Principios de la oración
Tesoros
[Prayer Principles]
Para aprender a comunicarnos con Dios por medio de la oración, lo primero es tomar la decisión deliberada de priorizarla. En la Biblia se nos insta a hacer de la oración una parte integral de nuestra vida cotidiana, orando sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17) y haciendo oraciones intencionadas y específicas. «En todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios» (Filipenses 4:6).
Las oraciones no tienen por qué ser largas o ritualistas para que Dios las oiga. Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñase a orar, Él les puso de modelo una plegaria que hoy conocemos como el Padrenuestro, y que no tiene sino sesenta y seis palabras (Mateo 6:9–13). Por otra parte, a veces Jesús hacía largas oraciones, como consta en el capítulo 17 del Evangelio de Juan, cuando rezó fervientemente por Sí mismo en preparación para el sufrimiento y la muerte que le aguardaba, y también por Sus discípulos y los futuros creyentes.
En cualquier momento del día podemos concentrar nuestros pensamientos en el Señor en oración y dejar que Él reponga nuestras fuerzas y nos inspire. «¡Busquen el poder del Señor! ¡Busquen siempre a Dios!» (1 Crónicas 16:11). A lo largo del día podemos aprovechar los momentos libres para elevar breves oraciones y cumplir así el mandamiento de orar sin cesar: cuando paramos para tomarnos un café, cuando estamos en medio de una congestión de tráfico, mientras esperamos a alguien, cocinamos o sacamos a pasear al perro.
De todos modos, aunque cultivemos el hábito de orar al tiempo que hacemos otras cosas, es importante que dispongamos de ratos tranquilos de oración en los que prestemos toda nuestra atención al Señor y lo busquemos fervientemente. Cuando le encomendamos nuestra vida, nuestros seres queridos, nuestro trabajo y nuestras aspiraciones, Él nos infunde paz y fe (Isaías 26:3).
No hay patrón fijo ni fórmula mágica a la hora de rezar. La Biblia dice que «la oración del justo es poderosa y eficaz» (Santiago 5:16). También se nos manda perseverar en oración: «Jesús contó a Sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse» (Lucas 18:1). Nuestras oraciones deben ser fervientes e intencionadas, pues con ellas nos presentamos ante el Dios del universo, nuestro Padre celestial, en actitud de amor y reverencia.
A continuación, algunos principios fundamentales, tomados de la Biblia, que podemos integrar en nuestras oraciones.
Adopta una actitud de alabanza y gratitud. Al Señor le agradan nuestras alabanzas. Las alabanzas nos llevan a Su presencia. «Entremos por Sus puertas y por Sus atrios con alabanzas y con acción de gracias. ¡Alabémosle, bendigamos Su nombre!» (Salmo 100:4). «Con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios» (Filipenses 4:6).
Antes de presentarle nuestras peticiones, conviene alabarlo y darle gracias por Su amor y Sus favores, Su infinita misericordia y Sus intervenciones en nuestra vida y nuestro entorno. Naturalmente, habrá ocasiones en que no te sentirás muy deseoso de alabar a Dios o darle gracias —por ejemplo, si estás enfermo o dolorido, deprimido, desanimado o luchando con alguna dificultad—; pero esos son precisamente los momentos en que más importante es alabarlo y recordar Sus muchas bendiciones.
Comienza con un corazón limpio. Para poder tener la confianza de que tus oraciones serán respondidas, tienes que asegurarte de que estás bien con Dios. «Si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidamos la recibiremos de Él, porque guardamos Sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (1 Juan 3:21,22).
Si te sientes indigno de la bendición del Señor —es decir, si la conciencia te acusa por algún pecado no confesado o una falta que has cometido—, reconoce tu pecado y tu culpa, pídele al Señor que te perdone y comprométete a rectificar lo que sea preciso o a reconciliarte con las personas afectadas (Mateo 5:23,24). Una vez que hayas hecho eso, aférrate a Su Palabra, que dice: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). El Señor es rápido para perdonar y escuchar nuestras oraciones (Salmo 103:8–12).
