Primera y segunda toma
Iris Richard
Primera toma
El sonido de metal contra metal hizo que me diera un vuelco el corazón. Había retrocedido con mucha prisa por el estacionamiento y si bien miré rápidamente la ubicación de los demás automóviles, de alguna manera no caí en la cuenta de que había una furgoneta estacionada en un espacio poco frecuente detrás de mí.
Salí del coche a toda prisa para evaluar los daños. Mi pobre parachoques estaba agrietado y hendido, mientras que la furgoneta había perdido una de sus luces traseras. Escribí una breve disculpa y mi número de teléfono en un papel y lo encajé en el limpiaparabrisas del automóvil de mi vecino. Tendría que lidiar con ese incidente al volver a casa. Me alejé con los nervios de punta.
Tenía intención de adelantarme a la hora de mayor tráfico, pero al ingresar a la arteria principal noté para mi pesar que el tráfico ya se había acumulado. En otras palabras, llegaría tarde a una importante reunión. Tamborileé con impaciencia el manubrio mientras los automóviles a mi alrededor avanzaban con lentitud por la congestionada calle de dos carriles.
Estaba enojada por el accidente en el estacionamiento. Lo repetía una y otra vez en mi mente y me preguntaba cómo no había visto aquel vehículo. El día recién empezaba, y ya se me había puesto un nudo en el estómago. Una minivan me cerró el paso y casi me obligó a salir de la carretera. Bajé la ventanilla a toda prisa y le grité una enojada reprimenda al otro conductor. Dónde están mis virtudes cristianas, pensé. La verdad es que no me sentía dueña de ninguna virtud aquel día. Todo había empezado con el pie izquierdo.
Atrapada en ese mar de automóviles, me detuve a pensar y reflexionar en mi rutina matutina de las últimas semanas. Me di cuenta que había apartado mis acostumbrados momentos con Dios de mi horario, producto de una mayor carga de trabajo y calendarios cada vez más ajustados. Todo indicaba que desde ese momento me irritaba con mayor facilidad y perdía la calma con mayor prontitud. En ese preciso instante, mientras el tráfico a mi alrededor aceleraba, tomé la decisión de retomar los matutinos momentos devocionales.
Segunda toma
El calendario de la semana siguiente estaba desbordado. Un breve repaso a mi agenda indicaba que no podía dedicar mucho tiempo a nada que no fuera estrictamente trabajo. Para sobrellevar aquella carga debía obtener mayor cantidad de resistencia y paciencia. Debía formular un plan.
Opté por despertar media hora antes y reunir diversos materiales devocionales en la sala, junto con una libreta y un bolígrafo, para mi matutina comunión con Dios. Bien sabía que despertar más temprano supondría un sacrificio. Cada minuto de sueño es para mí un preciado tesoro, pero estaba decidida a llevar a cabo ese nuevo compromiso.
Cuando sonó la alarma a la mañana siguiente me las apañé para levantarme y caminar entre sueños a la sala, donde me senté en una esquina del sofá. El mundo aún estaba a oscuras, pero el canto de los pajarillos anunciaba que el día pronto aclararía. Los sonidos silvestres se asemejaban una alabanza a Dios y me motivaron a iniciar la sesión contando mis bendiciones.
Al cabo de poco, los primeros tímidos rayos del sol se colaron por la ventana. Me sentía más despierta. Tomé el libro devocional y leí el pasaje del día. El texto me levantó el ánimo. Parecía hecho a la medida de mi ocupada agenda, por lo que copié un párrafo en mi libreta. Luego encomendé al Señor todo lo relacionado a mi lista de tareas y medité en las oraciones que Él había respondido la semana anterior. Al cabo de media hora me sentía renovada y presta a enfrentar lo que trajera el día.
Los tempranos encuentros de media hora con Dios me han ayudado a tener más éxito en el trabajo. No porque no haya habido problemas, contratiempos y dificultades, sino porque ha cambiado la manera en que reacciono ante ellos, lo cual me ayuda a superar asperezas, mantiene mis nervios en mejor estado y —no cabe duda— me convierte en una persona más agradable. Los momentos que paso con Dios en la mañana han vuelto a convertirse en un hábito. Esta primera cita del día me da las fuerzas para capear el temporal de la vida, mantener la calma, pensar con mayor lucidez y procesar las situaciones que se presentan de manera más beneficiosa.
«Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán» (Isaías 40:31).
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