No estoy cansado
Curtis Peter van Gorder
No estoy cansado. Solo un hombre muerto está cansado.
Dame las fuerzas para sacar adelante Tu obra.
¿Acaso te alabarán los muertos?
Claro que no; pero alma viva, sí, yo.
La vida es demasiado corta, ¿por qué mirar atrás?
Es que, si miras atrás, te desorientas.
Majek Fashek[1]
Todos nos cansamos a veces de la lucha cuando las cosas se ponen cuesta arriba, sin embargo ¿cómo podemos salirnos de esa espiral descendente?, me preguntaba.
Durante un viaje que hice hace poco a Capadocia, Turquía[2], un amigo mío tocó la canción No estoy cansado, que me aclaró un poco las cosas al respecto y me ayudó a entender ciertas experiencias que tuve estando allí. Me llamó mucho la atención el contraste entre quienes tienden a darse por vencidos con facilidad y las personas tan tenaces que habitaron esa tierra siglos atrás.
Cualquiera que conozca Capadocia te confirmará lo fantasmagórico y alucinante que es ese lugar. Unas formaciones volcánicas se erigen en gigantescos pináculos que se retuercen para formar las más inverosímiles figuras esculpidas. A través de profundos desfiladeros fluyen ríos desde los cuales se aprecian cuatrocientas iglesias cinceladas en las montañas circundantes. Esa zona ha albergado a muchos pueblos durante milenios, comenzando con los antiguos hititas. Tal vez la más notable fue la presencia de los cristianos que allí vivieron en comunidades durante muchos años.
Visitamos una de las más grandes de las cuarenta ciudades subterráneas, la cual fue utilizada por los antiguos cristianos durante los primeros tres siglos para escapar a la persecución romana, y luego a los saqueos por parte de los árabes. Hubo épocas en que llegó a albergar a diez mil habitantes. La ciudad es todo un prodigio de la ingeniería: ocho niveles con cocinas comunitarias, salones de reunión, ventilación, columnas, pozos, graneros, recámaras, cavas de vinos y hasta establos para caballos.
Los vigías advertían sobre la presencia de invasores reflejando la luz del sol con espejos, y así enviaban mensajes al siguiente puesto. Los túneles subterráneos contaban con enormes trozos circulares de roca, los cuales podían colocarse en las aperturas a fin de bloquearlas para proteger a sus habitantes de invasores. Contaban también con aperturas estratégicamente ubicadas, desde las cuales podían arrojar aceite hirviendo a sus atacantes o dispararles flechas. Se trataba de comunidades cooperativas muy industriosas que contaban con una fe vibrante, ya que de esas características dependía su supervivencia.
Aparte de ser un lugar asombroso, es también un lugar que se presta para la reflexión. Es un ejemplo sobresaliente de espíritu indomable ante la persecución. Los cristianos primitivos no eran de los que se daban por vencidos porque les daban caza, los arrojaban en la cárcel, los llevaban a juicio y los ejecutaban. Para ellos habría sido fácil rendirse y decir: «Estamos cansados de vivir huyendo de la ira de Roma. Mejor nos reinsertamos en la sociedad y abandonamos nuestra fe. Es demasiado difícil seguir adelante». Todo lo contrario: muchos de ellos huían a esta zona de Capadocia donde no solo sobrevivían sino que prosperaban. Incluso fundaron una escuela misionera que envió maestros a muchas zonas alejadas.
Uno de los líderes del lugar, Basilio, dijo: «A menudo las dificultades son como escobas y palas que sirven para allanarle al buen hombre el camino hacia la fortuna; y hay muchos que maldicen la lluvia que cae sobre ellos sin darse cuenta de que les trae abundancia y ahuyenta el hambre». Basilio y aquella comunidad sabían lo que era padecer hambre y no tener alimentos. Sobrevivieron ayudándose unos a otros en tiempos de necesidad. Leí en una placa uno de sus consejos: «En épocas de hambruna, da la mitad de tu pan y confía en que el Señor se ocupará de lo demás: tanto de tus necesidades como de las de los otros».
