¡Qué fiesta!
María Fontaine
Quiero contarles lo que sucedió en una fiesta extraordinaria a la que asistió un Personaje muy poderoso quien, por medio de uno de Sus representantes, Tony Campolo, entregó a los asistentes un precioso regalo que no se parecía nada a lo que habían recibido antes.
Los detalles de la fiesta los contó Tony Campolo y la fiesta tuvo lugar en Hawai. Había llegado a Honolulu muy tarde en la noche, y tenía bastante hambre. A las 3:30 de la mañana todo estaba cerrado menos una cafetería de una calle lateral. En palabras de Tony, era «uno de esos lugares sórdidos que merecen que los califiquen “de mala muerte”». No quiso tocar nada del sucio menú, y pidió una taza de café y una rosquilla.
La soledad de la madrugada fue interrumpida por la puerta del lugar que se abrió de par en par y, para su incomodidad, entraron ocho o nueve prostitutas escandalosas y vestidas de manera provocativa.
El lugar era pequeño y charlaban de manera fuerte y grosera. Sintiéndose totalmente fuera de lugar, Tony se disponía a marcharse cuando se detuvo en seco al oír por casualidad lo que decía una mujer sentada junto a él:
—Mañana es mi cumpleaños. Cumplo treinta y nueve.
Su amiga respondió en tono cruel:
—¿Y qué esperas de mí? ¿Una fiesta de cumpleaños? ¿Qué quieres? ¿Quieres un pastel y que te canten Cumpleaños feliz?
—¡Vamos! —dijo la mujer sentada cerca de Tony—. ¿Por qué tienes que ser tan mala? Solo te lo contaba, nada más. ¿Por qué tienes que humillarme? No quiero nada de ti. ¿Por qué me harías una fiesta de cumpleaños? Nunca he tenido una. ¿Por qué la tendría ahora?
Esa conversación cambió los planes de Tony. Esperó a que se fueran las mujeres y preguntó al hombre detrás de la barra si ellas iban a la cafetería todas las noches.
—Sí —respondió.
—La que estaba sentada junto a mí, ¿viene aquí todas las noches?
—Sí. Se llama Agnes y viene aquí todas las noches. ¿Por qué lo pregunta?
—Porque escuché que dijo que mañana es su cumpleaños. ¿Qué piensa si le organizamos una fiesta de cumpleaños aquí mismo, mañana por la noche?
Poco a poco, se dibujó una sonrisa en el rostro regordete del dueño y respondió con entusiasmo:
—¡Fabuloso! ¡Me gusta! ¡Es una gran idea! ¡Oye! ¡Ven aquí! —llamó a gritos a su esposa que cocinaba en el cuarto trasero—. Este señor ha tenido una gran idea. Mañana es el cumpleaños de Agnes. ¡Quiere que nosotros y él hagamos una fiesta de cumpleaños para ella aquí mañana por la noche!
Su esposa, evidentemente feliz con la idea, exclamó:
—¡Estupendo! Agnes es muy buena y amable, pero ¡nadie hace algo agradable para ella!
—Miren —les dije—, si les parece bien, mañana a las 2:30 de la mañana más o menos, vendré a decorar el lugar. ¡Hasta conseguiré un pastel de cumpleaños!
—De ninguna manera —dijo Harry—. El pastel de cumpleaños es mi especialidad. Yo lo preparo.
A las 2:30 de la mañana Tony volvió a la cafetería. Había conseguido decoraciones de papel crepé en una tienda y con grandes trozos de cartulina había confeccionado un letrero que rezaba: ¡Feliz cumpleaños, Agnes! La cafetería estaba preciosa totalmente decorada.
Por lo visto, corrió la noticia, porque a las 3:15 parecía que todas las prostitutas de Honolulu habían llegado a la cafetería. El lugar estaba lleno de prostitutas… ¡y también estaba Tony!
A las 3:30 en punto, la puerta de la cafetería se abrió y entró Agnes y su amiga. Tony tenía a todos listos y gritaron al unísono: «¡Feliz cumpleaños!»
