Quienes somos en Cristo
Steve Hearts
Para mí, uno de los aspectos más importantes y liberadores del crecimiento spiritual es aprender a vivir dentro de la identidad con Cristo. Hay numerosas escrituras que establecen claramente que nosotros, por ser el cuerpo de Cristo, estamos en Él. Romanos 8:37 expresa: «Somos más que vencedores». Primera de Juan 3:1 declara que somos «hijos [e hijas] de Dios». En Efesios 2:6 dice que Dios «juntamente con [Cristo] nos resucitó, y nos hizo sentar en los lugares celestiales con Él». Estoy convencido de que si elegimos creer que las escrituras anteriores están dirigidas directa y personalmente a nosotros por Dios, más satisfechos estaremos y tendremos mayor libertad para hacer realidad nuestra vocación.
Lo que a muchos nos impide conocer y vivir plenamente nuestra identidad con Cristo es nuestra tendencia a compararnos con los demás y a veces querer ser como ellos en lugar de sencillamente ser nosotros mismos. Pensamos que, si pudiéramos parecernos, obrar, cantar o poseer el ungimiento espiritual de fulano de tal, de alguna manera seríamos más felices.
Desde luego que a veces conviene seguir el ejemplo de otra persona, especialmente si nos ayuda a ser más amorosos, similares a Cristo, conscientes de nuestra salud, etc. La tendencia problemática a la que me refiero, la cual admito no haber superado, es la de desear y tratar de emular a los demás debido a la insatisfacción que sentimos por ser quienes realmente somos. Es casi como un robo de la identidad espiritual. Nos concentramos en imitar las características y aptitudes de los demás, en vez de estar satisfechos con ser como somos. Ello nos roba la alegría, la felicidad y la libertad que por designio nos corresponden.
Tan nociva tendencia se remonta a los albores de la humanidad. Adán y Eva sucumbieron a la tentación de la serpiente en el jardín cuando les prometió que, si comían de la fruta prohibida, serían iguales a Dios[1]. Al escuchar esas palabras, ya no les satisfacía vivir como lo habían hecho hasta entonces: contentos, felices en un mundo sencillo, hermoso y libre de contaminación. Deseaban todos los conocimientos de Dios en lugar de conocerlo y tener una relación íntima con Él. Así que eligieron aceptar los argumentos de la serpiente con lo cual alteraron la creación para siempre, la cual jamás volvió a ser lo que era.
Los hijos de Israel también cayeron en la misma trampa cuando exigieron tener un rey que los gobernara, y ser como el resto de las naciones[2]. Pretendieron que su petición fuera razonable y lógica debido a que Samuel estaba entrado en años y sus hijos no seguían su ejemplo. No obstante, el Señor conocía sus intenciones y le dijo a Samuel: «No te han rechazado a ti, sino a Mí, pues no quieren que Yo reine sobre ellos»[3]. A pesar de la identidad que les había otorgado como pueblo separado y elegido, los israelitas aun no estaban satisfechos y querían ser como las naciones vecinas. En consecuencia, no solo les fue robada su libertad interior, sino que empezaron a adorar a los dioses paganos de las naciones con las que se comparaban y empezaron a copiar sus prácticas pecaminosas al punto de convertirse literalmente en sus cautivos. Nosotros, también podemos ser cautivos de la infelicidad, el descontento y las limitaciones, si no estamos satisfechos con quienes somos en Cristo.
Me tomó bastante tiempo darme cuenta de lo mucho que estaba tratando de ser como otras personas, concretamente en mi forma de cantar y de componer canciones. De hecho, cuando escuchaba por primera vez a algún artista o cantante que me gustaba, trataba de imitar su estilo en mis propias canciones. La gente se daba cuenta y me decía: «Limítate a ser quien eres. Canta con tu propia voz y toca a tu singular manera, sin estar siempre imitando a los demás.» Cuando seguí su consejo, experimenté una libertad que aún hoy disfruto. Desde luego que aprendo cosas valiosas de otros cantantes y músicos, pero sigo descubriendo y practicando la voz y estilo únicos que Jesús me dio.
Me pasó lo mismo con mi forma de conducir a los demás a Cristo: emular a quienes fueron mis mentores de la evangelización. Debo aclarar que respeto a cada uno de ellos y agradezco su impacto en mi vida. Pero cuando tuve una experiencia personal con el Espíritu Santo, me volví más sensible a Su voz y recibí una unción más personalizada para hablarles a los demás de Jesús. A partir de entonces no me era necesario valerme del ungimiento de otras personas. Aunque me sigo beneficiando de los aportes e ideas de los demás, ahora el Espíritu Santo es mi principal mentor y guía y experimento una inconmensurable libertad al aceptar Su guía.
Dios no nos ha llamado a una vida de comparaciones, y menos aún de imitaciones. Mientras andemos en el Espíritu y no en la carne[4], tendremos la libertad de ser nosotros mismos puesto que fuimos creados a semejanza de Dios[5]. Cada uno de nosotros fue creado formidable y maravillosamente[6]. Independientemente de las diferentes características, dones, llamamientos, etc., en Efesios 2:10 dice claramente quiénes somos en Cristo: «Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica».
[1] V. Génesis 3:5.
[2] V. 1 Samuel 8:5.
[3] Versículo 7 (NVI).
[4] Romanos 8:1.
[5] V. Génesis 1:26.
[6] Salmo 139:14.
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