El legado de esos cristianos primitivos sigue vivo. Vimos miles de turistas de muchas tierras admirando las iglesias y aprendiendo cómo vivían y adoraban los cristianos, y a los guías de turismo explicándolo todo en sus respectivos idiomas. En las paredes se pueden apreciar porciones de murales con pinturas de los diversos relatos bíblicos. Me recordó los versículos del capítulo 2 de los Hechos que dicen que personas «procedentes de todas las naciones»… «oían proclamar en su propia lengua las maravillas de Dios»[3]. A veces Dios habla a través del lenguaje universal del arte y el lugar. Vi a una mujer del Japón —tierra que en tiempos pasados persiguió a los cristianos con violencia— detenerse a rezar en una de las iglesias que visitamos.
Sentados en las bancas esculpidas en las rocas de una iglesia pequeña, frente a un mural de la resurrección de Cristo, disfrutamos de la fabulosa acústica del salón entonando himnos y citando versículos que habíamos memorizado del primer capítulo del evangelio de Juan. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios»[4]. Es probable que quienes allí adoraban, hayan citado los mismos versículos miles de años atrás, lo cual me hizo pensar que cada generación tiene que renovar su fe. La fe no puede contenerse ni preservarse intacta dentro de iglesias esculpidas en las rocas ni en murales pintados sobre las paredes, pues estos invariablemente se deterioran. Debe ser vibrante y crecer hoy en nuestros corazones. Jesús nos recordó que «el cielo y la Tierra pasarán, pero Mis palabras no pasarán»[5]. Le dijo a la mujer junto al pozo que lo importante no era el lugar donde se adoraba sino la forma en que lo adorábamos: en espíritu y en verdad»[6].
Es fácil querer abandonar la lucha y dejar de nadar cuando las aguas nos superan. He leído relatos de personas que estuvieron a punto de morir ahogadas, y escucharon de manera audible voces que las tentaban a dejar de luchar y hundirse en el agua, momentos antes de ser rescatadas. De haberse entregado al «camino fácil», no habrían sobrevivido. Pero resistieron, siguieron luchando y vivieron para contar lo ocurrido y fortalecer la fe de otros.
A lo mejor este sea un buen lugar para cerrar con una oración: «Señor, no quiero cansarme, retirarme ni sumirme en el lodo del letargo que me llevará rápidamente a ninguna parte. Dame las fuerzas y la inspiración para seguir esforzándome por mantener viva mi fe. Tal como nos dijiste: «Si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán trasladar montañas»[7], vivir en las montañas, según el caso. Por favor, danos esa fe además del pan nuestro de cada día. Perdona nuestros errores, como nosotros perdonamos los ajenos, y apártanos de la tentación de abandonar. Tú eres lo único que importa, porque Tuyo es el reino y el poder y la gloria por siempre».
Por siempre es mucho tiempo, pero empieza hoy mismo no dándonos por vencidos sino apoyándonos en Su fuerza para salir adelante. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece»[8]. Y «no nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos, si no nos damos por vencidos»[9].
Traducción: Irene Quiti Vera y Antonia López.
[1] De la canción reggae “I’m Not Tired”, por Majek Fashek.
[2] Capadocia es una región histórica de Anatolia Central, en Turquía. Su nombre se ha mantenido tradicionalmente a lo largo de la historia y sigue utilizándose como concepto turístico para definir una región de maravillas naturales de características excepcionales, particularmente caracterizada por chimeneas de hadas y una herencia histórica y cultural únicas. (Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Capadocia)
[3] Hechos 2:5, 11.
[4] Juan 1:1. Los versículos citados en este artículo fueron tomados de la Nueva Versión Internacional de la Biblia.
[5] Lucas 21:33.
[6] Juan 4:23–24.
[7] Mateo 17:20.
[8] Filipenses 4:13.
[9] Gálatas 6:9.
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