Nuestra Enterprise
David Brandt Berg
La primera película de Viaje a las estrellas es en cierto modo una parábola en la que una nave buena —la Enterprise, con su buen capitán Kirk y su tripulación— es enviada con la misión de averiguar si una nave espacial alienígena que se aproxima a la Tierra tiene buenas o malas intenciones y determinar qué hacer con ella. Descubren que es un vehículo espacial muy poderoso y sofisticado, creado accidentalmente por la sonda espacial Voyager 6 que fue lanzada desde la Tierra para reunir información, y que posteriormente se convirtió en una especie de ser sensible que empezó a tener curiosidad por saber por qué lo habían creado, qué era y quién lo había fabricado. Quería hallar a su creador y por eso estaba volviendo a la Tierra, en busca de su hacedor.
La sonda espacial fabricada por la NASA y lanzada al espacio había aprendido tanto que había sido capaz de convertirse en una nave espacial de extraordinarias dimensiones, que se dirigía de nuevo a la Tierra porque quería conocer a su creador. Quería averiguar por qué la habían hecho, buscaba respuestas. Ese es el argumento en términos generales.
El sentido implícito de esta película es que el ser humano fue creado y puesto aquí en la Tierra por su Hacedor; y fue formado con un deseo innato de encontrar y conocer a su Creador y unirse a Él, el cual nosotros sabemos que es Dios. Por supuesto, se aplica a nosotros: para eso nos creó Dios. «Puso en el corazón de los mortales la noción de la eternidad»[1].
El cuerpo humano en cierta forma es como una máquina; pero somos mucho más complejos que las máquinas. Somos máquinas que se reproducen a sí mismas, y además de tener conocimientos, lógica y capacidad de raciocinio, tenemos emociones y sentimientos, de los cuales el más importante es el amor, que nos pone en un plano muy superior al de cualquier máquina, animal u otra cosa creada, aunque lo cierto es que hasta los animales entienden el amor. La ciencia ha descubierto que hasta las plantas captan el amor. Pareciera que todos los seres vivos son sensibles al amor y las emociones humanas. Y desde luego Dios ha puesto en el corazón humano el anhelo eterno de encontrar, conocer y amar a Dios, su Creador.
El hombre siempre está buscando a Dios; y Dios, al hombre. Pero este tiene que buscar a Dios por las vías que Él ha dispuesto; si no, no lo encuentra. Y la forma de hallar al Señor es mediante Su Espíritu, que es Su medio de comunicación, por así decirlo. Dios está al alcance de los seres humanos, quiere que estos lo encuentren y lo conozcan, pero ellos tienen que acceder a prender su receptor, tienen que desear a Dios, ansiar a Dios y escuchar de buena gana los mensajes que Él les transmite, sobre todo por medio de Su Palabra. El principal medio que usa Dios para comunicarse con los seres humanos es Su Palabra. Fundamentalmente, Dios se nos da a conocer por medio de Jesús.
Dios ha dispuesto una manera de que los seres humanos conozcan a su Creador, y ha determinado que esa sea la única vía —«el camino, la verdad y la vida»—; no hay más mediador o comunicador que Jesucristo hombre[2]. Él ha dispuesto que quien quiera conocerlo tenga que pasar por Jesús. Uno tiene que hallar a Cristo. Su comunicación es Jesús, y a Dios se le encuentra por esa vía. No hay otra forma de encontrarlo porque no hay otro Dios y no hay otra representación o Palabra viviente de Dios aparte de Jesús.
Quien de verdad quiere encontrar al Señor, lo halla; Dios lo ha prometido. El propio Jesús afirmó que Él sacia el alma hambrienta, y Dios ha dicho que si lo buscamos, lo encontraremos[3]. Si alguien anhela sinceramente encontrar al Señor y comunicarse con Él, el Señor se encarga de que lo encuentre de una u otra manera. Hay muchos testimonios de salvación de personas que buscaban a Dios y querían descubrir el propósito de su existencia y el sentido de su vida, y se preguntaban: «¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Quién soy yo? ¿Para qué estoy aquí?» Los que buscan a Dios, lo encuentran. «Para que me conozcan a Mí, pues en conocerme está la vida eterna»[4].
El Señor ha dicho que si lo buscamos, lo encontraremos, porque Él quiere que lo encontremos. Nos ha enviado Su Palabra —Jesús— para comunicarse con nosotros, para darse a conocer a nosotros en la persona de Su Hijo, para mostrarnos cómo es Él[5]. Dios es como Jesús; la única forma de saber cómo es Dios y de encontrarlo es por medio de Jesús. Él es Su Palabra, Su comunicación, Su mensaje, Su respuesta. Cuando alguien emite señales con el ánimo de encontrar a Dios y presta oído, oye las respuestas de Dios. El Señor le habla. El Señor lo lleva a encontrarse con alguien que conozca a Jesús y que le pueda hablar de Él.
