Mujeres piadosas en los Evangelios
Peter Amsterdam
Las mujeres desempeñaron un papel significativo en el ministerio de Jesús. En muchas de las enseñanzas de Jesús, incluidas las parábolas, hay protagonistas de sexo femenino a las que se presenta como buenos ejemplos de personas que responden a Dios con fe. En la parábola del juez injusto puso la persistencia de la viuda como ejemplo de oración y fe aun cuando no parece que se esté obteniendo una respuesta. Jesús dijo a Sus discípulos que su persistencia en sus súplicas a Dios mientras esperaban Su regreso sería recompensada con justicia, ya que Dios oiría sus oraciones, e ilustró Su mensaje con el ejemplo de una mujer perseverante.
La parábola de la moneda perdida en Lucas 15, en la que una mujer pierde en su casa una de sus diez monedas y la busca diligentemente hasta encontrarla, es análoga o equivalente a la de la oveja perdida, en que el pastor deja a las noventa y nueve para buscar a la que falta[1]. En esas dos parábolas, tanto la conducta del hombre como la de la mujer representan el modo de actuar de Dios, que busca a los perdidos. Jesús consideró que el comportamiento de los personajes en un relato y en el otro constituía una analogía igualmente buena de cómo busca Dios a los perdidos, y al poner a una mujer como ejemplo transmitió el mensaje en términos con los que ellas se pudieran identificar.
En Mateo 13 hay analogías que muestran que tanto la función del hombre como la de la mujer se prestan igualmente para ejemplificar el reino de Dios. En la parábola de la semilla de mostaza, un hombre siembra granos de mostaza, los cuales, a pesar de ser muy pequeños, producen plantas que llegan a ser grandes[2]. Inmediatamente después encontramos una parábola gemela, la de la levadura, en la que una mujer pone un poco de levadura en tres medidas de harina y así la hace crecer[3]. De nuevo, Jesús compara la función de un sexo y la del otro con la labor de difundir el Evangelio, y presenta ambas funciones como igual de valiosas.
En la parábola de las vírgenes prudentes y las insensatas, también conocida como la de las diez muchachas[4], Jesús elogia a unas mujeres (las prudentes) y censura a otras (las insensatas). Inmediatamente después viene la parábola de los talentos, en la que unos hombres son recompensados y otros censurados. En la de los talentos, el criterio de juicio es el trabajo de los hombres; en la de las vírgenes prudentes y las insensatas, es lo que se hace o se deja de hacer durante el período de espera. Aunque todas las mujeres se quedan dormidas mientras aguardan la llegada del novio, al oír el grito de: «¡Aquí viene el novio, salid a recibirlo!»[5], las cinco prudentes —que han tomado consigo vasijas de aceite— entran a la fiesta de bodas; en cambio, a las que no han sido precavidas y tienen que ir a comprar más aceite se les niega la entrada. Jesús trató el tema del juicio mediante ejemplos equivalentes, uno con personajes masculinos y otro con personajes femeninos.
Un día, sentado en el templo de Jerusalén, Jesús estuvo observando a la gente que ponía dinero en la caja de las ofrendas. Vio a muchos ricos que echaban grandes sumas. Se acercó también una viuda que depositó dos moneditas de cobre. Jesús llamó expresamente a Sus discípulos y les comentó lo que había hecho la mujer: «De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca»[6]. Se entiende que quería ponerla como ejemplo de sacrificio. Es posible que también quisiera hacer hincapié en la relación entre los bienes materiales y el discipulado.
Los cuatro Evangelios mencionan a un grupo de mujeres que siguieron a Jesús en Galilea y hasta Jerusalén y presenciaron Su crucifixión.
«Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el Evangelio del reino de Dios. Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que ayudaban con sus bienes»[7].
