Reflexiones navideñas
Chandra Rees
La Navidad es sin duda mi época predilecta del año. Esté donde esté, la variedad de climas en los que la celebré, o la forma peculiar de celebrarla según las tradiciones locales de diferentes países, cuando cierro los ojos y pienso en la Navidad, me imagino las maderas crujiendo en el fuego, la nieve descendiendo lentamente, y una neblina surrealista envolviendo el acontecimiento. Sería nostálgico decir que uno hasta puede oler la Navidad, pero a veces es cierto. Y si piensan que esto se debe simplemente a que he tenido la oportunidad de disfrutar un ambiente navideño perfecto como el que les acabo de describir, les debo informar que ninguna de las navidades que he celebrado fueron así, sin embargo, cada una tuvo su perfección particular.
Siempre me desconcertó la frase: «Tengo la Navidad en los huesos» (expresión anglosajona). De niña yo la repetía como lorito, porque a veces era una frase apropiada. Por ejemplo, si mi mamá nos preguntaba qué nos estaba pasando por cómo nos estábamos comportando, qué mejor respuesta podíamos usar que: «Tenemos la Navidad en los huesos». Y además añadíamos: «Con Jesús en el corazón, cada día es Navidad». Nos dio resultado por poco tiempo. Pero volviendo a la Navidad, no se puede negar que la Navidad genera emociones especiales.
El año pasado pasé mi primera Navidad trabajando en una oficina (sin la oportunidad de compartir el mensaje de la Navidad con la gente durante diciembre). Estaba perpleja. No sabía qué hacer. No había un ilustre escenario al que subirme para hablarle a miles de personas del verdadero significado de la Navidad. El panorama era muy diferente, en especial sentada frente a una pantalla de computadora, tratando de animarme a mí misma con la frase: «Tengo la Navidad en los huesos». Nada de eso.
Miles de recuerdos inundaron mi mente, como cuando cantábamos villancicos y se me congelaban los dedos de los pies, a tal punto que una vez pensé que si los golpeaba se me desprenderían del pie. Pero casi ni lo notaba, porque era Nochebuena y estaba ocupada dando un toque adicional del amor del Señor a la Navidad de las personas. Era razón suficiente para olvidarme de la insensibilidad de las manos y los pies. O aquel insoportable verano caluroso en el que queríamos salir con el grupo de baile en algún lugar al sur del planeta; pero igual me encantaba.
Recuerdo a las personas de la tercera edad que visitamos, que se conmovían tanto que solo podían expresar su gratitud con lágrimas. Para mí, la satisfacción que sentía en esos momentos es la esencia de la alegría navideña. O las veces que repartíamos folletos «Alguien te ama» a los autos en medio del tráfico navideño. En mi memoria están grabadas para siempre las sonrisas que iluminaban los rostros de las personas cuando nos preguntaban: «¿En serio? ¿Alguien me ama? ¿Quién?» Porque en esos momentos podía sentir una emoción en mi cuerpo derivada de la calidez de la Navidad que transmitía a los demás.
No se le puede transmitir un gran mensaje navideño a una computadora, y eso me trajo nostalgia. Pero cuanto más lo pensaba más le encontré una renovada alegría de seguir formando parte de la aventura navideña. Volví a sentir la emoción que se siente en ese estupendo día. No era de manera alguna extravagante, pero fue muy hermoso porque estábamos celebrando el cumpleaños de la persona más extraordinaria que haya pisado la faz de la tierra. Su nacimiento hace tantos años no ha dejado de ser importante, ni lo dejará de ser por milenios.
No hay alma tan insignificante que se deba descuidar privándola de sentir la emoción de la hermosura de la Navidad que podemos transmitir. Y aunque solo sea una persona que se conmueve con lo que le contamos, al menos es la vida de una persona que se transformará por la eternidad.
Feliz Navidad.
Artículo publicado por primera vez en diciembre de 2000. Publicado en Áncora en diciembre de 2013. Traducción: Rody Correa Ávila y Antonia López.
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