La humanidad, como creación de Dios, busca a su Hacedor. Muchos no lo saben; no se dan cuenta. No saben bien lo que buscan. No saben a quién o qué buscan; solo desean saber quiénes son, para qué están en este mundo, qué sentido tiene su vida, qué propósito tiene su existencia. Se preguntan: «¿Para qué estamos aquí? ¿Por qué fuimos creados? ¿Quién nos creó?» Nosotros sabemos las respuestas, ¿no es una maravilla? Conocemos las respuestas a los interrogantes que se plantea la humanidad sobre la razón de nuestra existencia, el sentido de la vida, por qué estamos en este mundo, por qué fuimos creados.
Viene todo explicado en la Biblia: cómo fue creado el mundo y para qué, y quién lo creó, y cómo fue que nos puso aquí, hasta culminar con la historia de Jesús, que al final vino el Hijo de Dios para revelarnos a Dios y mostrarnos cómo es. Por lo tanto, Jesús es Su Palabra, Su comunicación, Su mensaje. Jesús dice: «Yo soy»[6]. Él es el gran «Yo soy». Dicho de otro modo: «Yo soy Dios, soy el Hijo de Dios, soy Su comunicación. He venido a enseñarles cómo es Dios. Soy Su mensaje». Jesús es la Palabra de Dios, el mensaje de Dios.
De otra forma nos habríamos quedado sin saber cómo es Dios; pero al enviar a Jesús, digamos que nos pintó un cuadro de Sí mismo, para que viéramos cómo es. Nos ha encargado que divulguemos esa historia, ese mensaje, por todo el mundo, que anunciemos quién es Él, qué es y cómo es, y proclamemos que nos ama, que desea unirse a nosotros y fundirse con nosotros, y anhela que nosotros nos unamos a Él.
Esta película da un mensaje extraordinario. Es una alegoría sobre esa sed de Dios y de su Creador que tienen los seres humanos. Ilustra el profundo clamor del hombre por descubrir a su Hacedor, el ansia de descubrir a Su Creador, al Ser que lo formó, y de averiguar por qué fue creado, para qué está en este mundo, qué sentido tiene su vida. Jesús nos puede explicar todo eso, y nos lo dice todo en la Biblia sin ir más lejos. Hasta el Antiguo Testamento dice: «Honra a Dios y cumple Sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre»[7]. Es decir, obedecer a Dios y darle las gracias por habernos creado. Y sabemos que Sus mandamientos se pueden resumir en dos: amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos[8].
Los cristianos tenemos las respuestas que busca la gente. Somos mensajeros —como la nave Enterprise en esta película— y tenemos la misión de salir a buscar a las criaturas que desean encontrar a su Creador y explicarles quién es Él y de qué modo pueden conocerlo, amarlo y unirse a Él como se une una esposa a su marido. ¿No es esa la imagen que Él usa? Se nos ha encargado que busquemos a las almas sedientas, las amemos y las conduzcamos a Jesús, de modo que se fundan con Él.
Esa es nuestra misión, nuestra enterprise (empresa): conducir hacia el Creador a Sus criaturas, para que se unan a Él, sepan quién es y qué es y conozcan Su amor. Preparamos ciudadanos para el reino de Dios, con la intención de unirnos a Él en Su gran empresa del futuro, consistente en restaurar el mundo entero, rehabilitar a la humanidad, poner las cosas en orden y crear un nuevo mundo, un mundo celestial, tal como Él lo quería.
Estamos embarcados en una gran empresa, en la misión de explorar el mundo para conducir a la gente hacia el Señor y contribuir a formar un nuevo mundo para Dios, a base de nuevas personas, nuevos hijos de Dios, «un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia»[9].
Artículo publicado por primera vez en abril de 1988. Texto adaptado y publicado de nuevo en mayo de 2015.
[1] Eclesiastés 3:11 (RVC).
[2] Juan 14:6; 1 Timoteo 2:5.
[3] Mateo 5:6, 7:7; Jeremías 29:13.
[4] Juan 17:3.
[5] Juan 1:14.
[6] Juan 8:58.
[7] Eclesiastés 12:13 (DHH).
[8] Mateo 22:37-40.
[9] 2 Pedro 3:13 (NVI).
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