El Evangelio de Marcos habla de las mujeres que presenciaron la crucifixión y dice de ellas: «Cuando Él estaba en Galilea, lo seguían y le servían»[8]. La palabra griega traducida aquí y otras 75 veces en los Evangelios como «seguir», significa comúnmente «seguir como discípulo». Era inaudito que una mujer judía dejara su casa y viajara con un rabino (maestro). El que hubiera mujeres —unas respetables, otras no tanto— que viajaban con Jesús y Sus discípulos de sexo masculino era escandaloso, como muchas cosas que Jesús decía y hacía. El caso es que, fuera o no escandaloso, esas mujeres lo seguían como discípulas.
Como acabamos de ver, cuando se menciona por nombre a las seguidoras de Jesús, la primera de la lista suele ser María Magdalena. Por consiguiente, parece que fue una figura destacada entre las mujeres que siguieron y sirvieron a Jesús desde el inicio de Su ministerio en Galilea hasta Su muerte y aun después. Juana era una mujer acomodada e importante, ya que estaba casada con el intendente de Herodes. De Susana no se sabe nada.
Cabe señalar que no fueron los doce apóstoles quienes presenciaron la muerte de Jesús (por lo visto solo había uno en el lugar), sino Sus amigas y discípulas. Los cuatro Evangelios dan testimonio de que las mujeres estuvieron presentes[9]. El Evangelio de Juan es el único que menciona la presencia de un hombre, y lo hace en relación con una mujer. «Cuando vio Jesús a Su madre y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a Su madre: “Mujer, he ahí tu hijo”»[10].
En el Evangelio de Marcos, el discipulado de las mujeres que presenciaron la crucifixión se pone de manifiesto por tres hechos: ya lo seguían cuando estaba en Galilea, lo que indica que fueron discípulas durante la mayor parte de Su vida pública; lo servían; y al presenciar Su crucifixión y luego ir al sepulcro, fueron testigos de los sucesos más trascendentales de la vida de Jesús: Su muerte y después Su resurrección. Al mostrar que eran discípulas, Marcos indica que fueron testigos confiables de la muerte y resurrección de Jesús.
Los cuatro Evangelios señalan que fueron algunas discípulas de Jesús las primeras en visitar el sepulcro vacío y las primeras a las que se les dijo que Él había resucitado. En tres de los cuatro Evangelios, cuando se narra la resurrección de Jesús, Él se aparece primero a mujeres[11].
Todos los primeros discípulos fueron testigos de la resurrección de Jesús porque lo vieron vivo después de Su crucifixión; pero las primeras personas que lo vieron fueron mujeres. El hecho de que los evangelistas digan que las primeras personas en descubrir el sepulcro vacío fueron mujeres se suele presentar como un argumento significativo en favor de la veracidad de los Evangelios. Como en el siglo I las mujeres, por lo general, no eran consideradas testigos confiables, los evangelistas no habrían llamado la atención sobre el hecho de que los testigos fueron mujeres a menos que su testimonio fuera veraz.
El modo en que Jesús se relacionó con las mujeres y el hecho de que las aceptara como discípulas y las presentara en Sus enseñanzas como buenos ejemplos y fieles testigos preparó el terreno para que ellas participaran en pie de igualdad con los hombres en el ministerio de la iglesia primitiva. Eso representó un cambio radical en el siglo I. Los primeros seguidores de Jesús entendieron ese concepto y lo promovieron y aplicaron en la iglesia primitiva. A partir del día de Pentecostés, las mujeres desempeñaron importantes funciones en la iglesia, tal como se aprecia en el libro de los Hechos y en las Epístolas.
Artículo publicado por primera vez en mayo de 2016. Texto adaptado y publicado de nuevo en junio de 2020.
[1] Lucas 15:4-7.
[2] Mateo 13:31, 32.
[3] Mateo 13:33.
[4] Mateo 25:1-13.
[5] Mateo 25:6.
[6] Marcos 12:43.
[7] Lucas 8:1-3.
[8] Marcos 15:41.
[9] V. Marcos 15:40-41; Mateo 27:55-56; Lucas 23:49; Juan 19:25.
[10] Juan 19:25, 26.
[11] V. Mateo 28:5-9; Marcos 16:9; Juan 20:14, 16.
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