Morir cada día
«El amor de Cristo nos constriñe»[1].
David Brandt Berg
¿Qué objetivos tienes? ¿Para qué cosas tienes fe? ¿Qué esperas que Dios haga este mismo año, no el que viene? ¿Qué crees que está sucediendo ahora mismo y qué piensas que pasará a partir de ahora? ¿Qué piensas hacer al respecto? ¿Qué esperas y deseas hacer?
Para un cristiano, la situación más incómoda es una situación cómoda. Uno de los mayores peligros es pensar que uno realmente está logrando algo, al punto de que pierde ese deseo irresistible que lo impulsa a no detenerse, ¡a seguir adelante aunque le cueste la vida!
No podemos dejar que las cosas discurran como siempre, sin novedad. Pero si no obedecemos a Dios, podría sucedernos. Nos puede dar esa sensación de que ya triunfamos, de que lo logramos, y nos conformamos con lo realizado hasta el momento. En cuanto empieza uno a sentirse así, hasta ahí llega.
El movimiento y la mudanza son como la muerte. Marcan el fin de una vida y el principio de otra. Es difícil moverse y mudarse. Yo mismo estoy afrontando una fuerte batalla por tener que trasladarme a mi próximo destino. Si tengo que seguir mudándome, tendré que seguir muriendo. Eso nos ayuda a comprender mejor las palabras de Pablo: «Cada día muero»[2].
No es cuestión de soñar con el futuro. Si no estás dispuesto a morir diariamente ahora mismo para lograr tu cometido, jamás podrás morir mártir algún día. Y si no estás dispuesto a negarte a ti mismo en las pequeñeces para conquistar a los perdidos, jamás podrás negarte a ti mismo al final para morir mártir.
Si no estás dispuesto a morir a diario por Jesús ahora mismo, puede que jamás lo estés. Y eso empieza en tu mismo bloque, saliendo por el vecindario en el lugar del mundo donde vives. Me recuerda a la señora que cuando tuvo que salir a testificar, dijo: «¡Esto sí que me mata!»
Pues ese es precisamente el sentimiento que te debiera dejar. Debiera matar tu orgullo, tu egoísmo y tu egolatría, y hasta puede representar un gran sacrificio físico y una gran tensión. Si has perdido la compulsión, el deseo irresistible de salir y avanzar sin detenerte y morir por algo antes que vivir por nada, es porque has perdido el espíritu de mártir, ¡el verdadero espíritu de mártir!
Esa muerte diaria es la más difícil, porque hay que repetirla miles de veces. La que ocurre al final de la vida no es nada en comparación. ¡La muerte final es la graduación! En cambio, lo que requiere de mucho valor es esa lenta agonía, ese morir un poco cada día.
Un joven periodista le preguntó cierta vez al dirigente de una conocida religión oriental si consideraba que sus jóvenes seguidores tenían la edad para comprender las cosas a cabalidad. Él le respondió sabiamente: «Todos somos viejos. Usted también lo es. Podría morir mañana mismo. Son viejos, puesto que sus vidas podrían acabar mañana. Es decir, que hoy todos somos viejos». Expresado de otro modo, tienen que tener la edad para comprenderlo, toda vez que la vida se les puede acabar mañana.
«No te jactes del día de mañana»[3]. No solo puede ser más tarde de lo que creen, sino que ustedes pueden ser más viejos de lo que creen. Cuentan con que podrán realizar la tarea pronto, pero más nos vale hacerla ahora o podríamos no llegar a cumplirla jamás.
La pregunta chocante que les quiero formular es: ¿Estamos cayendo en una rutina? ¿Nos estamos avinagrando, perdiendo el entusiasmo, la convicción, la visión, la fe, el coraje? ¿Y dónde está nuestra iniciativa?
Nada es tan exitoso como el éxito, ¡aunque también es cierto que nada falla tan estrepitosamente como el fracaso! Nunca se está tan cerca del precipicio, la profunda fosa sin fondo, que cuando uno se encuentra en el desfiladero, en la cima de la montaña. La cima no es solamente el lugar más victorioso, sino también el más peligroso. Abajo, en las faldas de la montaña, no hay nada que perder. No hay más camino que hacia arriba, es el lugar más seguro del mundo. No eres nadie y a nadie le importa lo que hagas.
Por otra parte, también nos pasa a veces que vamos con demasiada prisa. Así se pierde contacto con el Señor. Algunos de ustedes están trabajando más de la cuenta. ¡En realidad se están matando! Debieran tomarse unas vacaciones. Hasta la Palabra de Dios lo dice. Dios ni siquiera pudo confiar en que Su pueblo dejara de trabajar una vez a la semana para tomarse el descanso necesario. Tuvo que imponerlo como mandamiento. Les dijo más o menos: «¡Háganlo porque se lo ordeno!»[4] Si no lo hacen quedarán fundidos.
Deben morir diariamente ¡pero no al extremo de desplomarse ahora mismo! Tienen la obligación de mantenerse vivos para seguir adelante. Esa actitud de querer matarse a toda velocidad sirviendo al Señor en lugar de esmerarse por seguir vivos lo más posible no es la voluntad de Dios. Van a tener que tratar de vivir un poco más para poder llevar a cabo lo que Dios quiere.
Al General Patton ―ese hombre impetuoso, pintoresco, tan dado al drama y que hablaba sin pelos en la lengua, aunque muy exitoso— se le atribuye haber dicho cierta vez, contrariamente a la creencia generalizada, que: «El deber de todo buen soldado no es morir por su patria, ¡sino asegurarse de que el otro pobre bastardo muera por la suya!» En otras palabras, a pesar de que un buen soldado, de ser necesario, debe estar dispuesto a morir por la causa, es mucho más deseable que aprenda a vivir por ella, a mantenerse vivo para seguir luchando, pues muerto no le es de utilidad a nadie.
Tienen tanto que hacer y tan poco tiempo para realizarlo; tantos asuntos que atender y tanta gente que cuidar; trabajan tan frenéticamente para atender tanta cosa y a tanta gente, que no me extrañaría que lleguen al punto de descuidar a Dios y dejar de hacer Su voluntad.
Si se les ha metido en la cabeza la idea de que nuestra tarea principal es conservar discípulos y aumentar su número, es porque hemos perdido el rumbo. Si piensan que ese es nuestro objetivo principal es porque han olvidado nuestra razón de ser. Nos hemos propuesto llevar el Evangelio a los confines de la tierra con tal de transmitir el mensaje. Esa es nuestra tarea. Dios mediante, espero que no fallemos.
Artículo publicado por primera vez en septiembre de 1972 y adaptado en agosto de 2012. Traducción: Luis Azcuénaga y Antonia López.
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