¿Por qué celebrar la Navidad?
Steve Hearts
Al igual que a muchas personas, a mí me encanta la época navideña y la aguardo cada año con ilusión. Ninguna otra estación del año me recuerda mejor el inmenso amor que Dios nos demostró al enviarnos a Su único Hijo para darnos la salvación eterna.
A lo largo de los años, me he encontrado con personas que creen que es erróneo que los creyentes celebren la Navidad. Por supuesto que todo el mundo está en su derecho de opinar y tener sus propias convicciones. Cada uno escoge si quiere o no celebrar la Navidad. Lo que pretendo con este artículo es compartir algunos motivos por los que valoro y aprecio la Navidad, así como algunos principios bíblicos que —a mi parecer— los respaldan.
Para empezar: si fuéramos a perdernos esta oportunidad tan especial de celebrar y conmemorar el amor que Dios y Su Hijo nos mostraron, nos privaríamos a nosotros mismos de la oportunidad maravillosa de celebrar el gozo que proporciona la salvación y conocer a Jesús. Algunas de las mejores oportunidades de guiar a las personas al Señor se me presentaron durante las celebraciones navideñas. Una de las primeras navidades que recuerdo es del año que pasamos las fiestas con mis abuelos y mi tía. En la Nochebuena, con la ayuda y guía de mis padres, mis dos hermanos y yo hicimos una sencilla actuación navideña para nuestros familiares.
Aquella noche, mi abuelo rezó conmigo para aceptar a Jesús. Quince años después, antes de fallecer, me dio las gracias por conducirlo al Señor y dijo que aquella fue su Navidad más memorable.
Una razón que algunos argumentan para no observar la festividad navideña es que no existe ningún registro en la Biblia sobre la fecha del nacimiento de Jesús. Es cierto. No dice en qué época del año nació. Aun así, de lo que podemos estar completamente seguros es de que nació, y vino a la tierra para redimirnos y darnos vida. La Biblia nos cuenta también que Su nacimiento fue causa de gran felicidad y alegría. Los ángeles alabaron y glorificaron a Dios, y los pastores fueron testigos de ello y compartieron su regocijo y celebración. (Véase Lucas 2:8-14.)
Una vez conocí a un hombre ciego que era huérfano. Por esa razón, nunca supo la fecha exacta de su nacimiento. De modo que eligió cierta fecha como si fuera en la que nació. El gobierno la aceptó y la empleaba en todos sus documentos legales.
—No me importa que no sea la fecha exacta —me explicó—, lo importante es que tengo algo que celebrar, y al igual que todo el mundo, cada año espero con ilusión ese día.
¿Por qué el simple hecho de no saber el día exacto debería impedirnos disfrutar del gozo inconmensurable que nos brinda celebrar el nacimiento de Jesús?
—Bueno —dirán algunos—, pero resulta que en el mundo actual las festividades navideñas no honran, ni siquiera conmemoran, el nacimiento de Cristo.
También es cierto. Muchos símbolos navideños omiten la celebración o siquiera la mención de Jesús, en lugar de honrarla. Por ejemplo, la entrega de regalos simbolizaba el precioso regalo que Dios nos hizo al entregar a Su Hijo que nos ama y nos da vida eterna. El verdadero espíritu de la Navidad es entregarnos al servicio del prójimo. Hoy en día, mucha gente malgasta su dinero en cosas materiales, mientras descuidan el cuidado de los verdaderos indigentes y necesitados.
En la canción titulada The Christmas Shoes (Los zapatos navideños) interpretada por New Song, un hombre cuenta que lleva un rato esperando en una larga fila ante una tienda. Es Navidad y trata de hacer sus compras de última hora. Delante de él se encuentra un niñito vestido con ropa desgastada y hecha jirones. Parece preocupado. En la mano lleva un par de zapatos. Se da la vuelta hacia el hombre que está detrás en la fila y le cuenta que desea comprarle los zapatos a su madre que pronto se reunirá con el Señor.
El niño le da los centavos que tiene al cajero, pero éste le dice que no es suficiente. Así que, con una mirada suplicante le pregunta al hombre qué debe hacer. El hombre ayuda al chiquillo y le compra los zapatos.
Como dice la canción:
Yo sabía que fue una vislumbre del amor celestial
cuando me dio las gracias y salió corriendo.
Que Dios había enviado a aquel chiquillo para recordarme
que la Navidad es amor, ¡cuán cierto!
Otro tema de mucha discusión para algunas personas es la tradición del árbol navideño. Algunos sostienen que el árbol de Navidad es idolatría. Para ello se basan en las palabras del libro de Jeremías: «Las costumbres de los pueblos no tienen valor alguno. Cortan un tronco en el bosque, y un artífice lo labra con un cincel. Lo adornan con oro y plata, y lo afirman con clavos y martillo para que no se tambalee. Sus ídolos no pueden hablar; ¡parecen espantapájaros en un huerto de pepinos! Tienen que ser transportados, porque no pueden caminar» (Jeremías 10:3-5).
