Perseguir el Espíritu de Dios
Peter Amsterdam
«Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren». Juan 4:24
El Espíritu de Dios en nosotros nos confiere poder, nos cambia, nos transforma, nos reforma, nos inspira y nos impulsa a hacer la voluntad de Dios, ya se trate de amar a los demás, de testificar, de enseñar, de predicar, de hablar, de crear. El Espíritu Santo es la presencia viva de Dios. Mora en nosotros, y su influencia transformadora guía nuestra conciencia y nos capacita para vivir conforme a la verdad divina.
El Espíritu de Dios nos habla a través de Sus palabras, primeramente, en la Biblia, y en segundo lugar por otros medios, como pueden ser los escritos o palabras de ciertas personas, o por medio de profecías. La Palabra prepara el terreno de nuestro corazón para la obra del Espíritu Santo y sensibiliza nuestro corazón, nuestra mente y nuestro espíritu para recibir la influencia del Espíritu.
Nos sentimos compelidos a seguir el código moral que Dios ha puesto en nuestro corazón, de manera que nuestros actos estén motivados por el amor y la integridad. Como sucede con otras cosas, cada uno, conforme a su fe, escoge cómo responder a la convicción del Espíritu; de todos modos, es importante que hagamos nuestra parte y procuremos ser sensibles y adaptables al actuar del Espíritu en nuestro corazón y nuestra vida.
Un elemento clave para que Dios nos guíe, para descubrir por dónde nos quiere encaminar y seguirlo es contar con una sólida base en Su Palabra al procurar conocer y comprender la verdad de Su Palabra. En la Biblia, Dios se revela a la humanidad. Al entender la Palabra de Dios se nos descubre Su plan para nosotros.
El siguiente paso consiste en vivir esa verdad a diario de la mejor manera posible, por la gracia de Dios. Para poder vivir esa verdad, tenemos que entenderla. Para entenderla, tenemos que perseguirla, es decir, esforzarnos por alcanzarla, dedicarle tiempo.
Cuando le preguntaron a Jesús cuál de los mandamientos de Dios era el más importante, Él respondió que era amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestras fuerzas. Y mencionó explícitamente la mente[1]. Si nuestro deseo es conocer y entender la Palabra de Dios, para ello necesitamos usar la mente. Tenemos que dedicar tiempo no solo a leer, sino a aprender, a estudiar, a crecer en entendimiento. Al penetrar en Su naturaleza divina y comprender quién es Él, aumentan nuestro amor por Él y nuestro respeto reverencial por Su poder, Su amor y Su sabiduría. El hecho de conocerlo mejor nos acerca a Él.
Cecil B. DeMille (1881–1959), productor de la célebre película Los diez mandamientos, dijo: «Después de más de 60 años de leer la Biblia casi a diario, me sigue pareciendo siempre nueva y maravillosamente sintonizada con las cambiantes necesidades de cada día».
Claro que la Biblia no es el único libro del mundo que se deba leer; pero desde luego conviene leerlo, meditar sobre él, estudiarlo y empaparse de él una y otra vez. A fin de cuentas, nos revela lo que Dios ha dicho acerca de Sí mismo. Contiene palabras de Dios dirigidas a nosotros, respuestas Suyas sobre nuestra vida actual y también información sobre la que nos aguarda. Nos enseña a interactuar con Él y volvernos más como Él. Y por encima de todo, nos enseña a entablar una relación con Él, a aceptarlo en nuestra vida y conectarnos con Él.
Leer, creer y asimilar la Palabra de Dios nos transforma profundamente. Como aclaró D. L. Moody (1837–1899), «la Biblia no se nos dio para ampliar nuestros conocimientos, sino para trasformar nuestra vida».
Charles Colson (1931–2012) dijo: «La Biblia —prohibida, quemada, amada— ha tenido más lectores y sufrido más ataques que ningún otro libro a lo largo de la Historia. Generaciones de intelectuales han intentado desacreditarla, dictadores de todas las épocas la han proscrito y han ejecutado a sus lectores. No obstante, los soldados se la llevan al frente, considerándola más poderosa que sus armas. Fragmentos de la Biblia introducidos a escondidas en celdas solitarias han transformado asesinos despiadados en bondadosos santos».
