Promesas navideñas
Peter Amsterdam
Cada Navidad, cuando conmemoramos el nacimiento de Jesús, recordamos el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, por las que Dios prometió enviar un salvador al mundo. A medida que celebramos este acontecimiento glorioso, nos regocijamos por el milagro de Su concepción, las circunstancias de Su nacimiento, y nos llenamos de asombro porque el Hijo de Dios entró a nuestro mundo, tomando forma humana. Nos regocijamos porque Dios envió a Su Hijo, el Salvador, a fin de que viniera y cambiara nuestra vida para siempre.
Aunque nosotros miramos hacia atrás, a la llegada del Salvador, los creyentes del Antiguo Testamento esperaban con expectación el momento en que llegaría Aquel que se había prometido. Repasemos esas promesas que señalaron la llegada del Salvador.
El SEÑOR tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás (Deuteronomio 18:15).
El mismo Señor les dará la señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará Su nombre Emanuel (Isaías 7:14).
Nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre Sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Se extenderán Su soberanía y Su paz, y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de David y sobre su reino (Isaías 9:6-7).
Yo lo veré, pero no ahora; lo contemplaré, pero no de cerca: Una estrella saldrá de Jacob, se levantará un cetro de Israel (Números 24:17).
«¡Yo he instalado a Mi rey en Sion, Mi monte santo!» Yo declararé el decreto: el SEÑOR me ha dicho: «Tú eres Mi hijo; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por heredad las naciones, y por posesión Tuya los confines de la tierra» (Salmo 2:6-8).
Del tronco de Isaí brotará un retoño; un vástago nacerá de sus raíces. El Espíritu del Señor reposará sobre él: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. Él se deleitará en el temor del Señor; no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga decir, sino que juzgará con justicia a los desvalidos, y dará un fallo justo en favor de los pobres de la tierra (Isaías 11:1-4).
De ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales (Miqueas 5:2).
En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios esperaba con expectación el cumplimiento de las promesas de Dios. Aunque no vieron el cumplimento de esas promesas, creyeron que Dios haría todo lo que había prometido hacer.
Nosotros —los que vivimos actualmente— podemos mirar hacia atrás y celebrar el cumplimiento de las promesas de Dios. Jesús, el hijo de Dios, el Mesías prometido, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la virgen María, llegó a nuestro mundo como nuestro Salvador y nos reconcilió con el Padre al tomar nuestros pecados sobre Sí mismo.
El nacimiento de Jesús fue el principio de ese proceso, y concluyó con Su muerte, resurrección y ascensión al Cielo. A medida que celebramos Su nacimiento como un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre —pues en la noche de Su nacimiento no había cuartos disponibles en Belén—, nos regocijamos al saber que Él dejó el esplendor al lado de Su Padre para cambiar no solo nuestra vida, sino nuestra eternidad. Llevó una vida de sacrificios, alejado de Su Padre, convirtiéndose en humano, sufriendo la crucifixión y la muerte, por el bien de todos nosotros. A medida que celebramos la alegría de Su nacimiento, reflexionemos también en quién es Jesús y el efecto que ha tenido en nuestra vida, y la de innumerables personas. Regocijémonos y seamos agradecidos por Su amor y Su voluntad de dejar el esplendor del Cielo por nosotros.
Conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, por amor de ustedes se hizo pobre para que ustedes con Su pobreza fueran enriquecidos (2 Corintios 8:9).
Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores (1Timoteo 1:15).
No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe: Él se manifestó como hombre; fue vindicado por el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria (1Timoteo 3:16).
Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, Él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida. […] Por eso era preciso que en todo se asemejara a Sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo (Hebreos 2:14-15, 17).
Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, Él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Filipenses 2:5-8).
Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiera a los que estaban bajo la ley a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto son hijos, Dios envió a nuestro corazón el Espíritu de Su Hijo que clama: «Abba, Padre» (Gálatas 4:4-6).
Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (Hebreos 4:14-16).
Él es la imagen del Dios invisible; el primogénito de toda la creación porque en Él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, dominios, principados o autoridades. Todo fue creado por medio de Él y para Él. Él antecede a todas las cosas, y en Él todas las cosas subsisten. Y, además, Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos para que en todo Él sea preeminente; por cuanto agradó al Padre que en Él habitara toda plenitud y, por medio de Él, reconciliar consigo mismo todas las cosas, tanto sobre la tierra como en los cielos, habiendo hecho la paz mediante la sangre de Su cruz (Colosenses 1:15-20).
Que todos tengamos una Navidad bendita mientras celebramos el nacimiento de quien dio Su vida para que podamos vivir eternamente en presencia de Dios. Y que hagamos a otros partícipes del amor y la verdad que Él nos otorgó, a fin de que también ellos lleguen a conocerlo a Él y el poder de Su gracia salvadora.
Publicado por primera vez en diciembre de 2019. Vuelto a publicar en Áncora en diciembre de 2023. Lectura: Jerry Paladino. Música del álbum Momentos de Navidad, utilizado con autorización.
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