Perdonar, por difícil que sea
Recopilación
No cabe duda que el perdón, si bien es una característica fundamental de la vida cristiana, resulta sumamente difícil de practicar. Jesús no solo nos enseñó a practicarlo, sino que dio ejemplo de ello. En Lucas 9:51-56 se lee que los habitantes de una aldea de Samaria le impidieron a Jesús detenerse en ella porque se dirigía a Jerusalén. Los discípulos se pusieron tan furiosos, por la reacción de los habitantes de la aldea, que se ofrecieron a hacer descender fuego del cielo para destruirlos.
Pero Jesús les recordó que no había venido para destruir vidas, sino para salvarlas. También extendió Su misericordia y perdón a quienes, de lo contrario, habrían sido castigados. Como la mujer adúltera de Juan 8:3-11 y quienes lo crucificaron. Uno de los ejemplos más conocidos de Su perdón fue la oración: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
Debo admitir que tiendo a guardar resentimiento con facilidad. Pero cada vez que me siento tentado a guardar rencor por palabras o actos hirientes que me han ofendido, he aprendido a reflexionar en las ocasiones en que he necesitado el perdón de otros por haberlos ofendido.
Uno de los relatos que escuché de niño habla de un granjero y su mujer que deseaban comprar una granja. La parcela que querían estaba descuidada y venida a menos, pero la tierra era buena. Al preguntar a los vecinos el motivo por el que nadie vivía allí, les indicaron que un hombre intratable llamado Grimes hacía la vida imposible a quienes intentaban asentarse allí. Uno de los vecinos aseguró que se trataba del mismísimo diablo.
Para sorpresa de todos, el granjero afirmó: «La compraré. Y si el viejo Grimes intenta alguno de sus trucos, mataré al pobre diablo». Cuando le preguntaron qué quería decir con ese comentario, respondió: «Tengo maneras de tratar con personajes así».
Fiel a su palabra, el granjero y su mujer compraron la granja y se mudaron. Los problemas no se hicieron esperar. Cierta mañana, las tuberías de agua amanecieron rotas. Alguien había desenterrado la cañería. Otro día, al disponerse a ordeñar las vacas, descubrieron que se habían escapado y que alguien había cortado la reja de su pastizal.
En los días siguientes, el tendedero de la ropa amaneció cortado y el perro fue envenenado. En la mente del granjero y de su mujer no cabía duda sobre el causante de esos malos actos. Pero en vez de ceder ante el enojo, siguieron el ejemplo de amor y perdón de Jesús, y le pidieron que les ayudara a practicarlos. Decidieron hornear barras de pan y dejarlas en el porche de Grimes, junto a otros alimentos. También le pidieron al Señor la oportunidad de conocer a Grimes y hablarle del Señor.
Cierta mañana, el granjero vio al infame personaje dirigirse a la ciudad. Su coche se había atascado en el lodo, por lo que el granjero le ayudó a moverlo. Grimes le hizo saber la frustración que sentía cuando el granjero y su mujer respondían con amabilidad a sus actos malvados. «Me están matando», aseguró. «No lo aguanto más».
El granjero estrechó la mano de su enemigo y lo invitó a cenar a su casa y conocer a su familia. La esposa del granjero, dichosa de ver la respuesta a sus oraciones, invitó al viejo Grimes a sentarse a la mesa y le ofreció una bebida caliente. Grimes les contó que maldijo a Dios luego de la muerte de su esposa y niño, atropellados por un conductor embriagado. Les preguntó si a Dios le podía importar un viejo cascarrabias como él. El granjero y su mujer le hablaron entonces del poder de Dios para sanar y perdonar. El viejo Grimes les pidió perdón por sus malas acciones y aceptó a Jesús en su vida.
También se cuenta la historia de una enfermera a quien se le asignó el cuidado del hombre responsable del injusto encarcelamiento de su padre años atrás. Al principio se negó, pero accedió a ello sabiendo que su padre, un evangelista, desearía que mantuviera un corazón tierno. A pesar de la malhumorada disposición del enfermo, ella procuró mantenerse amable y paciente. Con el paso del tiempo, tuvo oportunidad de compartir con él su fe en Dios. Al final, el amor y la amabilidad de la enfermera lo motivaron a financiar una nueva ala del hospital y nombrarla como su padre.
