Nunca es demasiado tarde para volver a empezar
Rick Warren
Nuestro Dios es un Dios de segundas oportunidades y nuevos comienzos. Si el lector se encuentra con vida, si respira y puede leer esta publicación, salta a la vista que Dios aún no ha concluido en él Su labor. Así que no se rinda, no se dé por vencido. Aunque haya fracasado. En vez de eso, permita a Dios propulsarlo aún más.
En mi última disertación, enumeré cinco motivos por los que solemos fracasar. Hoy me gustaría hablarles de las cuatro maneras de sacudirse el polvo y seguir adelante.
1. Aceptar responsabilidad por el fracaso propio.
En Proverbios 28:13 dice: «El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia». Cuando nos negamos a admitir nuestros errores, no nos sirven para aprender. Seamos sinceros con nosotros mismos. Seamos sinceros con los demás. La mayoría somos expertos en echarle la culpa a otros. Forma parte de nuestra naturaleza pecaminosa. Culpamos a la economía, al clima, a la mala suerte, a nuestros padres, a nuestra pareja, al gobierno.
Pero Dios dice que para comenzar de nuevo —luego de un fracaso— hay que ser sincero. No sé de dónde sacamos la idea de que tenemos que fingir ser perfectos. No lo somos. Ninguno hemos alcanzado la perfección. Yo tampoco.
En 1974, luego de una racha de 88 partidos ganados, el equipo de básquetbol de la UCLA perdió ante Notre Dame. Sufrieron una derrota luego de ir ganando por 11 puntos. Los titulares del día siguiente publicaron las palabras del entrenador, John Wooden: «Cúlpenme a mí». Es la característica de un ganador. No le echa la culpa a otros. Admitió que se confiaron demasiado.
2. Dejar de lamentarse y empezar a arrepentirse.
Luego de un estrepitoso fracaso, se debe dejar de lamentarse y empezar a arrepentirse. La palabra arrepentimiento en griego significa cambiar de mentalidad, ver las cosas desde otra perspectiva, cambiar de dirección, tener un cambio de corazón. En ningún momento debe uno quejarse ni decir: «Soy un fracasado. Soy un desastre. Dios nunca volverá a valerse de mí. Estoy hecho polvo. No sirvo para nada. Dios me hará de lado.» Hay que dejar de lamentarse e iniciar el proceso de arrepentimiento.
En 2 Corintios 7:10 dice: «La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte». En ese versículo se mencionan dos clases de tristeza: la tristeza según Dios y la tristeza del mundo.
La tristeza según Dios motiva al cambio. Produce un cambio de corazón. Nos motiva a actuar y a cambiar. Mientras que la tristeza del mundo es desmoralizante, depresiva y conduce a la muerte. Una de las emociones más devastadoras es la autocompasión. Nunca se aprende nada en un entorno de depresión y autocompasión.
Casi todas las historias de éxito se inician con fracasos. De los errores se aprende. No me cabe duda que algunas lecciones solo se aprenden en base a los errores.
3. Olvidar el pasado y pensar en el futuro.
Filipenses 3:13-14 asegura: «Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».
¿Qué recuerdo tienen que continúa manipulándolos? Cada vez que les viene a la cabeza, piensan: «Ojalá nunca hubiera hecho eso. Me arrepiento de ello.» Y el recuerdo de esa acción continúa manipulándolos. Algunas personas permiten que el pasado controle su futuro. Eso es un error. El pasado debe quedarse en el pasado. La preocupación presente no tiene efecto alguno sobre el pasado. Hay que dejarlo ir y concentrarse en el futuro. Lo que cuenta no es dónde se ha estado, sino la dirección en la que se dirigen sus pies. El pasado no debe tener control alguno sobre nuestra vida.
Los fracasos no tienen importancia alguna para mí. No nos volveremos inútiles hasta que optemos por renunciar, hasta que elijamos rendirnos, hasta que rechacemos la gracia divina. Es cuestión de elegir entre la condenación o la confesión. Se debe elegir entre vivir en condenación o confesar y seguir adelante. Se debe olvidar el pasado y pensar en el futuro.
4. Confiar en que Dios lo solucionará.
En Romanos 8:28 dice: «Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados». Dios está creando un estampado con el tejido de nuestra vida. Y será hermoso. Todo encajará. Pero en ocasiones, desde nuestro punto de vista, puede parecer un desastre, un revoltijo. Cuando repasamos nuestra vida, pensamos: «¿Cómo saldrá algo bueno de todo esto?»
En el pasado, solía preocuparme mucho más que ahora sobre la fuente de los problemas que nos aquejan. ¿Es este problema del Diablo? ¿Este problema procede de otros cristianos? ¿Esta dificultad proviene del Señor? ¿Es acaso una dificultad que yo mismo he provocado? Pero mientras más crezco en la fe, más me parece entender que la fuente de los problemas carece de importancia. Lo que menos importa es si el Diablo lo provocó, si fue causado por terceros o si uno mismo es el culpable. Dios se valdrá de ello de todas maneras. Dios tiene el poder de invalidar nuestros mayores errores. Hace que todo ayude a bien.
Dios desea tomar nuestros mayores fracasos —aquellas áreas de mayores desengaños que deseamos mantener escondidas y secretas— y convertirlos en nuestros puntos más fuertes. Él desea transformarlos en mensajes de vida. ¿Cuáles son sus puntos más débiles? Sean los que sean, son en los que Dios desea trabajar. Lo único que precisa es que dejemos de lamentarnos entre nosotros y le permitamos a Él obrar en nuestra vida.
Escrito por el pastor Rick Warren de Saddleback Church de California. Publicado en http://pastors.com/start-over-2.
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