Requiere tiempo
María Fontaine
¡No hay nada más estupendo que la vida con Jesús! Es increíblemente satisfactorio dedicar tiempo y energías a nuestra misión de transmitir a los demás el amor de Jesús y darles a conocer Su amor y Su salvación. El testimonio que da el conjunto de la Familia Internacional —que es la suma del testimonio de todos de sus integrantes—, es impactante.
Hay momentos y situaciones en que resulta más fácil dar el testimonio que el Señor quiere que den, y otros en que cuesta más. Puede ser todo un reto transmitir el mensaje del Señor y las verdades espirituales a quienes los rodean en la vida cotidiana, en el lugar de trabajo, colegio o universidad. Es diferente testificar a un extraño; eso presenta sus propios desafíos. Pero a veces resulta todavía más difícil dar testimonio a los allegados; en particular a los parientes, amigos y compañeros de trabajo.
Es probable que la mayoría de nosotros conozcamos a personas a quienes nos cuesta testificar. Hay algunos que se encuentran en circunstancias particularmente difíciles en las que alguien muy allegado no apoya sus creencias y decisiones. Hasta es posible que en el caso de algunos sean muchos los amigos, conocidos y parientes que opinen así.
Ruego que el Señor y Su Palabra les infundan la clarividencia, fuerzas y guía que los beneficien a ustedes y a sus allegados a fin de dar ejemplo de su fe y un testimonio a personas de su círculo que tal vez todavía no sean receptivas al mensaje.
Expectativas de resultados rápidos
En muchos casos, esperamos resultados inmediatos en cuanto a nuestra testificación y hacer discípulos de las personas. Es posible que nos veamos tentados a pensar que con un plim plam plum, abracadabra, ¡todo debería quedar hecho! Esa ansia de ver resultados inmediatos contribuye a la impaciencia, y hasta nos hace ser menos diligentes y fieles. Es estupendo que obtengamos algunos resultados rápidos y milagrosos, pero cuando no es así, podemos pensar que algo anda mal o nos impacientamos, nos desilusionamos, nos desanimamos, nos sentimos frustrados y tenemos sentimientos de culpabilidad.
Cuando yo iba a la iglesia de pequeña, había mujeres que oraban muchos años para que sus maridos se salvaran. También había quien oraba durante años para que se salvara un pariente descarriado, y oraron así hasta el día en que éste aceptaba al Señor en su lecho de muerte. Muchos cristianos piensan que si se va a orar para que alguien se salve, que debe hacerse incansablemente hasta que esa persona llegue a conocer y aceptar al Señor.
Sin embargo, nuestra tendencia ha sido ver las cosas de otra manera. Con frecuencia nos hemos concentrado mucho más en cosechar que en sembrar. Nos hemos acostumbrado a cosechar, a recoger la mies, a recolectar la fruta por así decirlo, pero no tanto a plantar, cultivar y cuidar. De ahí que cuando nos toca la laboriosa tarea de sembrar y atender lo que se ha plantado, a veces nos lleguemos a impacientar y manifestemos poca diligencia o fidelidad, porque queremos ver resultados inmediatos.
Cuando las cosas no avanzan tan rápido como de costumbre, o nuestro esfuerzo no da fruto visible de inmediato, no debemos impacientarnos ni sentirnos fastidiados, no es menester que nos condenemos, nos preocupemos o pensemos que algo no anda bien o no está resultando bien. No todo se mueve tan deprisa como estamos acostumbrados, ni debe ser así.
Muchas veces cuando no nos curamos milagrosa o rápidamente en uno o dos días, le preguntamos al Señor: «¿Qué es lo que he hecho mal?», o pensamos: «Nuestras oraciones no resultan, algo anda mal». En ocasiones así, es posible que el Señor quiera decirnos algo en particular, y es bueno hacerse esa pregunta. Pero si ya la han hecho y no han descubierto nada que ande mal, es posible que no haya nada que esté mal; o quizá el Señor quiere poner a prueba su fe.
Vivimos en una época muy acelerada y queremos hacer mucho. Tenemos la sensación de que hay que terminarlo todo enseguida porque disponemos de poco tiempo. En cierto modo esa actitud no está mal, porque es verdad; el Señor quiere que aprovechemos bien el tiempo y que hagamos mucho. Pero es necesario que entendamos que el Señor sabe cuál es el mejor momento y ciertas cosas requieren tiempo y paciencia.
Algunas de las obras más fructíferas han sido aquellas en las que los integrantes han persistido en un mismo lugar y han plantado lenta y metódicamente una labor misionera sólida y productiva. Han atendido fielmente a los nuevos conversos, día tras día, a lo largo de semanas y meses, y con el tiempo éstos se han convertido en buenos amigos y sustentadores. Han cultivado buenas relaciones con los vecinos y demás personas del barrio, ganándose la fama de estar siempre a disposición de quien los necesite, de ofrecerse a ayudar, y han sido un ejemplo vivo de su fe.
