Milagros de fe
Recopilación
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Tener fe puede sonar cliché. Como preguntarse: ¿qué significa y cómo se usa?
Hace un par de meses leí el libro de Mateo y se refrescó mi concepto de la fe. Varios relatos me llegaron profundamente de un modo sumamente dinámico, incluyendo el relato donde un padre le pide a Jesús que sane a su hija moribunda[1], el encuentro de Jesús con dos ciegos que le rogaban que los sanase[2], y el encuentro de Jesús con la mujer cananea que buscaba sanidad para su hija[3]. Parecía que los estuviera leyendo por primera vez. Al leer estos relatos, noté un común denominador.
En cada historia hay una o más personas rogándole a Jesús que las sanara a ellas o a su hijo o hija. Decían: «¡Ten misericordia de nosotros!» En otras palabras: «Compadécete de nosotros y sánanos porque puedes». Pero en cada situación Jesús se da la vuelta y les devuelve la pelota diciéndoles que no los sanaba porque pudiera hacerlo sino porque creyeron que podía.
Particularmente me gusta la historia de los ciegos. En ella, los ciegos todo el tiempo gritan: «Ten misericordia, ten misericordia». Y cuando Jesús los atiende, ¿qué les pregunta? «¿Creen que puedo hacer esto?»[4] Aparentemente no los quería sanar por lástima. Quería sanarlos debido a su fe y quería que ellos lo supieran. Cuando les hizo la gran pregunta, ellos entendieron. Sí, ellos creyeron que Él podía hacerlo. Y debido a que creyeron, Él los sanó. Así de simple.
Aquello me hizo ver el relato de la mujer cananea con otros ojos. Jesús respondió a su petición de sanidad diciéndole que había sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel y que no estaba bien «tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros»[5], indicándole que no era digna de comer de la mesa del amo. Pero al leer nuevamente este pasaje me preguntaba si Jesús la estaba desairando o más bien estaba tratando de darle la oportunidad de demostrarle que tenía fe, la oportunidad de obtener una recompensa más grande al tener fe en un momento crítico como ese.
Jesús no respondió a su petición de inmediato. Hizo que ella persistiera y demostrara que tenía fe en Él antes de concederle su petición. Posteriormente le dijo: «Grande es tu fe»[6]. Y en ese momento su hija fue sanada.
En otro relato de Mateo 17, Jesús rescata a los discípulos de un fallido intento de sanación y les explica el motivo por el cual no pudieron hacer el milagro. Les dijo: «Por vuestra poca fe. Porque de cierto os digo, si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Pásate de aquí allá” y se pasará; y nada os será imposible»[7].
Me encanta cómo Jesús lo hace todo tan sencillo. Solo era un asunto de fe. ¿Creían no solo que Dios podía sanar al muchacho sino, y lo que es más importante aún, que cuando oraran Dios escucharía y respondería su oración? Ellos sabían que Jesús podía hacerlo, pero ¿acaso sabían que ellos también podían hacerlo?
Jesús también les dio una comparación de tamaño, que una fe tan pequeña como una semilla de mostaza es lo suficientemente potente para recibir un milagro portentoso. Meditemos en eso.
Jesús dijo: «Conforme a vuestra fe os sea hecho»[8]. Es decir: «Si tienes la fe para algo, lo obtendrás». Tremenda promesa.
Toda esta charla sobre la fe puede hacer que parezca algo nebuloso, preguntándonos qué es exactamente. Aquí hay una sencilla definición de la fe que funciona para mí: La fe es saber que Dios puede y actuará conforme a Su voluntad.
Leer estos relatos de Mateo me hizo detenerme y preguntarme si había algunas oraciones que yo hacía para las que realmente no tenía la fe de recibir respuesta. ¿Esperaba yo menos de Dios de lo que Él era capaz de dar? ¿Lo estaría confinando a un espacio de trabajo ínfimo debido a mi poca fe? Joykie Walters
Fe para obrar milagros
Para tachonar de estrellas el espacio,
para colgar el mundo en el vacío
hizo falta nada menos que un milagro.