Nadie jamás había quedado tan estupefacto… atónito… impresionado. Agnes quedó con la boca abierta. Parecía que se le doblaban un poco las piernas. Su amiga la tomó del brazo para que estuviera firme. Mientras la conducían a un taburete en la barra, todos le cantaron Cumpleaños feliz. Perdió la batalla por mantenerse serena cuando llegó el pastel de cumpleaños con todas las velas y soltó fuertes sollozos. Por fin, recobró la serenidad, miró hacia abajo al pastel y lenta y suavemente propuso:
—Mira, Harry, te parece bien que yo… no te molestarías si… lo que quiero pedirte es… ¿te parece bien si guardo el pastel un rato? Quiero decir, ¿está bien si no lo comemos enseguida?
Harry se encogió de hombros y respondió:
—¡Claro! Está bien. Si quieres guardar el pastel, guárdalo. Llévatelo a casa si quieres.
—¿Puedo? —preguntó, luego miró a Tony y le dijo—: Vivo en esta calle, un par de casas más allá. Quiero llevar el pastel a casa y mostrárselo a mi madre. ¿Está bien? Regreso enseguida. ¡De veras!
Se bajó del taburete y tomó el pastel como si fuera un tesoro muy valioso. Caminó lentamente hacia la puerta. Se fue mientras todos permanecían inmóviles.
Cuando se cerró la puerta, anonadados, todos guardaban silencio. Sin saber qué hacer, Tony rompió el silencio diciéndoles:
—¿Qué les parece si oramos?
Tony oró por Agnes. Oró por su salvación. Oró para que su vida cambiara y que Dios fuera bueno con ella. Oró por la salvación de los presentes. Cuando terminó, Harry se apoyó sobre la barra y comentó:
—¡Vaya! No me había dicho que era predicador. ¿A qué iglesia pertenece?
En uno de esos momentos, cuando las palabras adecuadas llegaron, respondió:
—Pertenezco a una iglesia que organiza fiestas de cumpleaños para prostitutas a las 3:30 de la mañana.
Harry hizo una pausa y luego respondió:
—No. No existe una iglesia así. Si existiera, ¡me uniría a esa iglesia!
Tony resumió su historia así: «Todos lo haríamos, ¿verdad? ¿No nos encantaría unirnos a una iglesia que hace fiestas de cumpleaños para las prostitutas a las 3:30 de la mañana? Bien, esa es la clase de iglesia que Jesús vino a crear. Él no sabe dónde conseguimos la otra que es tan mojigata y recatada. Pero quien lea el Nuevo Testamento descubrirá un Jesús al que le encantaba estar de fiesta con prostitutas y toda clase de personas excluidas. A los publicanos y pecadores les encantaba Jesús porque Él asistía a las fiestas con ellos. Los parias encontraron en Él alguien que comía y bebía con ellos. Y aunque los beatos solemnes no entendían lo que Jesús se proponía, a los solitarios —que por lo general no eran invitados a las fiestas— les agradó y lo aceptaron con entusiasmo: Nuestro Jesús fue y es el Señor de la fiesta».
Tony añadió algo que pensó después: «Ahora parece muy extraño que un sociólogo dirija una reunión de oración con un grupo de prostitutas en una cafetería de Honolulu a las tres y media de la mañana. Pero en ese momento me pareció lo correcto»[1].
Creo que experiencias como las de Tony son clave para apacentar a quienes Jesús dijo que vino a buscar y a salvar. Me vinieron al pensamiento algunas preguntas: ¿Por qué hace fiestas la gente? ¿Qué me impide hacer una fiesta parecida a una de las descritas en los párrafos anteriores? En una situación como esa, tal vez me sentiría incómoda o nerviosa. Pero si me encontrara en circunstancias parecidas, ¿por qué me sentiría así? ¿Qué nos impediría actuar apartándonos de la norma? ¿Sería más fácil realizar algo original si estuviéramos acostumbrados a hacerlo? Estoy segura de que si Jesús estuviera aquí en carne y hueso, tendría una buena oportunidad de encontrarlo en una situación parecida: ¡Haría una fiesta para quienes nunca han tenido una!
Es estupendo saber que el amor del Señor por medio de cada uno de nosotros puede marcar una gran diferencia en la vida de muchas personas solitarias de nuestra parte del mundo.
Artículo publicado por primera vez en octubre de 2011. Pasajes seleccionados y publicados de nuevo en enero de 2017.
[1] Tomado de Let Me Tell You A Story, Tony Campolo (Thomas Nelson, 2000); adaptaciones de María Fontaine.
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