Pensamientos sobre la Navidad
Recopilación
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Somos peregrinos, recorriendo el sendero de la vida. Por eso el relato de Belén es el más hermoso y grandioso que se haya conocido, la historia de la visitación de Dios. Imaginen a los pastores que se dedicaban a criar corderos admirando al Cordero de Dios. Imaginen a los reyes magos, estudiosos de las estrellas, acercándose al que creó los astros y era el Rey de reyes. Piensen en el anciano Simeón, que había aguardado toda la vida la llegada del Mesías, sosteniendo en sus brazos a quien en poco tiempo recibiría a Simeón en los Suyos. Imaginen a María, que temía la espada que le atravesaría el corazón, enterándose de que la criatura en sus brazos era el redentor de todo corazón que acudiese a Él, el gran YO SOY. Imaginen por un momento a José el carpintero, quien lo salvó de la matanza de Herodes, comprendiendo que el propio diseñador del universo lo había salvado a él de sus pecados. Rabí Zacarías.
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El relato cristiano de la fiesta de la Epifanía es que ese nacimiento transformó todo aspecto ordinario de la vida y la muerte. Somos un mundo con el que Dios se comunica profundamente. Al igual que los primeros en posar su mirada en el recién nacido, también somos invitados a participar en un relato que nos lleva más allá de nosotros mismos. Incluso nos exige renunciar a nuestra propia vida. Pero al hacerlo, Cristo transforma nuestra vida y muerte, y respira vida nueva donde permanece el aguijón de la muerte y las lágrimas fluyen.
Jesús apareció en la escena de un pueblo que había convivido con el silencio de Dios por 400 años. A ese vacío mudo, Dios no solo habló, sino que reveló la Palabra de Dios en el humano sustituto de pie a nuestro lado, llorando con nosotros, indicándonos el camino a casa. La Epifanía, como el nacimiento de Dios, nos recuerda que la Epifanía llega a nuestros días terrenales, de manera que ni siquiera la muerte puede detener una vida compartida con un Dios hecho carne como nosotros. Debido a ese Cristo, existió la primera Epifanía y vendrán más. Jill Carattini
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La Navidad es el mayor recordatorio de que Dios puso la vida en movimiento, desde el baile de los electrones hasta la órbita de los planetas. Dios, que sostiene el universo, se hizo uno con nosotros y accedió al mundo que había creado, para que no solo supiéramos de Él, sino que lo conociéramos. En ocasiones hablamos sobre la Encarnación como el mayor regalo de la Navidad, pero me gusta considerarlo el mayor acto de Dios de hacerse a sí mismo presente. Andy Bannister
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Los infaustos sucesos de años recientes han dejado numerosos interrogantes en la conciencia popular: «¿Por qué hay tanto dolor y luchas fratricidas? ¿Por qué la matanza de los inocentes? ¿Por qué tantos flagelos y pesares?» Las tinieblas son cada vez más densas y el frío más álgido. El sol se pone, cae la noche y el mundo busca un rayo de esperanza. Esa esperanza está entre nosotros.
Hace dos mil años, sobre la ciudad de Belén, alumbró una nueva estrella y un ángel de Dios proclamó a un grupo de pastores: «He aquí, os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor»[1]. Aquella noche singular Dios nos concedió el obsequio más sublime que alguien pudiera ofrecer: Su Hijo, Jesús. Aunque llegó al mundo como una criaturita indefensa, trajo consigo los más excelsos dones de parte de Dios. Una vez que se hizo grande, los fue desenvolviendo de uno en uno, enseñándonos a amar a Dios y al prójimo. Años después, al morir por nosotros, nos dejó el más grandioso de todos los obsequios: la promesa de vida eterna en el Cielo cuando nuestro tránsito por la tierra haya tocado a su fin.