Mas cuando Jesús me rescató,
me transformó y salvó mi alma,
también hizo falta un milagro,
un milagro de Su amor y gracia.
John W. Peterson
No logro entender cómo puede alguien descreer de los milagros siendo que la Biblia registra tantos. Claro que uno suele encontrarse con intelectuales que argumentan que los milagros relatados en la Biblia nunca ocurrieron, o que pueden explicarse científicamente, o que aun admitiendo que se produjeron en aquel entonces, no son posibles hoy en día. Lo cierto es que sí se produjeron tal como narra la Biblia. Y en todos los casos se requirieron dos elementos: el poder de Dios y la fe de un ser humano. El poder de Dios no ha cambiado, por tanto, es de esperar que hoy en día ocurran milagros.
La fe en la Biblia engendra fe en lo milagroso. La Biblia no solo revela los actos de un Dios sobrenatural, sino que imparte fe a quien lee con actitud abierta[9]. Las Sagradas Escrituras tienen un efecto transformador en nuestra vida, y eso nos infunde fe para que se produzcan otros milagros. La fe en Dios y en Su Hijo Jesucristo, la fe en el Cristo de la Biblia, se traduce en fe para lo cotidiano. Ello obedece a que la fe verdadera se afirma en un Cristo inalterable y en Su poder.
Poco antes de Su crucifixión, Jesús prometió: «El que cree en Mí, las obras que Yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque Yo voy al Padre»[10]. Luego, después de Su resurrección, cuando se apareció ante Sus discípulos, dijo que señales —milagros— acompañarían a los que creyeran en Él; y en efecto, así fue[11].
No pasó mucho tiempo antes que empezara a decirse de los primeros cristianos: «Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá»[12]. Aquellos primeros discípulos y los que siguieron sus pasos tenían tal confianza en que el poder sobrenatural de Dios estaba a su disposición que se atrevieron a enfrentarse al Imperio Romano y sacudieron sus mismos cimientos.
Si Jesús es «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos»[13], ¿por qué nos cuesta tanto creer que hoy en día es capaz de obrar milagros de la misma envergadura en respuesta a nuestras oraciones? Donde uno encuentra expresiones de fe auténtica, encuentra también milagros. Si vivimos inmersos en Su Palabra, si extraemos de ella Sus promesas y apoyamos nuestra fe en ella, si confiamos en que Dios ha de cumplir Su Palabra aun cuando parezca imposible, veremos a Dios obrar en la dimensión sobrenatural.
«Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios»[14].
Desde hace muchos años tengo la costumbre de confiar en que Dios obre un milagro cuando surge una necesidad acuciante. No siempre obtengo el milagro por el que rezo, pero son muchas más las veces en que me concede mis peticiones que aquellas en las que me mantiene a la expectativa o me las deniega.
La compasión y el amor que te tiene, Su disposición para rescatarte en momentos de necesidad y Su fidelidad a Sus promesas permanecen inmutables hoy en día. Él anhela ver tu fe y cubrir tus necesidades.
La próxima vez que te enfrentes a una situación o necesidad imposible, reclama la siguiente promesa con toda confianza: «El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?»[15] Su poder es el mismo, Dios todavía está en Su trono, y la oración cambia las cosas. Virginia Brandt Berg
Publicado en Áncora en octubre de 2020. Leído por Gabriel García Valdivieso.
[1] Mateo 9:18, 23–25.
[2] Mateo 9:27–30.
[3] Mateo 15:22–28.
[4] Mateo 9:28.
[5] Mateo 15:26.
[6] Mateo 15:28.
[7] Mateo 17:20.
[8] Mateo 9:29.
[9] Romanos 10:17.
[10] Juan 14:12.
[11] Marcos 16:17–18, 20.
[12] Hechos 17:6.
[13] Hebreos 13:8.
[14] Marcos 10:27.
[15] Romanos 8:32.
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