Salvación eterna
Tesoros
La Biblia dice que «Dios es amor» (1 Juan 4:8). Dice también que «de tal manera amó Dios al mundo —a cada uno de nosotros—, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16). Dios te amó tanto que entregó a Jesús para que sufriera y muriera por los pecados de toda la humanidad. «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él» (1 Juan 4:9). Jesús es la manifestación del amor de Dios.
Algunos preguntan: «¿Por qué no dejas a Jesús al margen? ¿Por qué tienes que mencionar ese nombre? ¿Por qué no puedes decir simplemente Dios, y hablar solo de Dios? Así nos resultaría mucho más fácil aceptarlo, si no insistieras en mencionar el nombre de Jesús».
Si es cierto que Jesús es el Hijo de Dios y que Dios lo escogió para manifestarse al mundo y demostrar Su amor, es Dios mismo quien decidió insistir en ello. «Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo tiene también al Padre» (1 Juan 2:23). Jesús mismo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí» (Juan 14:6).
Ninguno de nosotros es capaz de concebir realmente lo grandioso, fabuloso y maravilloso que es Dios Padre. Está muy por encima de la capacidad de comprensión humana, pues Él y Su Espíritu son mayores que todo el universo. A pesar de ello, se puso a nuestro nivel y nos envió a Su Hijo Jesucristo para que viéramos cómo es Él. Ese es, pues, el principal deseo de Dios para cada uno de nosotros: que reconozcamos a Jesús como Hijo de Dios, creamos en Él como Señor y Salvador y aceptemos Su amor por nosotros, el cual nos manifestó al morir en la cruz y tomar sobre Sí el castigo que requerían nuestros pecados según las leyes perfectas de Dios, a fin de que fuéramos perdonados y salvados.
¿Por qué necesitamos perdón? Porque todos somos pecadores. La Biblia dice: «Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23), y también: «La paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Romanos 6:23).
Debemos comenzar por confesarnos pecadores. Claro que podríamos tener la tentación de decir: «Yo soy bastante bueno. Seguro que Dios me reconocerá que como mínimo soy bastante mejor que muchos otros». Pero con eso no basta, porque no podemos llegar al Cielo a menos que seamos perfectos, y nadie lo es. Todo el mundo comete errores, todos hemos pecado.
Jesús murió por nosotros porque todos somos pecadores y nos resulta imposible ser perfectos y cumplir las leyes perfectas de Dios que hay en la Biblia, como los Diez Mandamientos. Solo Jesús es perfecto. Por eso pudo expiar nuestros pecados con Su muerte; y como tomó sobre Sí mismo el castigo que nos correspondía a nosotros, Dios nos pudo perdonar. Nosotros nunca habríamos podido ganarnos ese perdón. Todos hemos pecado, y para salvarnos todos necesitamos el amor y la misericordia de Dios. Ese amor y esa misericordia los encontramos en Jesucristo.
No podemos salvarnos por nuestras propias obras, nuestra bondad, nuestros intentos de cumplir las leyes de Dios y amarlo o nuestros esfuerzos por descubrir y seguir Su verdad. La salvación es un regalo de Dios, una transformación que se produce en nuestra vida cuando aceptamos Su verdad en el amor de Su Hijo Jesús, por obra de Su Espíritu Santo.
«Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8,9). Tienes que ser humilde y reconocer que no te mereces la salvación, que eres un pecador perdido y que no tienes forma de salvarte sino por la gracia de Dios. La salvación se recibe puramente como un regalo, no porque uno sea bueno y se la merezca, se la gane o haya hecho algo digno de ella. Dios nos concede la salvación porque nos ama. Lo único que tenemos que hacer nosotros es creer y aceptarla. Es un regalo de Dios.
Por mucho que vayas a la iglesia y reces y hagas lo que tú quieras, no te vas a salvar. El único que nos puede salvar es Jesús. «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). «En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).
Solo Jesús nos puede liberar del pecado, de su poder sobre nosotros y su condenación. «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). ¡No importa lo que hayas hecho! Dios te perdonará todos los pecados habidos y por haber salvo uno: el de rechazar a Jesucristo. «Esta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19).
En cambio, si te acercas a la luz —Jesús, «la luz del mundo» (Juan 8:12)—, «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1), para los que han aceptado a Cristo y Su perdón.
Jesús dijo: «De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:3). Cuando lo aceptas como tu Salvador, naces de nuevo espiritualmente y te conviertes en una nueva criatura en Cristo Jesús. «Las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).
