¿Por qué ocultar nuestras cicatrices?
Steve Hearts
Todos tenemos experiencias en la vida que nos dejan cicatrices y —ya sea que las cicatrices sean físicas o emocionales— a menudo tratamos de ocultarlas por miedo a la opinión de los demás. Estas cicatrices podrían ser algo de lo que nos sentimos avergonzados e intentamos esconder, como heridas enterradas del pasado, luchas internas que enfrentamos, rasgos físicos de los que no estamos orgullosos, etc. A lo largo de mi vida he aprendido que ser transparente acerca de las cicatrices en lugar de ocultarlas brinda mucha libertad. Por ejemplo, la siguiente es una de mis cicatrices proverbiales de las que he aprendido a no avergonzarme.
Hace varios años, hice una actuación musical para los estudiantes de una universidad. Cuando terminé, una joven que había estado en la audiencia se me acercó y me dijo cuánto había disfrutado el programa. Luego me hizo una solicitud para la que no estaba preparado. «Quítate las gafas de sol por un momento, por favor. Me gustaría ver tus ojos.»
Desde que tengo memoria, llevo gafas de sol cuando salgo, principalmente como protección e identificación. Aunque no me avergonzaba ser ciego, esa fue la primera vez que una completa extraña me había pedido verme los ojos, por lo que me sentí un poco incómodo. Pero me dije: «¿Cuál es el problema? No estás tratando de impresionarla, y es probable que no la vuelvas a ver.»
Me quité las gafas de sol y, aunque no podía verlo físicamente, percibí con claridad que me estaba mirando detenidamente los ojos. Interiormente me preparé para lo que debía ser menos de un minuto, pero tuve la sensación de que fueron varios minutos. Finalmente, ella dijo: «Tienes unos ojos preciosos. No tienes por qué ocultarlos.» Nunca la volví a ver, pero tampoco olvidé lo que me dijo.
Algunos años después, me conecté en línea con la persona que ahora es mi novia. Charlamos en Hangouts de Google durante un par de meses y luego decidimos intentar llamarnos por Skype. La primera llamada fue solo con audio, ya que no se me había ocurrido hacer una videollamada. Cuando me pidió que intentáramos hacerla la siguiente vez, acepté, sintiéndome más que un poco nervioso.
Antes de la llamada, por pura costumbre, me puse mis gafas de sol. Sabía que mejoraban mi presentación en las actuaciones, y quería dar la mejor impresión posible. Pero para mi consternación, después de los saludos iniciales, ella me dijo: «Me gustaría ver tus ojos, por favor. ¿Te importaría quitarte las gafas de sol?»
Acepté de mala gana. Aunque anteriormente me había visto en video, era uno en el que tenía las gafas puestas, así que no estaba seguro de cómo reaccionaría cuando me viera sin ellas. Esta vez fue casi imposible evitar el nerviosismo. A diferencia de la chica de la universidad, estaba hablando con alguien con quien esperaba construir gradualmente una relación. Ese era sin duda el momento que ayudaría o perjudicaría el intento. Pero sabía que a la larga llegaría, y no tenía sentido retrasar lo inevitable.
Cuando me quité los anteojos, la sensación de que estaba siendo examinado de cerca fue nuevamente muy obvia. Me dijo: «¡Qué ojos tan bonitos! No necesitas las gafas cuando hables conmigo.»
Varios meses después, viajé en avión para conocerla en persona por primera vez. Llevé mis gafas de sol durante el vuelo, por las razones mencionadas anteriormente. Pero antes de llegar al área donde recogen a los pasajeros, me quité las gafas de sol, completamente seguro de que no tenía nada que ocultar. Esto puso muy contenta a mi novia.
Aunque todavía uso gafas de sol para protegerme cuando salgo, y cuando actúo, ya no me da vergüenza quitármelas si me lo piden.
Recientemente escuché una historia corta y conmovedora que muestra claramente lo valiosas que pueden ser ciertas cicatrices, debido a los recordatorios que conllevan. Habla de un niño que fue atacado por un cocodrilo mientras nadaba en una laguna cerca de su casa. Gritó fuerte cuando el animal lo agarró por las piernas, y su madre, al escuchar los gritos desde el interior de la casa, llegó corriendo y lo agarró por los brazos. Ella aguantó con todas sus fuerzas, clavando las uñas en su carne, hasta que un vecino que también escuchó los gritos llegó corriendo con su pistola y le disparó al cocodrilo.
Mientras el niño estaba en recuperación, un periodista vino a verlo y le preguntó si le mostraría las cicatrices en las piernas donde el cocodrilo lo había mordido. Se subió las piernas del pantalón. Luego dijo: «Pero estas son las cicatrices que debes ver», mientras se subía las mangas de la camisa y revelaba las marcas de las uñas de su madre en los brazos donde ella lo había agarrado. «Tengo estas», dijo, «porque mi madre nunca me soltó».
Si lo piensas, Jesús también tenía cicatrices. Incluso después de Su resurrección milagrosa, todavía tenía marcas de clavos en las manos y un agujero en su costado donde había sido traspasado. Aunque podía perfectamente hacerlas desaparecer, no solo eligió mantenerlas, sino que se las mostró voluntariamente a Sus seguidores para demostrarles que realmente había resucitado, tal como había prometido que lo haría.
Entonces, si Jesús no se avergonzó de Sus cicatrices, ¿por qué deberíamos avergonzarnos de las nuestras, sean las que sean? ¿Por qué dudar en liberar nuestra verdadera belleza interior, aunque esté envuelta en dolor? Cuando elegimos dejar que nuestras cicatrices se vean en lugar de ocultarlas, la luz y el amor de Dios pueden resplandecer a través de ellas, causando un impacto indeleble en la vida de los demás para Su gloria. «Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo»[1].
[1] Mateo 5:16 (NVI).
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