Ruega que se haga la voluntad de Dios. Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñara a orar, Él les enseñó a decir: «Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:9–13). Cuando le presentemos una petición, conviene que consideremos qué es lo que le agrada y qué es lo que promoverá Su reino; que reconozcamos que, aunque nosotros le pidamos algo, Él sabe mejor que nadie cuál es Su voluntad y cuáles son Sus propósitos en cada situación.
Cuando te esfuerzas por agradar al Señor, a Él le complace hacer realidad tus deseos, conforme a Su voluntad. «Disfruta de la presencia del Señor, y Él te dará lo que de corazón le pidas» (Salmo 37:4). Cuando tu voluntad y la Suya están en armonía, puedes pedir todo lo que quieras, y se te concederá (Juan 15:7).
Pide por los demás. Orar por los demás es una importante manera de vivir el segundo de los dos grandes mandamientos de la Biblia: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12:30,31). Dios espera que roguemos no solo por nosotros, sino también por los demás, sobre todo si son creyentes. «Manténganse alerta y sean persistentes en sus oraciones por todos los creyentes en todas partes» (Efesios 6:18).
Nuestras oraciones pueden influir positivamente en la vida de otras personas —tanto si son creyentes como si no han aceptado todavía al Señor— y en nuestro entorno. «Exhorto […] a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que tienen autoridad, para que vivamos quieta y reposadamente» (1 Timoteo 2:1,2).
Sé concreto. Jesús enseñó a Sus seguidores a presentarle peticiones concretas. La Biblia narra que en cierta ocasión un invidente se puso a gritarle que tuviera compasión de él. Jesús respondió preguntándole: «¿Qué quieres que haga por ti?» Cuando el ciego expresó su deseo de ver, Jesús lo sanó diciéndole: «Tu fe te ha sanado» (Marcos 10:46–52).
La Biblia nos insta a presentar peticiones ante nuestro misericordioso Dios mediante oración y súplica (Filipenses 4:6). Una súplica es un ruego sincero a una autoridad acerca de algo concreto. No es una petición imprecisa, hecha al azar. «Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir la misericordia y encontrar la gracia que nos ayuden oportunamente» (Hebreos 4:16).
Ora de todo corazón. Es posible que a veces te preguntes qué necesidad tienes de orar si Dios, que es omnisciente, ya sabe lo que necesitas sin que se lo digas. Es cierto que Él sabe lo que te hace falta, y Jesús mismo dijo: «Su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan» (Mateo 6:7,8). Aun así, Él nos manda orar, ya que la oración es nuestra principal forma de comunión con Él.
La oración constituye una firme declaración de tu fe: que crees que Dios es soberano, que oye y responde nuestras oraciones y que ama a Sus queridos hijos. Jesús enseñó: «Si sus hijos les piden un pedazo de pan, ¿acaso les dan una piedra en su lugar? O si les piden un pescado, ¿les dan una serpiente? ¡Claro que no! Así que si ustedes, gente pecadora, saben dar buenos regalos a sus hijos, cuánto más su Padre celestial dará buenos regalos a quienes le pidan» (Mateo 7:9–11).
Pide con fe. Por medio de la oración, acudimos a nuestro Padre celestial y le encomendamos todas nuestras preocupaciones e inquietudes, confiando en que Él actuará amorosamente según Su buena voluntad para con nosotros (Filipenses 2:13). Nos acercamos a Él con fe.
Cuando dos ciegos le pidieron a Jesús que les devolviera la vista, Él les preguntó si creían que era capaz de hacerlo. Al responder ambos que sí, les dijo que les sería hecho «conforme a su fe», y seguidamente procedió a sanarlos (Mateo 9:27–30). En otra ocasión, un padre desesperado por que su hijo se curara le suplicó a Jesús: «Si puedes hacer algo, ¡ten compasión de nosotros y ayúdanos!» Jesús respondió: «¿Cómo que “si puedes”? Para quien cree, todo es posible». El padre tuvo la sinceridad de decir: «¡Creo! ¡Ayúdame en mi incredulidad!», tras lo cual Jesús sanó a su hijo (Marcos 9:17–27).
