Nuestras acciones superan la intención
Mara Hodler
[The Road You’re on Trumps Intention]
Hace muchos años, mi esposo y yo tuvimos que hacer un viaje desde Calgary, Alberta, a la poca atractiva ciudad de Winnipeg, Manitoba. Subimos nuestros enseres a nuestra vieja camioneta y partimos. Habíamos planeado muy bien ese traslado. Todo estaba cuidadosamente empacado y ordenado. Habíamos trazado nuestra ruta y estimado el tiempo que nos tomaría. Nos habíamos preparado económicamente para el viaje e hicimos un presupuesto de lo que necesitaríamos para gasolina, comida, hospedaje y demás. Era nuestro primer viaje largo con un bebé, por lo que nos aseguramos de tener todo lo necesario para el trayecto. Nuestra intención desde luego era terminar en Winnipeg.
La mañana de nuestra partida, nos levantamos temprano y salimos a tiempo. Solo tuvimos un inconveniente: No nos dirigimos al este, como debíamos. Tomamos la autopista y por la fuerza de la costumbre nos dirigimos al oeste. Lo que nos alertó acerca de nuestro error fue la señalización: Banff y Alberta. Sabíamos que quedaban en la dirección opuesta al lugar al que nos dirigíamos. En cuanto nos percatamos de ello, dimos la vuelta y nos dirigimos en la dirección contraria. Llegamos a Winnipeg un poco después de lo previsto.
Lo que intento demostrar con esto no es que a mi esposo y a mí nos cueste ubicarnos, sino que el camino que seguimos, y no nuestras intenciones, es lo que determina nuestro destino. No teníamos ninguna intención de viajar a Banff. Queríamos ir a Winnipeg; sin embargo, de haber seguido en dirección hacia el este habríamos terminado en Banff, a pesar de planear, querer y procurar llegar a Winnipeg.
Incluiré algunos ejemplos sobre cómo este principio se aplica a la vida diaria:
Digamos que uno quiere ser más saludable y ponerse en forma, de modo que busca unos buenos videos de aeróbicos o se inscribe en un gimnasio. A lo mejor hasta compra ropa para ejercitarse y unos tenis (zapatillas). Busca en Google versiones ligeras de sus recetas favoritas y procura que su dieta apoye su intención. Pero todos los días, llegada la hora de hacer ejercicio, encuentra una excusa para no hacerlo. Y todas las tardes se echa al sofá con un helado enorme, una bolsa de papas fritas y otras meriendas que sabotean su intención. Se tiene la intención de ponerse en forma, pero las acciones no apoyan esa intención.
O por ejemplo: Puede que uno desee tener una buena educación, conseguir una beca universitaria y hacer una emocionante carrera, pero pasa el tiempo jugando videojuegos. Adquiere destreza para maniobrar el avión de guerra o construir una ciudadela, pero las calificaciones no pintan del todo bien. «¿Por qué?», uno se pregunta. Pues realmente quería conseguir un título universitario. Solo que no parece que vaya ocurrir.
Otros ejemplos: A lo mejor a uno le gusta la idea de crear un portafolio de inversión y acumular riquezas para el futuro. Sabe que si ahorra durante un tiempo, podrá invertir el dinero en algo que le producirá mayores dividendos. Pero siempre que puede sale de compras, se va a comer a un restaurante y gasta el dinero en actividades de entretenimiento. Quiere ahorrar, pero no tiene nada que mostrar de esos planes.
Uno desea tener una buena relación con su pareja, sus padres, amigos y hermanos, pero su temperamento es volátil, malhumorado y grosero. Y las amistades simplemente no florecen.
Por supuesto que uno nunca quiso ganar peso, perder su forma física, no obtener una educación ni quedarse sin dinero ni amigos, pero el camino que siguió trastornó su esperanza, intenciones, sueños y buena voluntad.
Imagina lo diferentes que hubieran sido los resultados si se hubiera esmerado por ejercitarse y comer adecuadamente. Al cabo de unos meses habría visto que se encontraba más cerca de llegar a la meta. Lo mismo se aplica a los estudios: si hubiera seguido el plan y hubiera hecho el esfuerzo, habría alcanzado la meta de obtener un grado universitario y desarrollar la carrera deseada. Si hubiera seguido el plan de ahorro, habría visto aumentar el dinero y estaría preparado para invertir llegado el momento. Si hubiera sido más amigable, tendría más amigos.
A fin de cuentas, las acciones cuentan mucho más que las intenciones. La vida es la suma de todas las acciones, no de las intenciones, sueños o deseos.
La lección es sencilla: presten menos atención a las intenciones y estudien el camino que recorren. Si mi esposo y yo no hubiéramos prestado atención a la señalización en la carretera, habríamos continuado de lo más campantes hasta Banff, pensando en todo momento que llegaríamos a Winnipeg, porque esa era nuestra intención. Las señales del camino dicen mucho sobre la dirección en la que va uno.
Y recuerda, no importa cuánto se haya avanzado, nunca es demasiado tarde para detenerse y dar la vuelta. Es mucho mejor que terminar en un destino indeseable, ¿no les parece?
Si desean llegar a otro destino, sigan otro camino. Estudien el vínculo entre sus decisiones y los resultados que buscan. Evalúen y ajusten el curso de su vida. Obren en consecuencia. Es algo que todos debemos hacer. Dios nos ha dado la habilidad de escoger, conducir y decidir el camino que seguimos.
La mayoría no perdemos el curso ni tomamos elecciones erradas a propósito. El problema yace en no reconocer que nuestras decisiones nos acercan o apartan de nuestro destino. Una vez que logramos esa conexión, resulta más fácil ajustar nuestro rumbo para asegurarnos de llegar al lugar que deseamos.
Adaptación de un podcast de Solo1cosa, textos cristianos para la formación del carácter de los jóvenes.
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