Pelear la buena batalla de la fe
Tesoros
[Fighting the Good Fight of Faith]
Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado y confesaste la buena confesión delante de muchos testigos. 1 Timoteo 6:12
Al hacernos cristianos y ser nacidos de nuevo espiritualmente en el reino de Dios (Juan 3:3) empezamos una nueva vida de amor, verdad y salvación eterna. Además, descubrimos que estamos en una guerra espiritual entre el bien y el mal, lo correcto y lo equivocado, y el reino de Dios y los reinos de este mundo (2 Corintios 10:3–5). Cuando respondemos el llamado de Jesús de seguirlo a Él y llevar Su luz y verdad a los demás, descubrimos que estamos en la buena batalla de la fe por las almas y el bienestar de la humanidad.
La lucha cristiana no es una guerra de ejércitos y armas físicas, enfrentando al hombre con el hombre, nación contra nación, raza contra raza o ricos contra pobres. Tampoco es una guerra entre sistemas políticos y económicos, sociedades, tribus y culturas, religiones y credos. Esas guerras pocas veces resuelven los problemas fundamentales de la humanidad; sin embargo, en muchos casos solo resultaron en sufrimiento, destrucción, miseria, pobreza y muerte.
La nuestra es una guerra espiritual pues con fe y amor buscamos llevar la mente y el corazón de la gente al conocimiento salvador de Jesucristo y la fe en Dios «pues Él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad» (1 Timoteo 2:4). Dios busca librar la mente, el corazón y el espíritu de la humanidad, librarla de la esclavitud del pecado, lo que nos trae sufrimiento y muerte. «Porque la paga del pecado es muerte, mientras que el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6:23).
La Biblia dice que todo ser humano fue creado a la imagen de Dios (Génesis 1:27), y como tal debe ser tratado con respeto y dignidad. Creemos que toda persona tiene el derecho de contar con suficiente alimento, ropa y vivienda, independientemente de su etnia, género, credo, nacionalidad o posición social. Consideramos que todas las formas de discriminación, prejuicio y violencia son incompatibles con el diseño de Dios.
Nuestro llamado es a llevar las buenas nuevas a la gente, de modo que lleguen a creer en Dios y en Su amor, y que entren al reino de Dios, y que un día habiten con Él en el Cielo, donde ya no habrá pesar, dolor ni muerte, sino gozo eterno (Apocalipsis 21:4). Dios no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen al arrepentimiento y entren a Su reino (2 Pedro 3:9). En la parábola de la oveja perdida, Jesús enseñó que, aunque noventa y nueve ovejas estaban en el redil, el pastor no quedó satisfecho hasta que la última oveja perdida fue encontrada y rescatada. «Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños» (Mateo 18:12–14).
Cuando enfrentemos oposición o suframos pérdida debido a nuestra fe o hagamos frente a desafíos culturales y los males de nuestro día, es importante que recordemos que como cristianos se nos ha dado el «supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:14). Se nos ha concedido el privilegio de desempeñar un papel en la mayor causa de todos los tiempos: el reino de Dios y las almas eternas y el bienestar de la humanidad. Así pues, tengan fe y ánimo, pues Dios está con nosotros; Su amor no fallará y Su plan para la humanidad prevalecerá. Jesús nos dijo: «En este mundo afrontarán aflicciones», y añadió: «Pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
Soportar los desafíos como «buen soldado de Jesucristo» (2 Timoteo 2:3)
Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, se ganó la batalla por nuestra alma, y es una victoria permanente (Juan 6:37; 10:28–29). Esa fue una batalla que no podríamos haber ganado por nuestra cuenta. Jesús la ganó por nosotros cuando Él sufrió, dio Su sangre y murió en la cruz para salvarnos (Efesios 2:8,9; Romanos 6:23). Pertenecemos a Él para siempre, y nada puede separarnos de Su amor. «Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor» (Romanos 8:35–39).
En nuestra vida cristiana y al guiar a otros al reino de Dios enfrentaremos problemas y pruebas, oposición y desafíos. «Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efesios 6:12). La Biblia nos enseña que Dios nos ha preparado para la guerra espiritual y nos ha dado «toda la armadura de Dios» de modo que podamos fortalecernos «en el Señor y en el poder de Su fuerza» y «resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes» (Efesios 6:10–13).
