Parábolas de Jesús: El rico insensato
Peter Amsterdam
[The Story of the Rich Fool]
La parábola del rico insensato es la primera de una serie de tres sobre el tema de las riquezas y los bienes materiales. Si bien estas tres parábolas (El rico insensato, El rico y Lázaro y El administrador injusto) no son las únicas enseñanzas de Jesús sobre las riquezas y su buen o mal uso, son enseñanzas sobre el tema impartidas por medio de parábolas.
Al principio del capítulo 12 de Lucas, Jesús está enseñando a Sus discípulos rodeado por una multitud de varios miles de personas. En cierto momento, uno de los que están más cerca se dirige a Él: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Pero Jesús le dijo: «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre ustedes?»(Lucas 12:13-14.)
No habría sido inusual que alguien le pidiera a un maestro (el término usado en el Evangelio de Lucas, sinónimo de rabí) que actuara como mediador en una disputa legal de ese tipo. Los rabinos eran expertos en las leyes de Moisés y se pasaban gran parte del tiempo emitiendo dictámenes en esa clase de asuntos. En este caso, quizás el padre había muerto sin haber dejado testamento, ni escrito ni oral, lo cual había dado lugar a un conflicto entre los dos hermanos. Cabe suponer que el que se dirigió a Jesús fue el menor, ya que la herencia familiar no se podía dividir sin el consentimiento del hermano mayor.
La respuesta de Jesús es más bien brusca y parece denotar un leve fastidio. «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o mediador entre ustedes?» El hermano menor no busca arbitraje, no le pide a Jesús que haga de mediador entre su hermano y él; le pide a Jesús que se ponga de su parte y le mande a su hermano que divida la herencia. En cierto modo, pretende aprovechar la influencia que siente que tiene Jesús como rabino o maestro para presionar a su hermano.
A continuación, Jesús dice: «Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea» (Lucas 12:15).
Al hacer eso, Jesús advierte a los presentes que eviten toda clase de codicia (o avaricia), entendida como el deseo ardiente o insaciable de acumular riquezas. En vez de dar la razón a uno u otro en ese caso, lanza una advertencia contra la avaricia. La solución de esta disputa que conducirá al restablecimiento de una relación armoniosa no es dividir la herencia, sino eliminar toda codicia e interés propio que pueda haber en el corazón.
Seguidamente Jesús cuenta la parábola del rico insensato. Para entenderla bien, conviene tener presente que la Escritura enseña que todo fue creado por Dios y en última instancia todo le pertenece, y nosotros somos administradores de lo que Él nos ha confiado. Como dice en el Salmo 24:1: «¡Del Señor son la tierra y su plenitud! ¡Del Señor es el mundo y sus habitantes!»
El escritor Kenneth Bailey explica:
De acuerdo con el pensamiento bíblico, somos administradores de todas nuestras posesiones y responsables ante Dios de lo que hagamos con ellas. […] A los cristianos de todas partes se los exhorta a cuidar de sus bienes personales y de la Tierra entera. La parábola del rico insensato constituye una de las principales enseñanzas del Señor sobre el particular. Trata de un hombre que no supo reconocer que debía rendir cuentas a Dios de todo lo que poseía1.
En respuesta a la petición del hermano de que intervenga para que se divida la herencia, siguiendo Su comentario sobre la codicia y los bienes materiales, Jesús contó esta parábola:
Un hombre rico tenía un terreno que le produjo una buena cosecha. Y este hombre se puso a pensar: «¿Qué voy a hacer? ¡No tengo dónde guardar mi cosecha!» Entonces dijo: «¡Ya sé lo que haré! Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes. Y me diré a mí mismo: “Ya puede descansar mi alma, pues ahora tengo guardados muchos bienes para muchos años. Ahora, pues, ¡a comer, a beber y a disfrutar!”»
Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?» Eso le sucede a quien acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico para con Dios (Lucas 12:16-21).
Resulta que el hombre ya era rico y sus campos produjeron una cosecha muy abundante. Seguramente había sido uno de esos años con el equilibrio perfecto de sol y lluvia. No dice que hubiera trabajado más para esa cosecha que para otras anteriores, pero por algún motivo ese año hay un tremendo excedente, tan grande que no cabe todo en sus graneros.
Por lo visto, él no entiende que esa abundancia era señal de la bendición de Dios, ni considera que Dios sea en última instancia el dueño de su cosecha y de las tierras, y de hecho, de todo lo que él poseía. Se nos ofrece un vistazo a su monólogo interior y lo que piensa hacer con esa abundancia y todo trata de «mi cosecha», «mis graneros», «mis frutos», «mis bienes», «mi alma». No hay ni una sola mención de Dios ni de las bendiciones divinas.
Como veremos, no tiene intención de aprovechar esa abundancia de alguna manera que beneficie a los demás o glorifique a Dios, sino que se dice: «¡Derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes». Ese hombre rico e inmoderado, que ya tiene más que suficiente, decide almacenar su cosecha en graneros nuevos más grandes, asumiendo que así tendrá la vida resuelta por muchos años. Dice para sus adentros: «Ya puede descansar mi alma, pues ahora tengo guardados muchos bienes para muchos años. Ahora, pues, ¡a comer, a beber y a disfrutar!»
El libro de Eclesiastés habla de comer, beber y divertirse, pero también nos recuerda que es Dios quien nos concede cada día de nuestra existencia, y que nuestra vida y nuestro tiempo en la Tierra le pertenecen (Eclesiastés 8:15). Jesús deja eso clarísimo conforme progresa la parábola: «Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a quitarte la vida; ¿y para quién será lo que has guardado?”» Jesús lo llama necio. Los que lo oyeron debieron de acordarse de ese versículo del libro de los Salmos que dice: «Dentro de sí dicen los necios: “Dios no existe”» (Salmo 14:1). En el Antiguo Testamento se emplea la palabra necio para referirse a los que se niegan a reconocer su dependencia de Dios.