Jesús anhela envolver de paz el corazón de todos los hombres. Él ve la miseria, el dolor y la angustia de quienes tienen el corazón apesadumbrado. Ve a los débiles y a los que desmayan. Ve a quienes tiemblan de miedo ante el ayer y ante el porvenir. Ve a los perseguidos y a los asolados por la guerra, a los despojados de toda esperanza y de una oportunidad de vivir en paz. Él escucha nuestros lamentos y nos extiende la mano con amor. Nos ofrece una salida, una ruta de escape de nuestros conflictos internos, de nuestras pesadillas y de desesperanza. «No se turbe vuestro corazón —nos dice—. Creéis en Dios, creed también en Mí»[2]. «La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da»[3]. «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al mundo»[4]. Keith Phillips
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La Navidad para mí se ha convertido en sinónimo de intimidad. Fue un descubrimiento cuando llegaba a los treinta años, la primera vez que celebré la Navidad como creyente. En mi vida como musulmán había celebrado esa fecha junto a la mayoría secular o popular (algo que siempre fue divertido), pero aquella primera Navidad luego de entregar mi vida a Cristo fue diferente.
La celebración careció de fanfarria, al principio no hubo una multitud de familiares y niños. Fue entre Dios y yo. En aquellos momentos iniciales de devoción matutina, tuve la sensación de que a pesar de la celebración mundial y super comercializada en que se ha transformado la Navidad, la conmemoración navideña —para un creyente— es sobre intimidad. El Dios del universo escogió tomar la forma de un bebé y recibir los cuidados de sus padres. ¡Menudo crisol de contrastes! Como reza el himno, Él es el Cristo que se hizo carne, la totalidad de Dios en una indefensa criatura.
¿Puede haber escenario más íntimo que ese? ¿Existe algo más personal que Dios entregándose como regalo, no solo a toda la humanidad, sino a cada uno de nosotros? En ocasiones, el enorme comercialismo de esta temporada ahoga la callada intimidad de la celebración. Pero nunca olvidaré que la Navidad conmemora el nacimiento de quien por mi bien soportó la cruz del Viernes Santo y resucitó de la tumba en la Pascua. Abdu Murray
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Cuando rememoro la Navidad, se me ocurre que el tiempo se detiene mientras el mundo entero contempla un bebé, el inesperado —aunque tan ansiado— bebé indefenso que es la esperanza de toda alma humana. Dios entre nosotros. Es posible que para el lector esto no sean más que palabras, pero para mí, al considerar lo que la Biblia afirma que sucedió la mañana de la Natividad, mi corazón se hincha de gozo al saber que la venida de Dios a la tierra significa que la luz atravesó mis tinieblas. Gracias, Jesús, por venir a nosotros. Lara Buchanan
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Los distinguidos y poderosos de este mundo solo conocen dos lugares en los que les falta el valor, en los que sienten temor en lo más profundo de su alma, de los que se apartan temblando. El pesebre y la cruz de Jesucristo. Ninguna persona poderosa se atreve a acercarse al pesebre, incluyendo el rey Herodes. Porque ese es el lugar en el que tiemblan los tronos, en el que caen los poderosos, en el que los prominentes perecen, porque Dios acompaña al humilde. Los ricos no son nada en ese sacro lugar, porque Dios se hace uno con los pobres y hambrientos, pero a los ricos y satisfechos los envía vacíos. Ante María, la doncella, ante el pesebre de Cristo, ante Dios en humildad, los poderosos ven como se esfuma su poder. No tienen derecho, pierden toda esperanza. Saben que son juzgados. Dietrich Bonhoeffer
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Aunque resulta probable que, al celebrar la Navidad en esta temporada del año, parezca más apropiado pensar sobre la persona de Cristo, la doctrina de la encarnación y la deidad y humanidad de Cristo, la obra de Cristo se ve íntimamente entrelazada a la Navidad, porque recordarán que el nombre dado al pequeño que nacería de María es «Jesús» («Yahweh es salvación»), porque salvará a la gente de sus pecados. De manera que en la anunciación del nacimiento de Cristo ya existe la referencia a su labor como salvador del mundo y de nuestros pecados. William Lane Craig
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El Hijo de Dios se volvió hombre para permitir a los hombres hacerse hijos de Dios. C. S. Lewis
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En ocasiones conviene ser como niños, y nunca en mejor momento que en la Navidad, cuando su poderoso Creador fue también un pequeñín. Charles Dickens
Publicado en Áncora en diciembre de 2016. Leído por Miguel Newheart.
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