Frente a una guerra espiritual como esa, los nuevos cristianos tal vez se pregunten cuál es el beneficio de convertirse en un seguidor de Cristo. En esos momentos, es importante mantener muy presente lo que Jesús ha hecho por nosotros. Hemos recibido Su regalo de la salvación eterna; ya no tenemos que preocuparnos de la muerte. Incluso frente a la muerte, Él siempre cuidará de nosotros. Jesús dijo: «Nunca te dejaré ni te desampararé» (Hebreos 13:5), y «estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).
La Biblia dice que «muchas son las aflicciones del justo», pero la segunda mitad de ese versículo promete que «de todas ellas lo libra el Señor» (Salmo 34:19). Haremos algunos sacrificios para servir al Señor y vivir de manera piadosa, pero como escribió el apóstol Pablo: «considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Romanos 8:18). Así pues, aunque en la vida cristiana hay luchas y desafíos, las recompensas eternas por pelear la buena batalla de la fe valen la pena el sacrificio. Y en esta vida, Él nos concede amor, alegría, y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, y guarda nuestro corazón y mente en Cristo (Gálatas 5:22; Filipenses 4:7).
Independientemente de lo que enfrentemos en esta vida, Dios mismo, que es soberano de este mundo y el mundo venidero, está de nuestro lado y Su voluntad prevalecerá. Sin importar las pruebas o desafíos que experimentemos en este mundo, sabemos cómo termina la historia. Algún día la trompeta sonará en el Cielo, anunciando: «El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de Su Cristo. Él reinará por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 11:15).
Cuando nos sentimos asediados y la situación del mundo y sus males nos abruman, necesitamos mantener los ojos en el objetivo eterno, como se menciona en la Biblia, en Hebreos 11, el «capítulo de la fe». Este capítulo cuenta cómo los patriarcas y los héroes de la Biblia miraron hacia adelante, con los ojos de la fe. No estaban satisfechos con ser ciudadanos de este mundo; buscaban una patria celestial, una ciudad celestial hecha por Dios. Estuvieron dispuestos a soportar pruebas y tribulaciones y a ser extranjeros y peregrinos aquí —personas sin país— porque sabían que iba a venir uno mucho mejor, uno celestial, por el que valía la pena luchar, vivir, sufrir y a veces incluso morir (Hebreos 11:13–16).
A medida que reflexionamos en esa gran nube de testigos que han partido antes que nosotros, también somos llamados a despojarnos «de todo peso y del pecado que nos asedia», y a correr «con perseverancia la carrera que tenemos por delante», la carrera de nuestro tiempo en la Historia. ¿Y cómo lo hacemos? Al fijar «la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios» (Hebreos 12:1–3).
No vale la pena comparar nuestros sufrimientos con las bendiciones que ya tenemos en esta vida, ¡mucho menos con la gloria que vamos a disfrutar! Así pues, cuando seamos asediados por los problemas o desafíos necesitamos recordar nuestras bendiciones y pensar en lo que es verdadero, honorable, encomiable, que merece elogio (Filipenses 4:8). Podemos empezar a nombrar nuestras muchas bendiciones y agradecer a Dios por ellas, lo que incluye Su amor, salvación, protección y provisión. De hecho, se nos insta a ser agradecidos en toda circunstancia, «pues esta es la voluntad de Dios para ustedes, los que pertenecen a Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:18).
No hay corona sin cruz, no hay testimonio sin dificultad, no hay triunfo sin prueba y no hay victoria sin batalla. Como soldados de Jesucristo, estamos en la batalla más importante de todos los tiempos: por las almas eternas y el destino de las personas, y para que el reino de Dios se convierta en una realidad en la Tierra así como es en el Cielo.
Que cada uno de nosotros viva de manera que podamos repetir las palabras del apóstol Pablo: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman Su venida» (2 Timoteo 4:7,8).
Tomado de un artículo de Tesoros, publicado por La Familia Internacional en 1987. Adaptado y publicado de nuevo en marzo de 2025.