Nueva vida revolucionaria
David Brandt Berg
¿Qué es esa nueva vida radicalmente diferente? Es un regalo que Dios nos hace mediante una milagrosa transformación de nuestra vida cuando aceptamos Su verdad en el amor de Su Hijo Jesús, por obra de Su Espíritu. Lo único que tenemos que hacer nosotros es aceptar a Jesús. Esa vida nueva se obtiene solo por gracia, jamás por obras, ni combatiendo en la carne contra nuestros pecados. «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe»[1]. Si Dios no puede salvarnos, ¡nadie puede!
Con fe se debe creer la Palabra y aceptar que se ha recibido la salvación solo por la Palabra. Eso es todo lo que nos salva, no algo externo. Por ejemplo, con el agua del bautismo el predicador en realidad no lava nuestros pecados; solo lo hace para representar externamente lo que revela un cambio interior, espiritual. No podemos poner nuestra fe en el agua en vez de en Jesús, ¡Él es la Palabra! Juan lo expresó de esta manera: En el principio era el Verbo. […] Y el Verbo (Jesús) se hizo carne. […] A todos los que le recibieron (a Jesús, la Palabra), les dio potestad de ser hechos hijos de Dios[2].
En muchos casos, esa nueva vida revolucionaria es una gran sorpresa para nuestros seres queridos y conocidos. A veces se llama salvación o conversión. Jesús lo llamó «nacer de nuevo» de Su Espíritu[3], y Pablo lo denominó nuevo nacimiento, en el que «las cosas viejas pasaron, y todas son hechas nuevas»[4].
¡La salvación es eterna! De joven, por unos cuantos años me dejé engañar por la doctrina falaz de «ahora sí, ahora no»; es decir, la eterna inseguridad del creyente y la religión que se basa en las obras. Sin embargo, aún era adolescente cuando un día me emocionó descubrir la sencilla verdad de Juan 3:36. Descubrí que lo único que debía hacer era creer, ¡y eso hice! «El que cree en el Hijo tiene vida eterna». ¡Ahora mismo! No si… y… o pero… al respecto. Nada de que «siempre y cuando seas un buen chico y vayas a la iglesia todos los domingos». Se tiene vida eterna por medio de Su Hijo; es un regalo de parte de Dios. Y no se puede perder, pues Él te guardará. Jesús lo expresó así: «Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás[5]. Y «al que a Mí viene, no lo echo fuera»[6].
Puesto que, en primer lugar, esa nueva vida no depende de las obras, se trata de algo muy seguro, incluso en los casos en que la persona se suicida, como lo hizo el rey Saúl, hecho que quedó registrado en el Antiguo Testamento. En casos así, la persona no pierde la salvación. No depende de si alguien es exitoso o no. Si esa persona se perdiera, entonces, Dios habría fallado, porque la salvación es una obra de Dios. El que comenzó en nosotros la buena obra la perfeccionará hasta el fin[7]. Somos obra de Dios.
La polémica religiosa más encarnizada que ha habido a lo largo de la Historia se ha dado siempre entre las religiones que sostienen que uno puede salvarse a sí mismo y las que consideran que solo Dios puede hacerlo. Es más, ese fue el mayor debate entre los primeros cristianos: si una persona podía solo creer y salvarse, o bien, si debía también guardar la ley para lograrlo. Como si dijeran: «Claro, creemos que Jesús es el Mesías, pero también debemos ayudarlo a salvarnos al guardar la antigua ley». Pablo pasó la mayor parte de su vida, en epístola tras epístola, combatiendo esa detestable mezcla de obras y gracia. Resumió el punto de vista de Dios acerca de ese asunto cuando dijo: «Si por la ley viniera la justicia, entonces en vano murió Cristo»[8]. En otros términos, si una persona se puede salvar solo al guardar la ley, ¿por qué tuvo que morir Jesús? Por consiguiente, Pablo dijo: «Y si es por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia (o misericordia) ya no sería gracia»[9].
La única rectitud que tienes, es la de Cristo. Y Él es el único que puede dártela. Tu rectitud es pésima, ¡apesta! Son trapos sucios[10]. Eso es todo; no hay otra forma. No hay rectitud propia ni buenas obras que valgan, nada de ti puede mantenerte salvo más de lo que te puede salvar en primer lugar. ¡Solo Jesús puede hacerlo! Además de salvarnos, Jesús es quien hace las obras por medio de nosotros. Es todo obra de Jesús; no de nosotros ni fruto de nuestra santurronería, ¡todo lo hace Jesús! Pablo dijo que «el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree»[11]. En otras palabras, recibir a Jesucristo como nuestro Salvador y seguir las indicaciones de Su Espíritu es la única ley que nos justifica, ninguna de las otras cosas cuenta.
Sin embargo, la verdadera fe motiva las obras. No tenemos la salvación por nuestras obras, pero si somos salvos, nos esforzaremos para dar la salvación a otros. Nuestras recompensas celestiales se basan en los servicios al reino de Dios mientras estamos en esta vida. Cuando Jesús dijo que tuviéramos cuidado de que nadie nos robara nuestra corona[12], no se refería a la salvación. La corona es nuestra recompensa. La que se da a los que corren y ganan la carrera de las buenas obras. No se refiere a la salvación.
Con respecto a los errores y los fracasos, deberíamos recordar el caso del hijo pródigo. Aunque perdió su primogenitura y su herencia, no perdió del todo su lugar de hijo en la mesa del padre. Asimismo, el Señor no pierde a Sus hijos.
Espero con ilusión —es posible que eso escandalice a algunas personas— el día en que todos o casi todos sean salvos. O que por lo menos no haya muchas personas en el infierno, si es que las hay. Esta obra no termina ni aún en el Cielo, ni en la ciudad celestial después del Milenio (los mil años del reinado de Cristo en la Tierra). Seguiremos sirviendo a Dios. Y habrá que terminar muchas cosas: la redención total, la reconciliación universal, la restitución cósmica. Habrá todavía reyes y naciones que necesitarán curación. «En medio de la calle… estaba el árbol de la vida… y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones[13].
Para obtener lo auténtico —esta nueva vida radicalmente diferente—, todo lo que debes hacer es aceptar a Jesús, el Hijo de Dios, como tu Salvador, pidiéndole que entre en tu corazón. ¡Haz la prueba! ¡Te encantará! ¡Que Dios te bendiga!
Artículo publicado por primera vez en junio de 1974. Texto adaptado y publicado de nuevo en enero de 2015.
[1] Efesios 2:8–9.
[2] Juan 1:1, 14, 12.
[3] V. Juan 3:1–9.
[4] V. 2 Corintios 5:17.
[5] Juan 10:28.
[6] Juan 6:37.
[7] Filipenses 1:6.
[8] Gálatas 2:21 RV1995.
[9] Romanos 11:6 RV1995.
[10] V. Isaías 64:6.
[11] Romanos 10:4.
[12] Apocalipsis 3:11.
[13] Apocalipsis 22:2 RV1995.
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