Que Dios nos ayude a dar con un buen equilibrio y recordar que ciertas cosas requieren tiempo.
Plegaria por la misión
Amado Jesús, el objetivo que nos has dado es que encontremos más discípulos, que hallemos a quienes lleguen a tener una relación contigo y que les enseñemos a divulgar Tu verdad y a dar Tu amor a los demás. Nos dijiste que «la mies es mucha, pero los obreros pocos» y nos has dado instrucciones de orar para que lleguen más obreros que nos ayuden a recoger la mies[1]. Te pedimos que nos dirijas a quienes no solo acepten Tu regalo de salvación y que permitan que su vida cambie a través de él, sino también a quienes sientan el llamado de llevar las buenas nuevas a los demás.
Haz que conozcamos a quienes se den cuenta del valor que tiene la salvación y lo importante que es llevar esa verdad a los demás, que vean el valor de Tu venida a la tierra y de que hayas entregado Tu vida por los pecados de toda la humanidad, por lo que diste a todos el precioso regalo de la salvación, la vida eterna. Abre las puertas para que nos relacionemos con quienes reconozcan el valor de Tu gran acto de amor y misericordia, aquellos a quienes les apasione llevar la verdad a los demás porque has transformado su vida y quieren contribuir a que ocurra ese mismo cambio en la vida de otros.
Amado Jesús, sabes que por recibir suficiente dinero para satisfacer todas las necesidades de la vida, o tener una oportunidad que haga realidad el sueño de alguien, la mayoría de las personas darían lo que sea. Sin embargo, todo eso ni siquiera empieza a compararse con el regalo de la salvación. La salvación es mucho más valiosa; es de un valor inestimable y algo que todos necesitan.
Maravilloso Creador, Tu amor nos ha conmovido sobremanera. Tenemos una relación personal contigo, el Dios del universo. Tenemos una paz inexplicable. Tenemos Tus promesas de protección. Tenemos Tu guía. Tenemos acceso a Tus palabras de sabiduría. Tenemos la seguridad de una hermosa y eterna existencia futura en la que estaremos contigo.
No queremos guardarnos esos tesoros. Tenemos un gran deseo de compartir la maravilla que eres Tú y nuestra riqueza espiritual con otras personas a fin de que conquistemos y enseñemos a los que puedan enseñar también a otros. Nos has dicho que orar no es lo menos que podemos hacer, sino lo máximo.
Te damos gracias por esta oportunidad de interceder por la misión ante Ti. Rogamos por quienes quieres que conozcamos, a quienes incluso ahora estés hablándoles al corazón. Señor, eres el que guía y dirige a las personas a la verdad. Eres el que les da el llamamiento. Tu Espíritu actúa en la vida de las personas. Eres el que las salva.
Jesús, el verdadero salvavidas
Ustedes, Mis seguidores, ven personas que se están ahogando y les lanzan un salvavidas, que soy Yo. Soy la cuerda de salvamento con la que pueden contar, algo que los salvará de verdad y para siempre. Los que me reciben en su vida son los que echan mano de ese salvavidas y depositan su confianza en Mí.
Ahora bien, entre los que se esfuerzan por sobrevivir entre las olas no es que todos quieran deshacerse inmediatamente de los salvavidas a los que están aferrados. Su fe es débil, no saben qué creer, y por encima de todo, tienen el corazón lleno de miedo a que no haya nada lo suficientemente fuerte para sostenerlos. Saben que necesitan un Salvador, que tienen que reconciliarse con Dios, saben que su vida necesita una razón de ser, pero por los años de ignorancia y temor están muy asustados porque no tienen nada a qué aferrarse. Si esas personas tienen miedo de desprenderse de sus salvavidas, de sus otros dioses, religiones y buenas obras, esa no es una razón para negarles el verdadero salvavidas: Yo. Vengo a buscar y salvar lo que estaba perdido. Eso es lo que me propongo.
Conforme pase el tiempo, la vida y la muerte pondrán a prueba cada creencia. La ola que nadie puede dominar caerá tarde o temprano sobre la cabeza de todos y les demostrará que necesitan un Salvador. Tirarán de cada soga y verán que solo una está atada a la roca. Yo soy el salvavidas del mundo. A todo el que se aferre a Mí le garantizo que llegará sano y salvo a la orilla. Jesús, hablando en profecía
Publicado en Áncora en enero de 2015.
[1] Mateo 9:37–38.
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