En estos versículos, al mencionar a los ídolos se hace una referencia directa a adorar árboles. Sin embargo, la tradición del árbol de Navidad no equivale a adorar, temer o rezar a los árboles navideños. Se supone que debemos disfrutar de la creación de Dios y de su belleza. Apocalipsis 4:11 dice: «Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas».
El árbol de Navidad también simboliza la tarea que se nos ha encomendado a los creyentes: propagar la luz de Jesús en un mundo oscuro y solitario. Cuando era niño, representé muchas veces esta cancioncilla:
Quisiera en esta Navidad
ser arbolito y anunciar,
con mis adornos y mi luz,
el gran amor del buen Jesús.
Si fuéramos a ignorar por completo la Navidad, significaría eliminar los villancicos, que producen tanta alegría y celebran el maravilloso regalo de Dios a toda la humanidad mediante Jesús. De acuerdo. Es verdad que muchas canciones navideñas no honran a Cristo. Pero también existen muchísimos villancicos preciosos que han resistido el paso de los siglos y que han transformado la vida de millones de personas.
Uno de ellos es «Noche divina». Cuando mi madre estaba hospitalizada durante sus últimas semanas de vida, fue a visitarla un coro navideño de nuestra iglesia. Le preguntaron qué villancico le gustaría que interpretaran y ella pidió «Noche divina». Además, insistió en cantarla con ellos. Y eso les alegró, porque era un villancico que apenas habían practicado.
Me pasaron la guitarra y yo interpreté la música. Teniendo en cuenta que no habíamos practicado, nos salió a las mil maravillas. Incluso con unas armonías perfectas. Alguien del personal del hospital comentó que sonaba como los ángeles.
Aunque mamá estaba demasiado débil y apenas podía hablar, alguien me contó más tarde que durante la canción mantuvo una sonrisa radiante. (Me lo dijeron porque yo no la vi, soy ciego.) Desde entonces, ese villancico tiene un significado muy especial para mí. Creo que también describe lo que sintieron los pastores cuando escucharon las voces de los ángeles. Probablemente sea cierto que cayeron de rodillas.
Hoy en día, las festividades navideñas suelen ser extravagantes, superficiales y carentes de significado. Pero aún recuerdo cuando yo tenía cuatro años y nuestra familia era misionera en la India. Dado el porcentaje minoritario de cristianos allí, no se percibía un ambiente navideño en todos lados. Pero eso no impidió que nuestro equipo de familias misioneras disfrutara de la Navidad. Aquella celebración no fue para nada extravagante. Ni siquiera estoy seguro de si tuvimos un árbol. Si empleamos decoraciones, debieron ser muy sencillas.
Aunque nuestra festividad careciera de cosas materiales, la alegría y el significado las compensaba sobradamente. Recuerdo que juntos entonamos villancicos en honor de nuestro Salvador, y cómo me embargó el verdadero significado y la esencia de la época.
Cuando recuerdo aquella Navidad tan sencilla pero llena de alegría, me imagino lo que los pastores debieron sentir cuando, obedeciendo las palabras de los ángeles, encontraron a María, José y el recién nacido, Jesús, en el establo. María y José no decoraron el establo ni colocaron un árbol de Navidad para la llegada de Jesús. Tampoco ese día hubo una gran fiesta. Sin embargo, el gozo que sintieron ante todas las cosas maravillosas que habían sucedido debió ser incomparable.
Ninguna celebración actual, sin importar cuán extravagante sea o lo bien organizada que esté, tendría ni punto de comparación con la emoción y felicidad que se sintió en Belén hace 2000 años. Por otro lado, si lo permiten las circunstancias, podemos celebrar las navidades y convertirlas en algo muy especial. Dios solo nos pide que lo hagamos para Su gloria. «Háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10:31).
En la Última Cena, cuando Jesús celebró la comunión con Sus discípulos, les dijo: «Haced esto en memoria de Mí» (1 Corintios 11:24). Deberíamos aplicar el mismo criterio a la Navidad, como celebración de Su cumpleaños.
Al Señor le encanta que nos alegremos, hagamos fiesta en Su honor, conmemoremos el verdadero significado de la Navidad y ayudemos a otros a hacer lo mismo. El apóstol Pablo dijo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4:4). Creo que al Señor le encanta vernos celebrar el mayor regalo que hizo a la humanidad con Su nacimiento, sobre todo si lo hacemos en Su honor, tal y como debería ser.
Este artículo es una adaptación de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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