Preocuparse menos, confiar más
Recopilación
[Worry Less, Trust More]
La primera epístola de Pedro 5:7 enseña: «Depositen en Él toda ansiedad, porque Él cuida de ustedes». Las Escrituras son claras en que debemos entregar a Dios todas nuestras preocupaciones. Pero, ¿cómo lo hacemos?
En primer lugar, podemos darnos cuenta de que Dios nos ha dado todo el poder que necesitamos a fin de vivir para Él. La segunda epístola de Pedro 1:3 nos enseña: «Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de Aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia». No necesitamos tener miedo de si lograremos superar un problema; el poder de Dios es mucho más grande que nuestra mayor necesidad.
En segundo lugar, recordemos que nuestros problemas pueden ayudarnos a madurar en Cristo. De hecho, Santiago dice: «Hermanos míos, que les dé gran alegría cuando pasen por diferentes pruebas, pues ya saben que cuando su fe sea puesta a prueba, producirá en ustedes firmeza. Y cuando se desarrolle completamente la firmeza, serán perfectos y maduros, sin que les falte nada» (Santiago 1:2-4).
En tercer lugar, podemos valernos de los problemas como oportunidad para la oración y dependencia de Dios. Después de dar razón para considerar los problemas como causa de gozo, Santiago continúa: «Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5). En momentos de preocupación o problemas, acudimos a Dios para que nos dé sabiduría.
En cuarto lugar, las preocupaciones nos permiten trabajar juntos como el cuerpo de Cristo. En 2 Corintios 1:6, Pablo escribió: «Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos». Reconoció que su mal era parte de ayudar a otros. […]
En quinto lugar, tal vez Dios permita que tengamos ciertos problemas a fin de que más adelante ayudemos a otros. Como Pablo aprovechó su dolor para ayudar a otros, en muchos casos Dios puede valerse del dolor en nuestra vida para permitirnos servir mejor a quienes tengan una necesidad parecida. […]
Todos los cristianos enfrentan problemas en esta vida. Es posible que haya una variedad de razones, pero en última instancia todas son parte del plan de Dios y Sus propósitos. Para los que lo aman y son llamados según Su propósito, hace que todo ayude para bien (Romanos 8:28). Por lo tanto, podemos echar sobre Él nuestras inquietudes, centrándonos en que nuestras preocupaciones pueden ser valiosas para que maduremos en Cristo y para que ayudemos a otras personas. CompellingTruth.org1
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La Biblia claramente enseña que los cristianos no deben preocuparse. En Filipenses 4:6, se nos ordena: «No se preocupen por nada [no estén ansiosos]; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias». En esta Escritura aprendemos que debemos presentar a Dios en oración todas nuestras necesidades y preocupaciones, en vez de preocuparnos por esas cosas. […] Jesús nos asegura que nuestro Padre celestial se encargará de todas nuestras necesidades (Mateo 6:25–34). Por lo tanto, no necesitamos preocuparnos de nada.
Ya que preocuparse no debería ser parte de la vida de un cristiano, ¿cómo se vence la preocupación? En 1 Pedro 5:7, se nos dan estas instrucciones: «Echando toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes». […] Dios se interesa por todo lo que nos sucede. Ninguna preocupación es demasiado grande ni demasiado pequeña para Su atención. Cuando entregamos a Dios nuestros problemas, Él promete darnos la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7). […]
A quienes han entregado la vida a Él, Jesús prometió: «Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados; Yo les daré descanso. Carguen con Mi yugo y aprendan de Mí, pues Yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque Mi yugo es suave y Mi carga es liviana» (Mateo 11:28–30). GotQuestions.org2
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Durante buena parte de mi vida he sido muy dado a preocuparme. Mi interpretación de la filosofía de «la eficacia de los pensamientos positivos» y de «mirar el lado bueno de las cosas» siempre fue: «Esos consejos son para cobardes. Yo soy realista. Cuando el camino se pone difícil, me preocupo, y con razón».
No es que fuera pesimista, sino que me inquietaba cuando ocurría algo que escapaba a mi control. (Debo admitir que también me angustiaba bastante por cosas que sí controlaba.) No debería sorprender a nadie que con el tiempo se me formara una úlcera, que luego se agravó.
La primera vez que advertí los síntomas fue cuando estaba a punto de embarcarme en una expedición por mares ignotos que implicaba bastantes riesgos y estrés, a pesar de lo cual logré mi objetivo, si bien un poco chapuceramente. Aunque mi nave hacía agua, logré achicarla y continuar navegando.
Seguí en ese estado durante varios años hasta que en un momento dado los síntomas, en vez de reducirse y desaparecer por sí solos, se presentaron con más fuerza que nunca, y después se intensificaron todavía más. No lograba mantenerlos a raya como antes y empecé a perder peso rápidamente.
Mi nave se hundía. El diagnóstico clínico fue que tenía una úlcera sangrante y una gastritis severa. El médico me recetó antibióticos y me dijo que tuviera cuidado con lo que comía. Al cabo de un tiempo que pasé en el dique seco, se reparó la avería, los síntomas desaparecieron, y me alegro de poder decir que la úlcera no me ha molestado en años.
Sin embargo, no creo que habría llegado a buen puerto si únicamente hubiera seguido los consejos del facultativo. El estado en que me encontraba me llevó a acudir también a Dios. Su mensaje fue claro y directo: «¡Marinero, manos a la obra! Tienes que aprender a manejar el estrés».
Aquí es donde la historia se pone interesante. Todavía me asaltan las preocupaciones; pero en lugar de continuar por ese camino, me doy cuenta de que me estoy desviando de mi derrotero. Eso me lleva a buscar al Señor para corregir el rumbo por mi cuenta o a pedirle a mi mujer o a alguien más que ore por mí. Y da resultado. El primer paso fue aceptar que tenía que cambiar, que por mucho que modificara mi dieta e hiciera ejercicio, las altas dosis de preocupación y estrés serían igual de perjudiciales. Sería como tratar de navegar y hundir el barco al mismo tiempo.
Me viene a la memoria el relato de Juan 6 en que los discípulos estaban teniendo dificultades para cruzar a remo un lago, en medio de fuertes vientos y con el lago agitado, y además en plena oscuridad. Viendo a Jesús caminar hacia ellos sobre el agua, se quedaron aterrorizados. Pero Él les dijo: «Soy yo. No tengan miedo». Ellos entonces lo recibieron con gusto en la barca y enseguida arribaron a su destino. (Véase Juan 6:16–21.)
Poco después Jesús dijo a Sus discípulos que les dejaría Su paz y los instó a no turbarse ni tener miedo (Juan 14:27). El apóstol Pablo dio a sus lectores la siguiente fórmula para lograr la paz interior: «No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6,7).
El propio Pablo estuvo sin duda mucho tiempo en cantidad de sitios estresantes, como mares tempestuosos y calabozos. En una ocasión escapó de la cárcel gracias a un terremoto (Hechos 16:23–34). En otros casos, tuvo que soportar adversidades durante largos días y noches (Hechos, capítulo 27). Eso sí, pasara lo que pasara, nunca terminó desconsolado. Dios siempre lo ayudó a salir adelante. Si bien lo que me sucedió a mí no fue tan angustioso y emocionante como lo que vivió él, ni mucho menos, he conocido la misma paz. Mi liberación de la aprensión crónica es prueba de que Jesús puede hacer lo mismo por cualquiera. David Bolick
Publicado en Áncora en enero de 2025.
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