Respuesta cristiana en un mundo polarizado
Rufus
[A Christian Response in a Polarized World]
Cuando hablo con mis amigos, a menudo comentamos cómo las cosas van de mal en peor, y debatimos sobre los diversos problemas que se escuchan en las noticias y lo polarizado que está el mundo. La locuacidad política se ha vuelto muy volátil. Hoy existen muchos extremos que no recordamos haber visto nunca antes. Es muy difícil no participar en conversaciones sobre el estado del mundo, el deterioro de los valores morales y los problemas económicos que nos afectan en nuestro propio entorno. Y esa conversación a veces se intensifica cuando hay diferencias de opinión.
¿No supone esto un reto importante para nuestro cristianismo? ¿A qué marco teológico recurrimos? ¿Cómo abordamos la polarización, no solo en nuestra sociedad, sino a veces entre nosotros mismos?
Como cristianos nos preocupamos y tenemos nuestros propios valores de justicia social y debemos estar dispuestos a defender lo correcto, pero también se nos instruye a amar a nuestros hermanos (Juan 13:34–35), poner la otra mejilla (Mateo 5:38–39), perdonar (Efesios 4:32), y no devolver insultos (1 Pedro 2:23) cuando hay diferencias. Pareciera ser ideológicamente abrumador encontrar exactamente el rol de un cristiano respecto a los diversos problemas culturales y económicos que nos confrontan hoy en día.
Al orar sobre esto, recuerdo a Jesús en Su época. ¿Vivió Él en un clima social tan diferente al de hoy en día? ¿No estaban la mayoría de Sus discípulos bien inmersos en el sentimiento cultural y nacionalista de esa época abogando por la liberación del control del dominio romano? ¿Acaso no le preguntaban continuamente a Jesús cuándo vendría Su reino, básicamente pensando en un reino terrenal que los liberaría del dominio político vigente? Entre su propio pueblo había odio y oposición, con extremistas como Barrabás y los Zelotes por un lado y los recaudadores de impuestos y colaboradores que hacían dinero de la ocupación romana por el otro. ¿No enfrentaban los primeros cristianos un dilema parecido al que enfrentamos nosotros, teniendo que decidir qué hacer respecto a la injusticia y a la vez respetar y conservar los valores cristianos?
Pues nosotros como discípulos debemos saber —y seguramente los primeros cristianos fervorosos sabían, gracias a las enseñanzas de Jesús— que no podemos dejar que nuestras convicciones nos conduzcan a la violencia. «Mi reino no es de este mundo; si Mi reino fuera de este mundo, Mis servidores pelearían» (Juan 18:36), y «las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10:4). Pero aún queda la pregunta sobre cómo evitamos ser absorbidos por el vórtice verbal de la lucha secular sobre cuestiones actuales que afectan nuestras vidas. He observado en mi propia experiencia que cuando me afirmo en opiniones políticas fuertes de un lado o del otro, esto me hace prejuicioso, categorizador e impaciente hacia personas con opiniones opuestas.
También he notado en mi propia vida los factores que me motivan. Me doy cuenta de que cuando estoy en medio de un trato con alguien —por ejemplo, en un proceso de un trato comercial procurando hacer una venta— soy capaz de dejar de lado las opiniones políticas o económicas de una persona, incluso cuando son diametralmente opuestas a las mías, porque mi motivo es ganar su confianza para realizar una venta. El mismo principio es cierto al testificar. ¿A quién le importan las inclinaciones políticas de alguien cuando se trata de conquistar un alma? En cambio, en un entorno social con el único motivo de expresar mis opiniones ideológicas personales, noto que las diferencias se intensifican, con menos consideración por el respeto o la preocupación por los demás.
La respuesta me parece elemental. El cariño y el amor por la otra persona, testificar y compartir las Buenas Nuevas con ella, se trate de un incrédulo, un amigo cercano o incluso un enemigo, debe ser la motivación primordial en cualquier interacción. La gran misión debe predominar en todo lo que hacemos.
Justo antes de Su ascensión, los discípulos le preguntan de nuevo: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» (Hechos 1:6). Dejó esa pregunta en suspenso pero les dio algo más importante, ya que Su respuesta fue: «No les toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre. Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán Mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra» (Hechos 1:7–8).
Esa obviamente pudo haber sido la respuesta a la cuestión política de su tiempo y todavía podría ser la respuesta para nosotros también. Testificar como parte de todo lo que hacemos. «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19–20). Continuar como discípulos de Jesucristo para completar la gran misión cambia completamente el panorama y anula cualquier preocupación o diferencia ideológica. ¡Volvemos a los fundamentos! Después de todo, tengamos en cuenta que al final, la rectitud nunca puede ser legislada o forzada, y solo los corazones cambiados resultan en vidas cambiadas.
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