El hombre rico es llamado necio porque prescinde de Dios. Considera que con sus bienes materiales tiene el futuro asegurado. A su modo de ver, habiendo alcanzado seguridad económica tiene el futuro resuelto. Puede comer, beber y disfrutar. ¿Qué le podría pasar?
No tiene en cuenta que es Dios quien le ha dado prosperidad, tanto la abundancia como la vida. Cuando la vida del hombre llega a su fin, será evidente lo absurdos y ridículos que eran sus planes. Sus posesiones no le brindaron ninguna seguridad auténtica.
Santiago dice algo similar en su epístola, en la que escribió:
Ahora escuchen con cuidado, ustedes los que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, y estaremos allá un año, y haremos negocios, y ganaremos dinero». ¡Si ni siquiera saben cómo será el día de mañana! ¿Y qué es la vida de ustedes? Es como la neblina, que en un momento aparece, y luego se evapora. Lo que deben decir es: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Santiago 4:13-15).
El hombre adinerado no tuvo en cuenta a Dios. Estaba planificando su futuro sin tener en cuenta a Dios, ni el papel y dominio de Dios en su vida. De acuerdo a su manera de pensar, todo era suyo, incluida su vida. Pero Jesús dejó bien claro que en cierto modo todo lo que tenemos es prestado; todo le pertenece a Dios.
Jesús continúa diciendo: «¿Para quién será lo que has guardado?» Vemos en Eclesiastés y en los Salmos un mensaje similar:
Aborrecí también el haber trabajado tanto bajo el sol, pues todo lo que hice tendré que dejárselo a otro que vendrá después de mí. ¿Y cómo saber si será sabio o necio el que se quedará con todos mis trabajos y afanes, a los que tanto trabajo y sabiduría dediqué bajo el sol? (Eclesiastés 2:18-19).
Tú, no te preocupes cuando veas que otros se hacen ricos y agrandan sus casas, pues nada se llevarán cuando mueran; sus riquezas no se las llevarán al sepulcro (Salmo 49:16-17).
Como dice un viejo refrán, no te lo puedes llevar. Al morir, uno deja atrás todas las riquezas materiales, las cuales pierden todo valor para el que las poseía. Jesús expresa esto sucintamente, y termina la parábola diciendo: «Eso le sucede a quien acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico para con Dios» (Lucas 12:21).
El rico insensato vio la bendición de la cosecha abundante como un medio de costearse placeres y asegurarse el futuro. Solo pensó en sí mismo, en su porvenir y su propio deleite. No se le ocurrió que quizá Dios le había dado prosperidad con algún otro fin que satisfacer sus deseos, por ejemplo para ayudar a los pobres y necesitados.
La conclusión de la parábola habla de ser rico para con Dios. ¿Qué significa eso? En los versículos siguientes a esta parábola en Lucas 12:22-34, Jesús habla de confiarle a Dios nuestra vida y la provisión de lo que necesitamos diciendo que si Dios alimenta a los cuervos, que no tienen almacenes ni graneros, y si viste a los lirios del campo, también cuidará de nosotros. Nos enseña que debemos poner nuestra confianza en Dios y buscar Su reino, y que Él se encargará de nosotros. Al hacer eso —al confiar en Dios, buscarlo y hacer Su voluntad— nos estamos proveyendo de bolsas que no se envejezcan, y haciéndonos en el Cielo tesoros que nunca se agotarán.
Jesús nos enseña a hacernos tesoros en el Cielo. Somos ricos para con Dios cuando lo tenemos en cuenta, cuando hacemos lo que Él manda, cuando ajustamos nuestra vida a Sus enseñanzas, cuando procuramos hacer Su voluntad, lo que nos ha pedido.
Esta parábola nos habla a todos. Todos necesitamos recursos para vivir. Ahorrar dinero para el futuro si se puede es una medida prudente. Poseer los bienes materiales o el dinero que necesitamos no es intrínsecamente malo. Las riquezas no son malas en sí mismas. Sin embargo, la Escritura nos enseña a no confiar en las riquezas (Proverbios 11:28). Y Jesús nos advirtió que las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas ahogan la Palabra (Mateo 13:22).
Una buena pregunta que nos podemos hacer a nosotros mismos es: ¿Reconocemos que todo lo que poseemos le pertenece en realidad a Dios? Y si es así, ¿le consultamos cómo emplear y administrar nuestros recursos económicos? ¿Le damos las gracias y lo alabamos por lo que nos ha dado? Cuando nos bendice económicamente, ¿bendecimos a los que padecen necesidad? ¿Bendecimos a Dios correspondiendo a lo que nos ha dado con donativos y ofrendas a Su obra?
Sea cual sea nuestra situación económica, Jesús enseñó con esta parábola que como cristianos hemos sido llamados a ser ricos para con Él y hacernos tesoros en el Cielo. Se nos enseña a no poner «la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1 Timoteo 6:17).
Busquemos primero Su reino y Su justicia en todas nuestras decisiones (Mateo 6:33) y esforcémonos por cumplir Su voluntad y propósito al usar nuestros bienes materiales en cada aspecto de nuestra vida y servicio cristiano. Seamos ricos para con Dios.
Publicado por primera vez en junio de 2014. Adaptado y publicado de nuevo en febrero de 2025.
1 Kenneth E. Bailey, Jesus Through Middle Eastern Eyes (Ojos del Medio Oriente). (Downers Grove: InterVarsity Press, 2008), 298–300.
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