador. ¡Dios es admirable! La naturaleza es admirable.
*
Señor, Tú eres mi Dios; te exaltaré y alabaré Tu nombre porque has hecho maravillas. Desde tiempos antiguos Tus planes son fieles y seguros. Isaías 25:1
Alaben la misericordia del Señor, y Sus maravillas para con los hijos de los hombres. Salmo 107:8
Ha hecho memorables Sus maravillas; clemente y misericordioso es el Señor. Salmo111:4
Toda la creación de Dios es una obra de arte que refleja perpetuamente Su mensaje para todos nosotros... ¡imágenes que nos describen el relato, retratos que muestran la verdad!
¿Sabes cuáles son las mejores credenciales con que cuenta Dios, la mayor prueba de Su autoridad? Su creación. Su gloriosa creación es un testimonio constante de la existencia de un Diseñador y Creador divino, como dice Romanos 1:20: «Porque las cosas invisibles de Él, Su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la Creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa».
Los que se niegan a ver a Dios en Su creación son como aquel granjero que, al ver una jirafa por primera vez, dijo: «¡No es de verdad!» Ahora bien, el solo hecho de que uno no crea algo no significa que ese algo no sea real.
No tienes más que sentarte afuera, mirar los árboles y los pájaros y observar las ardillas, y te darás cuenta de que no fue ninguna casualidad. Todo está planeado al detalle.
¿Que si Dios te ama? Puedes verlo y sentirlo en el mundo tan maravilloso que te ha dado para habitar. Con solo echar un vistazo a tu alrededor, contemplar esta hermosa creación, se puede ver el amor de Dios. Observa el mundo y sabrás que Dios te ama. Su amor se manifiesta claramente en todo lo que ha creado para tu deleite. Cuando pensamos en las maravillas de la gloriosa creación de Dios y la forma en que la maneja, nos hace alabarlo aún más. Recopilación de fragmentos de David Brandt Berg
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] Spiros Zodhiates, ed. (Baker Publishing, 1985).
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