Ponerme en forma de nuevo
Steve Hearts
Sin duda alguna, la oración es un pilar básico de la vida cristiana. Sin embargo, tengo que reconocer que siendo una persona que me encanta hacer mi parte, he permitido que la oración quede relegada a un segundo plano. Aunque es importante que haga todo lo posible, suelo tender a hacer las cosas con mis propias fuerzas y apoyado en la carne en lugar de en el poder del Espíritu y la oración.
Siempre me ha proporcionado una enorme satisfacción cumplir mis tareas y obtener logros. Pero últimamente me he sentido abrumado y agobiado como si llevara una carga mucho más pesada de lo que debería. Y eso se manifestó de diversas formas, por ejemplo me irritaba y me enfadaba con otras personas fácilmente, eso sin mencionar el estrés emocional que acumulaba interiormente. Sabía que si no me detenía y reevaluaba mi forma de actuar, muy pronto colapsaría bajo la carga que, de forma lenta pero inexorable, me estaba aplastando. Así pues, la otra noche antes de acostarme y aprovechando el ambiente silencioso del hogar, me senté en el sofá de la sala y me sinceré con el Señor preguntándole por qué razón me sentía así.
Al poco rato Su luz iluminó mi alma y vi claramente cómo al esforzarme por hacer las cosas y seguir logrando resultados, había dejado de lado la oración y ésta se había vuelto algo excepcional en lugar de algo cotidiano. Cuando acudía al Señor, me sentía culpable de molestarle, temeroso de que lo viera como una señal de que yo no estaba cumpliendo con mi parte. Esta actitud solo era fruto de mi estúpido orgullo. No era de extrañar que me sintiera abrumado y agobiado.
Era evidente que me había alejado bastante de mi rutina de oración, y había llegado el momento de ponerme en forma de nuevo. El Señor me dijo claramente: «No se trata de hacer menos para poder orar más. Se trata, más bien, de incorporar más oración a tus tareas.»
Tenía toda la razón del mundo. Si yo tan solo incorporara más oración a mis esfuerzos sería mucho más feliz y disfrutaría de mucha más paz. Sin duda alguna, eso mejoraría mi actuación y mi vida en general.
También el Señor me mostró algunos ajustes muy útiles para orar más durante mis ratos libres. Por ejemplo, durante los treinta minutos que paso a diario en la bicicleta estática, en lugar de escuchar música los podría pasar rezando. Por supuesto que no estoy haciendo de ello una norma que todo el mundo debe seguir. Por ejemplo, algunas personas pueden perfectamente orar y escuchar música al mismo tiempo. Sin embargo, a mí que soy músico, me cuesta escuchar música sin analizar su faceta técnica, y eso no me permite concentrarme adecuadamente en la oración.
Cuando me acuesto por la noche, suelo escuchar música o libros en audio pues me ayuda a conciliar el sueño más fácilmente. Pero el Señor me dijo: «¿Qué te parece si en lugar de hacer eso, oras? Podrías orar o escuchar Mi voz hasta que te duermas.» Repito, no se trata de establecer una norma para todos. Simplemente el Señor dijo que eso me ayudaría en mi situación.
Sabía que me tomaría algún tiempo acostumbrarme a dichos cambios, pero estaba decidido a mejorar mi vida de oración, así que estuve de acuerdo. Al día siguiente, mientras montaba bicicleta e intercedía por otras personas, sentí cómo mi alma era catapultada a la presencia de Dios. Cuando me acosté aquella noche, me costó al principio resistir la tentación de escuchar algo de música. Pero con determinación, cerré mi computador portátil, me subí a la cama y me puse a orar y escuchar al Señor.
Siempre me habían enseñado que la oración es como respirar, algo que podemos realizar sin importar qué otras cosas estemos haciendo. Ahora estaba aprendiendo de nuevo cómo aplicar dicho principio, y no entendía cómo pude pasar tanto tiempo sin orar adecuadamente. Desde entonces, todo ha ido cada vez mejor. A medida que le entrego todas mis cargas a Él, mis días rebosan de alegría, entusiasmo e ilusión. También he disfrutado mucho presenciando unas respuestas asombrosas al rogar por otras personas.
Aún sigo acostumbrándome a pasar de una vida de oración esporádica a una más constante. Aunque en ocasiones todavía enfrento algunos focos de resistencia en que mi mente protesta y ruega volver a mis viejas costumbres, he aprendido a seguir el llamado de Dios y convertirme en un hombre de oración. Aunque al principio cuesta bastante efectuar cambios y ajustes, los resultados valen la pena. Me estoy poniendo en forma de nuevo, y por la gracia de Dios, nunca lo descuidaré de nuevo.
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