Ora en el nombre de Jesús. Jesús enseñó: «Si algo piden en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:13,14). Y la Biblia también dice: «Todo lo que hagan, ya sea de palabra o de hecho, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de Él» (Colosenses 3:17).
Al venir a la Tierra a morir por nuestros pecados, Jesús se convirtió en mediador nuestro ante Dios Padre. La Biblia enseña que «hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). Por eso los cristianos rezamos a Dios en el nombre de Jesús.
Invoca las promesas de la Palabra de Dios. Dios en Su Palabra ha hecho promesas a todos los que creemos en Él y aceptamos a Jesús como Señor y Salvador. «El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?» (Romanos 8:32). «Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19).
Invocar Sus promesas cuando oramos demuestra nuestra fe en Su Palabra escrita. Naturalmente, esas promesas son condicionales. «Recibiremos de Él todo lo que le pidamos, porque obedecemos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que le son agradables» (1 Juan 3:22). Para invocar la promesa de que nos dará «todo lo que le pidamos», debemos hacer nuestra parte y procurar guardar Sus mandamientos.
Deja los resultados en manos de Dios. Toda oración que está en consonancia con la voluntad de Dios es oída por Él y respondida de la manera que Él sabe que será mejor para la situación y las personas afectadas. «Esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho» (1 Juan 5:14,15).
Cuando nuestras oraciones no parecen obtener respuesta
Dios oye cada una de nuestras oraciones y responde, pero no siempre enseguida, ni necesariamente como deseábamos. A veces contesta que sí, a veces que no, y a veces nos pide que esperemos hasta el momento propicio para que se cumplan Sus propósitos en la situación. El resultado de una oración puede también depender de las decisiones y acciones de terceros, puesto que Él ha concedido a todos libre albedrío.
Como Dios ha prometido darnos lo que le pedimos si se ajusta a Su voluntad, podemos tener la confianza de que Él responderá según Su voluntad y lo que sea beneficioso para nosotros y para los demás. Si tarda en responder, o no responde como esperábamos, es importante recordar que el propósito de la oración no es lograr que Dios haga nuestra voluntad en la Tierra, sino la Suya.
Debemos orar con insistencia (Lucas 18:1), ya que las oraciones que no hagamos no serán respondidas. Santiago 4:2 dice: «No tienen, porque no piden». A veces Dios no responde nuestras oraciones porque sabe que lo que pedimos no nos conviene por algún motivo, o no sería bueno para otras personas. La Biblia nos advierte que, si nuestra intención no es pura o estamos guiados por móviles egoístas, es posible que el Señor no nos conceda lo que le pedimos (Santiago 4:3). Otras veces, puede que Dios no responda nuestras oraciones porque nos tiene reservado algo mejor, o porque las condiciones no son propicias, o porque está obrando en la vida de otras personas.
Otro motivo por el que nuestras oraciones pueden quedar aparentemente sin respuesta es que el Señor esté obrando en nosotros para ayudarnos a crecer en fe, confianza y paciencia. «Guarda silencio ante el Señor y espera en Él con paciencia» (Salmo 37:7). La paciencia parece ser una de las virtudes que Dios con más frecuencia nos enseña; y al ejercitar nuestra paciencia, aprendemos a depositar en Él nuestra confianza. «Si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos» (Romanos 8:25).
En cualquier caso, tanto si vemos nuestras oraciones respondidas tal y como esperábamos como si no llega ninguna respuesta inmediata, podemos tener la confianza de que Dios ha iniciado cambios que se harán manifiestos cuando Él lo juzgue oportuno, de acuerdo con Su voluntad. Una vez presentado al Señor lo que nos inquieta, podemos quedarnos tranquilos, con la plena seguridad de que Él, nuestro amoroso Padre, ha oído nuestras oraciones y se preocupa vivamente de todo lo que tiene que ver con nosotros. «Por el poder de Dios que obra en nosotros, Él puede hacer mucho más de lo que jamás podríamos pedir o imaginar» (Efesios 3:20).
Publicado en Áncora en agosto de 2025. Traducción: Esteban.