Por qué el pecado tiene importancia
Peter Amsterdam
Es importante hablar del pecado, pues afecta la vida de todos los seres humanos y es lo que los ha separado de Dios. Afortunadamente, movido por Su amor y misericordia, Él ha puesto al alcance de la humanidad la salvación del pecado, por medio del sufrimiento y la muerte de Jesús.
Rufus Jones hace el siguiente comentario sobre el pecado:
El pecado no es un dogma abstracto. No es una deuda que uno pueda pagar y hacer borrón y cuenta nueva. El pecado es un hecho en nuestra vida. Es un estado del corazón y de la voluntad. No hay pecado fuera del pecador. Donde hay pecado hay una desviación consciente de una norma, una deformación de nuestra naturaleza; y produce un efecto en toda nuestra personalidad. La persona que peca desoye el sentido del bien. Cae por debajo de su concepto de lo que es bueno. Ve un camino, pero no lo toma. Oye una voz y dice que no en vez de decir que sí. Tiene conciencia de algo superior en él que lo llama; sin embargo, permite que su aspecto más bajo lo domine. No hay descripción alguna del pecado que se compare con el dramático retrato de sí mismo que hace el apóstol Pablo en Romanos 7:9–25. Lo que nos conmueve al leerlo es que es la descripción de nuestro propio estado. Nos domina una naturaleza más baja que echa a perder nuestra vida. «Lo que quiero no lo hago; y en cambio lo que detesto lo hago»[1].
El término hebreo que más se emplea para decir pecado en el Antiguo Testamento es jata’, que se define como «no acertar el objetivo o la senda del bien y del deber, errar el blanco, descaminarse». El Antiguo Testamento también usa términos que se traducen como quebrantar (en el sentido de «quebrantar el pacto de Dios»), transgredir la voluntad de Dios, rebelarse o descarriarse.
El Nuevo Testamento emplea diversos términos para referirse al pecado, que se han traducido, según los casos, como violar, quebrantar, extralimitarse, errar el blanco, excederse, caer a la vera del camino, defección, mala obra, desviarse de la buena senda, apartarse del bien, apartarse de la verdad y del camino recto, injusticia de corazón y de conducta, maldad, impiedad, incredulidad, contumacia y apostasía.
A continuación reproducimos algunas definiciones del pecado de diversos teólogos.
El pecado puede definirse como el acto personal de apartarse de Dios y Su voluntad. Consiste en transgredir la ley divina [...], en incumplir el mandamiento de Dios. Es apartarse de la voluntad expresa del Altísimo[2].
El pecado consiste en no ajustarse a la ley moral de Dios, ya sea en hechos, actitudes o naturaleza[3].
Si bien Dios ha expresado Su voluntad y Su ley moral mediante la Biblia, hubo un tiempo en que esta no existía. Además, hay muchas personas que no han oído hablar de ella o no la han leído, o que no saben que dice la verdad acerca de Dios y Su voluntad. Sin embargo, a lo largo de toda la Historia, en alguna medida los seres humanos han tenido conciencia inherente de la ley moral de Dios, pues Él la ha grabado en el corazón de cada persona.
«Cuando los gentiles que no tienen la Ley hacen por naturaleza lo que es de la Ley, estos, aunque no tengan la Ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos»[4].
Aunque muchas personas no conocen detalladamente las leyes morales de Dios tal como están expresadas en las Escrituras, todo el mundo entiende el principio de que matar, robar, mentir, etc., está mal, lo que evidencia que los seres humanos están imbuidos de una conciencia moral común. Es lo que suele conocerse como ley natural o ley moral, y está plasmada en los Diez Mandamientos[5].
Dado que los seres humanos tienen dentro de sí un conocimiento intuitivo de la ley moral, cuentan con un sentido de lo que está bien y lo que está mal, es decir, de responsabilidad moral. Su conciencia «da testimonio». Por el hecho de que las leyes morales de Dios y Su voluntad están expresadas en las Escrituras, y además toda persona tiene un conocimiento intuitivo de esas leyes morales y una conciencia que da testimonio cuando las transgrede, todos los seres humanos —aunque no conozcan las Escrituras— saben que no cumplen del todo esas leyes o que se apartan de ellas, y que eso está mal.