Y una vez que lo aceptas, ¡Él ya nunca te rechaza! «Al que a Mí viene, no lo echo fuera» (Juan 6:37). «Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano» (Juan 10:28).
La salvación es para siempre. Una vez que recibes a Jesucristo, que le pides que entre en ti y forme parte de tu vida, que lo amas y crees en Él y lo aceptas como tu Salvador, eres hijo de Dios, estás salvado y vivirás para siempre. Si «naces de nuevo» como hijo Suyo, siempre serás hijo Suyo. Es imposible desnacer. Y de la misma manera, es imposible que pierdas la salvación. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna» (Juan 3:36).
Podemos estar tranquilos y tener paz interior, sin necesidad de preocuparnos de si seremos o no lo suficientemente buenos, o de si ya hemos sido demasiado malos, o de si llegaremos al Cielo. Por supuesto que debemos procurar ajustar nuestra forma de vivir a la voluntad de Dios y lo que enseña Su Palabra, y seguir el ejemplo de Jesús de amar a Dios y al prójimo. Pero no es que de esa forma vayamos a conseguir mantenernos salvados. Jesús nos salva de una vez para siempre, ¡y Su regalo es la vida eterna!
Gracia, fe y nada más. Así es la salvación. Eso no quiere decir que una vez salvado puedas vivir como te dé la gana. Si eres un verdadero cristiano, siempre estarás salvado; ahora bien, si cometes pecados contra el Señor y los demás y no los confiesas, ni te arrepientes, ni los enmiendas, de alguna forma sufrirás las consecuencias, «porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Hebreos 12:6).
Cuando aceptas a Jesús, toda tu vida cambia, se obra una transformación. Es muy posible que te sientas diferente, que cambie tu forma de pensar y que tengas más paz y alegría que nunca. Tu antigua manera de ser quedará atrás y serás una nueva persona, mucho mejor y más feliz. Cuando Jesús entra a formar parte de tu vida, no solo renueva, purifica y regenera tu espíritu, sino también tu mente, rompiendo viejas conexiones y reflejos y reconstruyéndote y reprogramándote gradualmente para convertirte en una persona con un concepto de la vida totalmente distinto, con una nueva visión del mundo y nuevas reacciones ante prácticamente todo lo que te rodea.
Si permaneces en Él, y Él en ti, llevarás «mucho fruto» (Juan 15:5). Si estás realmente salvado, si has aceptado a Jesús, observarás un cambio en tu espíritu, en tus pensamientos, en tu corazón y en el rumbo que sigues en la vida. Si tienes a Jesús, tienes amor, porque Dios es amor.
¿Has aceptado a Jesús? ¿Has nacido de nuevo? Si tienes un corazón humilde delante de Dios y sabes que eres pecador y que necesitas Su ayuda, lo único que te hace falta es pedirle a Jesús que entre en ti y forme parte de tu vida.
Él dijo: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Dios no le impone a nadie la salvación. Su amor es todopoderoso, sí, pero Él no obliga a nadie a aceptarlo. Jesús llama a la puerta, no la echa abajo. Tienes que invitarlo a entrar, recibirlo en tu vida.
¿Quieres aceptar a Jesucristo como tu Salvador? Él aguarda tierna, amorosa y pacientemente a la puerta de tu corazón. Quizá lleva años llamando a tu puerta. Pero cada uno decide si acepta o no a Jesucristo, porque Dios nos da la libertad de elegir. Si quieres recibirlo como tu Señor y Salvador, haz sinceramente esta sencilla oración:
Señor Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Creo que de veras moriste por mí y que eres el Hijo de Dios. Ven ahora a mí. Te abro la puerta de mi corazón y te invito a vivir en mí. Lléname de Tu Espíritu Santo y guíame por la senda de la verdad. Gracias por morir en la cruz por mí y por regalarme vida eterna. Amén.
Jesús prometió que, si crees en Él y le abres la puerta, Él vendrá a ti. La fe se fundamenta en la Palabra de Dios, no en sensaciones. Las sensaciones cambian de un día para otro, pero la Biblia, la Palabra de Dios, no. Así que pon tu fe en Su Palabra, porque «la fe es por el oír la Palabra de Dios» (Romanos 10:17).
«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31). ¡Disfruta de Su amor y salvación, ahora y siempre!
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en octubre de 2023.
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