Las experiencias de quienes han sufrido dolores más profundos que los míos y que, sin embargo, han aprendido a perdonar y superar la adversidad, me han motivado a ejercitar esa virtud. Si bien resulta muy difícil de practicar, una vez que se obtiene y se ejercita se vuelve un agente liberador y transformador. Steve Hearts
¿Para qué perdonar?
En cierta ocasión leí la siguiente definición de perdón: actuar como si la afrenta nunca hubiera ocurrido. Parece que fuera la definición de Dios de lo que es el perdón. Imaginen un campo de nieve inmaculada, en cuyo centro yace un enorme charco de sangre. Da un poco de grima, lo sé. También resalta mucho. Es difícil de ignorar una mancha roja en un campo cubierto de nieve. Pero al volver a nevar, la sangre es cubierta y es como si nunca hubiera estado ahí. Así es el perdón de Dios. Hace como si la afrenta nunca hubiera existido.
«Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1:18). Este es un pasaje del primer capítulo del libro de Isaías, en el que Dios reprende a Israel por haberle dado la espalda, rebelarse y —en pocas palabras— ser como Sodoma y Gomorra.
Pero tras 15 versículos diciéndoles que se habían apartado de Él, el mensaje cambia de manera abrupta a uno de redención. Dios los insta a limpiarse, a aprender a hacer el bien y a buscar la justicia. Para terminar, les asegura que aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.
En el mundo actual, esa clase de perdón constituye toda una hazaña. Es casi imposible olvidar el dolor, el enojo y la injusticia recibida y hacer como si nunca hubiera pasado. No aseguro entender el perdón en toda su dimensión, pero aquí hay unas cuantas cosas que la Biblia enseña:
El perdón nos acerca a Dios. La mayoría conoce el versículo que dice: «Si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes Su Padre celestial» (Mateo 6:14). Con eso volvemos al principio básico de que todos somos pecadores y necesitamos el perdón de Dios (Romanos 3:23). A los ojos de Dios, todo pecado es aborrecible. La esencia misma del pecado nos aparta de Dios, por lo que precisamos Su perdón para entablar una relación con Él. Por lo mismo, debemos perdonar a otros.
El perdón es sanación. El perdón otorgado es el primer paso para recibir curación de la afrenta recibida. No cabe duda de ello. Es de sobra conocido el refrán que dice: aferrarse al resentimiento es como tomar veneno y esperar que la otra persona sufra. Aunque otros tengan la culpa y nos parezca que merecen ser juzgados, el resentimiento lo lastima a uno más que al agresor.
El perdón es difícil de conceder, pero mejora tu vida. Es muy difícil perdonar. En mi caso, dejar la cuestión en el pasado a veces es demasiado difícil para empezar. Me asaltan innumerables sentimientos sobre la situación, la persona, el futuro, el pasado.
Quizá sea necesario repetir una afirmación cada vez que recuerdan el suceso o a la persona. Puede ser algo como: «He escogido perdonar. No permitiré que esa persona o suceso me defina. Creo en el amor de Dios y Su plan para mi vida». Otros desarrollan un enfoque más activo, como edificar una relación positiva con la persona que los afrentó. Con tiempo y esfuerzo se descubre que se ha superado la situación y se ha perdonado a la persona hacia la que se sentía resentimiento.
Lo más hermoso del perdón es que también puede cambiar la vida de quienes lo aceptan. Uno de mis relatos favoritos es el de Jean Valjean, de la novela de Víctor Hugo, Los Miserables. Valjean era un ladrón en libertad condicional. El amable obispo de Digne le ofreció una cena caliente y un lugar donde pasar la noche. La ama de casa del sacerdote le sugirió guardar la vajilla de plata, pero el obispo se negó, y la tentación fue demasiado grande para alguien como Valjean. En la oscuridad de la noche, robó la preciosa vajilla y escapó. Por supuesto, fue detenido poco después y llevado ante el obispo.
Es una parte crucial de relato. Una palabra del obispo bastaba para enviar a Valjean nuevamente a las galeras por el resto de su vida. Pero el sacerdote no quiso acusarlo. «La vajilla fue un regalo», aseguró. «Y Jean, se te olvidó llevarte los candelabros. Toma contigo esta plata y empieza una nueva vida», continuó el obispo. Y Jean Valjean lo hizo.
El perdón trae una nueva vida y liberación para el que perdona, y tiene el poder de cambiar la vida del que recibe el perdón. Mara Hodler
Adaptado de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes. Publicado en Áncora en febrero de 2023.
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