El primer pecado
Cuando Dios mandó a Adán que no comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, no le dio ningún motivo por el que establecía esa prohibición; se limitó a advertirle que ese hecho tendría graves consecuencias. Adán tuvo oportunidad de demostrar su deseo de cumplir los mandamientos de Dios, de someter su voluntad a la de su Creador. Puede entenderse como una prueba para ver si Adán dejaría que Dios determinara lo que era bueno o si él mismo se arrogaría la tarea de determinarlo.
El primer pecado de Adán y Eva muestra la esencia del pecado. Se resistieron a la voluntad de Dios y no quisieron subordinarse a ella, sino que optaron por hacer lo que consideraron mejor para ellos. No permitieron que Dios lo decidiera.
Louis Berkhof lo explica de esta manera:
La esencia de aquel pecado está en el hecho de que Adán adoptó una actitud de oposición a Dios, de que rehusó someter su voluntad a la de Dios y permitir que Él trazara el curso de su vida; y de que se empeñó en determinar el futuro por sí mismo en vez de dejar el asunto en manos de Dios[6].
En vez de aceptar que Dios era su Creador y que por tanto debían subordinarse a Él, cedieron a la tentación de ponerse a sí mismos en el lugar de Dios. Dios había dicho que si comían del árbol ciertamente morirían. La serpiente lo rebatió y les aseguró que no morirían. Dios les había dicho la verdad, pero ellos descreyeron de Su palabra. Cuestionaron quién tendría razón.
Las decisiones que tomaron Adán y Eva —de no subordinarse a Dios, de no aceptar Su determinación de lo que estaba bien y de no creer lo que Él había dicho— son emblemáticas de la raíz de los pecados particulares que han cometido las personas a lo largo de la Historia. Todo ser humano tiene la misma tentación de pecar que nuestros primeros antepasados, y todo ser humano cede a esa tentación. Al obrar así, todos nos portamos con Dios de la misma manera que Adán y Eva.
Antes de ese primer pecado, Adán y Eva vivían en armonía con el Creador. Disfrutaban de Su compañía. Confiaban y creían en Él. Su decisión de desobedecer, tomada por su propia voluntad, cambió esas condiciones, no solo para sí mismos, sino para todos los seres humanos. Ese pecado condujo a la caída de la humanidad, que desde entonces no ha vuelto a ser igual.
Los seres humanos somos culpables de pecado delante de Dios por el hecho de que el pecado de Adán y Eva se nos imputa a todos y también por nuestra propia acción pecadora. Siendo pecadores, estamos separados de Dios; morimos físicamente, somos culpables delante de Él y merecemos que se nos castigue por nuestros pecados.
Dios, por amor a la humanidad, concibió un medio por el cual los seres humanos obtuvieran perdón, se reconciliaran con Él y se libraran de Su ira.
«Como el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida. Así como por la desobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, muchos serán constituidos justos»[7].
Reconciliarnos con Dios por medio de Jesús, recibir el perdón de nuestros pecados, ser redimidos, es el obsequio más grandioso que podamos recibir, un obsequio personal directamente de la mano de Dios. No solo transforma nuestra vida hoy, sino para la eternidad. Es un don que cada uno de nosotros ha recibido y que se nos ha pedido que transmitamos a los demás. Es la buena nueva que se nos ha encomendado que anunciemos a los demás para que ellos también puedan verse libres de los grilletes del pecado y convertirse en hijos de Dios, el eterno y misericordioso Dios, lleno de gracia y amor.
Artículo publicado por primera vez en septiembre de 2012. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2020.
[1] Jones, Rufus M.: The Double Search—Studies in Atonement and Prayer, John C. Winston Co., Filadelfia. EE.UU., 1906, pp. 60, 61.
[2] Williams , J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Vol. 1 Zondervan, Grand Rapids, EE.UU., 1996, p. 222.
[3] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 513.
[4] Romanos 2:14, 15.
[5] Éxodo 20:13-17.
[6] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.
[7] Romanos 5:12, 17-19.
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