No perfecta, pero bien
Diana Motolinia
Recientemente decidí asistir a unas clases gratuitas de punto y crochet que ofrecía un centro comunitario local. Hacía bastante tiempo que la idea de aprender algo no me resultaba tan atractiva como ahora, a los 63 años. Además, tenía la esperanza de que me serviría para combatir el estrés, el cual, según me dijo el médico hace poco, estaba afectando mi salud.
Por supuesto, al comienzo una es una principiante, y con toda franqueza todavía lo soy. De todos modos, he terminado unas cuantas labores simples, y me da gusto quedarme mirando el lindo —aunque imperfecto—resultado de mi trabajo.
Cuando le dije a mi hija que quería tejerle a su hijito una boina, me propuso que la hiciera como la que lleva un personaje de una de las películas preferidas de mi nieto. Parecía factible, así que compré lana de un color rojo bien vivo y me puse a trabajar.
A la mitad de la labor me di cuenta de que hacia el principio había cometido un pequeño error que inicialmente no había detectado, pero que a medida que progresaba se había ido amplificando. Era necesario deshacerlo todo y volver a comenzar. Mientras deshacía los nudos, pensé: «Esta gorra tiene que quedar perfecta; bueno, quizá no perfecta, ¡pero bien!» Por algún motivo, haciendo y deshaciendo la labor se dañó hasta cierto punto la textura de la lana. Me di cuenta de que probablemente cualquiera que examinara de cerca la boina lo notaría. Aun así, me bastaba con que la labor de ganchillo y el trabajo terminado quedaran bien, aunque el material en sí tuviera algún defecto.
Tras reflexionar, sentí que el Señor, mediante esta ejemplificación, me quería hablar de mi vida, con todas sus imperfecciones, algunas apenas perceptibles, otras descomunales y flagrantes. Y la frasecita: «No perfecta, pero bien», me habló al corazón. Jesús me recordó que mi vida ha estado bien. Es la vida de una persona justificada por Él, independientemente del material con el que se ve obligado a trabajar, que ha sido estropeado por mis fallos, mal juicio, pecados y lo que con frecuencia veo como horribles fracasos.
Luego está todo el proceso de corregir las cosas después que se han cometido errores o metidas de pata, e incluso lo que algunos de hecho podrían considerar que fueron iniquidades. Estas pueden llegar a ser muy complejas y hasta enredadas, ¡y toma tanto trabajo y hasta dolor desenredarlas! Afortunadamente, me siento tranquila porque tengo el amor y la aceptación incondicional de Jesús. Acudir arrepentida a Él es humillante, es cierto; pero Su amor y gracia incondicionales me hacen sentirme siempre segura. En cambio, acudir a otras personas, ya sean familiares, amigos o conocidos, reconocer mis equivocaciones y a menudo ni siquiera ser capaz de expresar cómo o por qué hice tal o cual cosa es algo que por lo visto causa un roce o daño aún mayor al tejido de la vida. Me viene la tentación de no intentar siquiera reparar el daño, porque casi siempre es un proceso doloroso y complicado. Aun así, es algo que da fruto apacible de justicia en el momento que Dios dispone. El producto acabado queda mejor, incluso con lo que, para un observador ocasional, pudieran parecer imperfecciones.
Un personaje de la Biblia por el que sinceramente nunca había sentido gran admiración es Lot[1]. En mi juventud, siendo ya cristiana, lo tenía en un archivo mental de personas no merecedoras de mi respeto. Es que mira que era egoísta: escogió para sí las mejores tierras de pastoreo y básicamente le dejó las sobras a su tío Abraham, que magnánimamente le había dejado escoger primero[2]. Eso después que Abraham lo acogió cuando se quedó huérfano y lo llevó consigo en su viaje a Canaán, siguiendo las indicaciones de Dios, el cual le había prometido convertirlo en una gran nación. Yo me figuraba que desde luego se merecía que Quedorlaomer se lo llevara, a él y a su familia, con todos sus bienes[3]. Hasta me preguntaba por qué Abraham se había molestado en ir a rescatar a su sobrino con lo interesado y codicioso que este había sido; pero a fin de cuentas, la familia es la familia, y el amor cubre multitud de pecados, me decía yo. Encima, en vez de entender lo que podría decirse que fue una clara indirecta para que dejara todo el estilo de vida y el ambiente de Sodoma, Lot tuvo la audacia de regresar allá.
Sin embargo, dice la Palabra de Dios que Lot fue considerado justo[4]. Eso a pesar de sí mismo, por la gracia de Dios y por Su poder para redimir al peor y al más vil, como se ilustra repetidamente en la Biblia con la vida de muchos otros santos imperfectos de Dios. Muchos consideran que David y Pablo son los casos más destacables de la Biblia; claro que ha habido otros a lo largo de la Historia. Ahora mismo mis favoritos son S. Agustín y John Newton.
Hoy, tras más de cuatro decenios siguiendo y sirviendo al Señor como misionera, madre y maestra, la escuela de la vida me ha otorgado toda una licenciatura, y estoy en condiciones de identificarme con Lot y su vida. Como él, he seguido a Dios, con frecuencia sin saber adónde iba. También he sido egoísta y me he cansado de hacer el bien. Me duele pensar en las veces en que me faltó coraje y convicción para hacer frente a la oposición y actuar de forma valerosa, aunque fuera impopular. Mi corazón se estremece cuando reflexiono sobre las ocasiones en que no alimenté, fortalecí, protegí o cuidé debidamente a los que amo, ocasionándoles dolor. No obstante, Dios sabiamente ha incorporado a Su plan esas falencias y propósitos frustrados para ilustrar Su gran misericordia y paciencia conmigo, Su hija.
Soy justa porque Él me ha perdonado y justificado. Eso me resulta humillante (y me vuelve más útil, pensaría yo, o al menos es un buen punto de partida para llegar a serlo), al tiempo que me emociona y me infunde una paz sobrenatural, pues me doy cuenta de que no importa que sea imperfecta, aun con lo recontraimperfecta que soy.
Cristo es quien nos aprueba, conforme a Su misericordia, gracia y propósito divino; y a fin de cuentas, en realidad eso es lo que importa.
«El sentido de la vida. Los años perdidos. Las malas decisiones. Dios responde a los despropósitos de la vida con una palabra: gracia». Max Lucado
«Recuperarse de un error y llegar a la verdad es infrecuente y bello». Victor Hugo
[1] V. la historia de Lot en los capítulos 11–14 y 19 del Génesis.
[2] Génesis 13:9–11.
[3] Génesis 14:12.
[4] 2 Pedro 2:7.
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