No sé si sabrán que Charles Colson fue consejero especial del presidente Nixon de Estados Unidos. Estuvo siete meses en una prisión federal y fue la primera persona del gobierno de Nixon en ser encarcelada con relación a Watergate. Cuando lo iban a detener, un amigo cercano le entregó un ejemplar de Mero cristianismo, de C. S. Lewis; tras leerlo, Colson se hizo cristiano. Su vida no volvió a ser la misma.
Cuando asimilamos la Palabra de Dios, nuestra vida se vuelve mejor. Cuesta leer y estudiar Su Palabra; pero al hacerlo nos conectamos más estrechamente con Dios y Su Espíritu. Si nos esforzamos por leer habitualmente Sus palabras, si nos disciplinamos para dedicarles tiempo aplicadamente, si estamos dispuestos a perseverar, moraremos abundantemente en Él. Dedicar tiempo a Su Palabra es como dedicárselo a Él.
Como dice un escritor, no tenemos que leer las Escrituras. Queremos hacerlo. Nos consideramos afortunados por poder hacerlo. Es un privilegio que tenemos. Nadie debería tener que decirme: «Tienes que dar besos a tu esposa». No. Me considero afortunado por poder besarla. Y quiero besarla. Porque la amo[2].
Nosotros que sentimos pasión por Dios, que lo amamos, que estamos dispuestos a perseguir Su Espíritu, queremos averiguar todo lo que se pueda sobre Él. Queremos escuchar Su voz y seguirlo, y una de las principales maneras de hacer eso es dedicar tiempo a la lectura de Su Palabra. No estudiamos solo para ampliar nuestros conocimientos sobre Dios y Su naturaleza divina. Lo hacemos porque queremos conocerlo mejor, queremos amarlo más y queremos que participe más en nuestra vida. Deseamos Su guía. Anhelamos oír Su voz y seguir Sus pisadas.
Dios nos habla de múltiples maneras, y es posible oírlo si escuchamos. Le escuchamos cuando meditamos sobre Su Palabra, cuando le pedimos que nos indique formas de aplicar a diario lo que hemos leído. Asimismo, le escuchamos cuando hacemos silencio interiormente y le damos oportunidad de hablarnos. Eso también requiere esfuerzo, pues significa abrir nuestro corazón para recibir Su voz, sin importar cómo sea que Él quiera hablarnos: por medio de pensamientos que nos sugiera, por medio de Su voz en profecía, por medio de Su Palabra escrita, o por medio de otros cristianos. La clave está en ser receptivos, acallar nuestro espíritu y escuchar atentamente.
Es un honor que Él quiera dirigirse a nosotros individualmente. Y lo hará si nos reservamos un tiempo para escucharlo, ya sea en profecía, por medio de Su silbo apacible y delicado, o por medio de la voz de la Palabra. La Biblia nos revela la voluntad general de Dios, pero no lo que Él desea que haga cada persona. Él espera que cada uno de nosotros busque Su orientación para saber cómo aplicar de forma específica Su voluntad general.
Dios es nuestro compañero inseparable, y quiere participar activamente en nuestra vida. Quiere orientarnos y ayudarnos a tomar buenas decisiones. Seguirlo es permitirle influir en nuestra vida; es pedirle deliberadamente que nos guíe y hacer lo que nos indique. Es conversar con Él, es hablar con Él como lo hacemos con las personas de nuestro círculo íntimo y escuchar Su voz apacible y delicada.
Dios nos ama. Está de nuestra parte, y podemos confiar en Él. No nos defraudará si lo hacemos, sino que nos dará orientación. Si perseguimos el Espíritu de Dios, si hacemos el esfuerzo de conectarnos con Él por medio de Su Palabra y también escuchando Su voz, y seguimos Sus indicaciones, nuestra vida estará centrada en Dios, imbuida de Dios, dirigida por Dios, llena de amor, alegría y gran satisfacción.
Publicado por primera vez en septiembre de 2013. Fragmentos seleccionados y publicado de nuevo en abril de 2018.
[1] Marcos 12:30.
[2] Tony Merida, Letting the Word Dwell in You Richly.
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