Robert Jastrow y Dios
Dennis Edwards
Robert Jastrow (1925–2008) fue un discípulo de Edwin Hubble, famoso astrónomo estadounidense cuya interpretación del corrimiento al rojo de la luz procedente de galaxias lejanas dio origen a la teoría del Big Bang. Tras la muerte de Hubble, Jastrow continuó en muchos aspectos su labor. Posteriormente escribió un libro titulado God and the Astronomers (W. W. Norton, 1978). En una entrevista acerca de su fe o falta de fe hace una interesante observación. Comienza hablando de las implicaciones del corrimiento al rojo observado por Hubble:
Si se invierte el movimiento, el movimiento hacia fuera de las estrellas y galaxias, y se retrocede en el tiempo, cada vez se acercan más unas a otras. Finalmente se llega a un punto en que son casi infinitas en densidad y temperatura, y es imposible ir más allá. De modo que hubo un principio, un momento concreto que fue el origen de todo. Eso es extraordinario. Tiene una fuerte connotación teológica que me intrigó, porque yo soy agnóstico. Si hubo un principio, un instante en que se creó el universo, entonces hubo un creador. Pero un creador no es compatible con el agnosticismo. Eso me pareció muy interesante, tanto que sentí la urgente necesidad de contarlo.
Por eso escribí el libro. De la misma manera que me resisto a creer que hubiera un creador, también me resisto a creer que todo esto se produjera por casualidad, lo cual implica que hubo un creador. Así que ya ve, estoy en una situación realmente sin salida, y ahí me he quedado. Repito que me cuesta creer que sea todo cuestión de átomos y moléculas. Así que trato de encajar en mi concepto del mundo la conclusión de que existe una fuerza superior de algún tipo a la que podemos llamar Dios o como sea. Pero me resisto a aceptarlo, porque soy materialista en cuanto a filosofía. Creo que el mundo se compone exclusivamente de sustancias materiales (y no de causas sobrenaturales). Cuando uno determina esas sustancias y las leyes que rigen sus interacciones entre sí, ya está. No hace falta decir nada más.
Eso es lo que me dice la ciencia. He sido toda la vida un científico. Pero me resulta insatisfactorio. De hecho, me produce desasosiego. Me da la impresión de que se me pasa algo por alto. Pero no averiguaré qué se me pasa por alto en lo que me queda de vida[1].
¡Qué confesión tan sincera y a la vez tan triste! En los últimos años de su vida, Jastrow tiene la impresión de que su cosmovisión materialista lo ha defraudado. Está inquieto. Está insatisfecho y se pregunta si se habrá equivocado. Presiente que tiene que haber algo más, pero su orgullo intelectual —todos esos años en que se ha aferrado a un sistema materialista de creencias— lo obliga a rechazar la verdad evidente de que hubo un Creador. Lamentablemente, confiesa que descenderá a la tumba sin haber hallado la respuesta.
El célebre científico Isaac Newton llegó a una conclusión distinta. Escribió:
Este bellísimo sistema compuesto por el Sol, los planetas y los cometas solo puede proceder del consejo y dominio de un ser inteligente y poderoso. […] Este Ser gobierna todas las cosas, no como alma del mundo, sino como Señor por encima de todo; y por razón de Su dominio se le suele llamar Señor Dios o Soberano Universal.
Isaac Newton fue un gran científico, pero también un gran cristiano, y estudió la Biblia tanto como las ciencias.
Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, escribió algo muy similar a lo de Newton:
Tan irresistibles son estas pruebas de un agente inteligente y poderoso que, del infinito número de hombres que ha habido a lo largo de todas las épocas, en una proporción de como mínimo un millón a una unidad estos han creído en la hipótesis de la preexistencia eterna de un creador, y no en un universo que existe por sí mismo[2].
De modo que Jefferson, que no tiene fama de haber sido un hombre religioso, llegó a la misma conclusión que Newton a raíz de esas «pruebas irresistibles».
Incluso Albert Einstein, que tampoco es conocido por su fe, en una entrevista que le hicieron en 1929 declaró:
Estamos en la misma posición que un niño que entra en una biblioteca enorme, con las paredes cubiertas hasta el techo de libros en muchas lenguas. El niño sabe que alguien tuvo que escribir esos libros, pero no sabe ni quién ni cómo. No entiende los idiomas en los que están escritos. Y observa un indudable plan en la disposición de los libros, un orden misterioso que él no comprende, sobre el cual no tiene sino una leve sospecha. Esa, me parece a mí, es la actitud de la mente humana, aun de las personas más destacadas y cultas, frente a Dios. Vemos un universo maravillosamente ordenado, que se rige por ciertas leyes; pero las entendemos solo a medias. Nuestra mente es limitada, y no es capaz de captar la fuerza misteriosa que mece las constelaciones.
Einstein, por tanto, analizando las pruebas, llegó a la conclusión de que tiene que haber un «Dios» o una «fuerza misteriosa» que controla el universo.
Wernher von Braun, el ingeniero aeroespacial que ayudó a llegar a la Luna a los Estados Unidos, lo expresó de un modo ligeramente distinto:
Para mí, la idea de una creación no es concebible sin invocar la necesidad de diseño. Es imposible estar expuesto a la ley y el orden del universo sin concluir que detrás de ello tiene que haber un designio y un propósito. […] Mis experiencias con la ciencia me han conducido a Dios. Quieren que la ciencia demuestre la existencia de Dios. Pero ¿realmente es necesario encender una vela para ver el sol?[3]
Hay quienes no dan con la puerta de la salvación por bien poco: solo por la distancia que media entre su corazón y su cabeza. El orgullo y la incredulidad los llevan a rechazar la verdad del evangelio. Como bien dijo el apóstol Pedro: «Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción, pues el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció»[4]. Se vuelven esclavos de sus filosofías mundanas, que parecían ser la senda para alcanzar la libertad, y no hacen sino caer en manos de otro tirano que les exige obediencia absoluta, hasta la muerte.
La filosofía materialista de Jastrow prometía liberarlo de las creencias arcaicas del cristianismo. Pero al llegar al final de su vida, cuando le da la impresión de que muy bien podría estar equivocado en toda su concepción, se siente aprisionado por la filosofía que le prometía libertad. No logró escapar de su sujeción materialista, por mucho que le habría gustado. ¡Qué triste final! Pero Jesús nos promete una escapatoria. No es preciso que nos vayamos a la tumba sin saber cuál es la verdad. Cuando buscamos a Jesús de todo corazón, con toda nuestra mente y nuestra alma, Él nos responde. «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»[5]. «Si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres»[6].
[1] The Privileged Planet, documental dirigido por Lad Allen (Illustra Media, 2004), DVD, http://www.theprivilegedplanet.com/scientists.php.
[2] Carta de Thomas Jefferson a John Adams del 11 de abril de 1828.
[3] Extracto de una carta del 14 de septiembre de 1972 dirigida a la Junta de Educación del Estado de California.
[4] 2 Pedro 2:19.
[5] Juan 8:32.
[6] Juan 8:36.
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