Navidad: una ocasión para amar
María Fontaine
Para muchos de nosotros, desde muy pequeños, la Navidad fue siempre una época especial. Celebrábamos el nacimiento de Jesús, intercambiábamos regalos y visitábamos o recibíamos en casa a familiares y amigos. Los encantadores villancicos que se interpretan en todo el planeta son bellos y perdurables, no solo por sus cautivantes melodías, sino ante todo porque la letra habla de un Padre lleno de amor que envió al mundo a Su Hijo para que nos diera a todos ese amor, a fin de que pudiéramos recibir a Jesús en nuestro corazón y lleváramos una vida maravillosa de amor, ¡no solo ahora sino también en la eternidad!
Pero la Navidad no es solamente una ocasión de disfrutar de esas dichas. Es también el mejor momento del año para dar a conocer al mundo a nuestro amado Salvador. Es una época en que la gente manifiesta mayor interés por conocer el significado de la Navidad y está más dispuesta a que le hablen sobre el sentido espiritual de una fecha tan celebrada por una buena parte del mundo. Incluso en países donde no se festeja tradicionalmente, en muchos casos, la gente está deseosa de saber su verdadero sentido.
Esta Navidad tenemos oportunidad de brindar los mejores regalos de todos, no solamente a quienes conocemos bien y amamos entrañablemente, sino al prójimo, en nuestras comunidades, lugar de trabajo y en nuestros ministerios. Hay a nuestro alrededor corazones abatidos que claman por Alguien que los consuele. Seres amargados y hastiados de pecado anhelan un Salvador. Buscan a Alguien que los rescate, lloran por un Libertador. Se sienten abrumados por el temor y la incertidumbre, están sumidos en la desesperación. Han perdido la esperanza, andan oprimidos por cargas de rencores y sentimientos de culpa, presos de la vaciedad, atormentados por el dolor y el desaliento y acosados por problemas insalvables para ellos. Muchos carecen de objetivos y alicientes; no le encuentran sentido a la vida.
Jesús los ama a todos y quiere recibirlos en Sus brazos. Pero para ello, el Todopoderoso y Omnisciente, cuyo amor es infinito, necesita tu ayuda. Tú eres los ojos de los que Él se vale para ver la necesidad de esas personas y amarlas. Eres los oídos con que Él escucha su clamor, al cual luego responde. Eres la voz con que Él las consuela, las lágrimas con que las conmueve y los brazos con que las estrecha.
¿Harás todo lo que esté a tu alcance por ayudarlas? ¿Darás de ti hasta que duela? Jesús lo hizo. Dejó el lugar más paradisíaco jamás creado para venir a la Tierra y soportar aquí incomodidades, humillaciones, burlas y dolor; todo eso con el fin de salvarnos. ¿Renunciarás por un rato a la dicha de tu hogar y el terreno familiar? ¿Estarás dispuesto a soportar incomodidades, humillación, cansancio, a veces hasta burlas y escepticismo, para llevar el amor de Jesús a los necesitados?
Puedes hacer un aporte significativo esta Navidad. Aun el menor de los esfuerzos por compartir lo poco que tengas irradiará gran luz en la vida de alguien. Tu luz brillará con mayor intensidad este año debido a que las tinieblas del mundo se vuelven más densas, y tu velita se verá reflejada en la vida de muchas personas como un rayo de fe y esperanza que penetrará en las profundidades de su desesperación y temor.
Aprovecha la oportunidad de hacer un esfuerzo por comunicarte con los demás. Lleva el mensaje de las buenas nuevas, explícales que Jesús vino al mundo para amarlos, que murió para salvarlos y que resucitó para transportarlos a un formidable nuevo mundo que pueden conocer aquí mismo en la Tierra, y además disfrutar de la eternidad en el Cielo. Proclama que celebramos el cumpleaños de un Salvador vivo, no de un héroe muerto. Un Salvador vivo, que nació y murió en la Tierra a fin de poder resucitar y rescatarnos de este reino de tinieblas, muerte, temor y soledad.
Como Su Padre lo envió a Él, Jesús nos envía a nosotros. Conviértete en las manos, pies, ojos y labios de Cristo. Asiste a los quebrantados de corazón; consuela a los afligidos; libera a los cautivos; da de comer al hambriento el pan eterno; resucita a los que yacen muertos en pecado y trasgresión; sana a los enfermos de cuerpo y de espíritu; abraza a los rechazados, a los desechados y marginados; da vista a los ciegos llevándoles a Jesús, que es la luz del mundo. Predica las buenas nuevas a los pobres; desata las ligaduras de impiedad; alíviales las cargas; libera a los oprimidos. Dales gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu angustiado. De gracia recibiste; da de gracia[1].
En la medida que des, también irás recibiendo de la mano de Dios lo que sea que necesites, lo que el Señor sabe que es mejor para ti. Veamos lo que dice la Palabra de Dios: «Entonces tu luz despuntará como la aurora, y tu recuperación brotará con rapidez. Delante de ti irá tu justicia; y la gloria del Señor será tu retaguardia. Entonces invocarás, y el Señor responderá; clamarás, y Él dirá: “Aquí estoy”. […] Y si te ofreces ayudar al hambriento, y sacias el deseo del afligido, entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará continuamente, saciará tu deseo en los lugares áridos y dará vigor a tus huesos. Serás como huerto regado y como manantial cuyas aguas nunca faltan»[2].
Y no nos detengamos al terminar la Navidad. Sigamos proclamando el mensaje con el mismo fervor todo el año. Celebremos cada día el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesús, que es promesa de vida nueva para todos.
Artículo publicado por primera vez en noviembre de 1994. Texto adaptado y publicado de nuevo en diciembre de 2018.
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